Las llamas de Notre Dame, ¿abrirán ojos europeos y les ayudarán a arrodillarse ante Cristo Resucitado, ante Cristo Eucaristía, como hizo el capellán de bomberos que salvó las Formas Consagradas en el Sagrario?
Gabriel Albiac ha escrito hace unos días una tercera de ABC titulada Catedrales. El texto es una reflexión sobre el incendio de Notre Dame, y es a la vez una clara invitación a pensar.
Norberto Bobbio, otro filósofo ateo, afirmaba: “Para mí, la diferencia fundamental no se da entre creyentes y no creyentes, sino entre pensantes y no pensantes; o bien, entre quienes reflexionan sobre los auténticos porqués y los indiferentes que no reflexionan”. Y no cabe duda de que Albiac piensa, y estas palabras suyas son una clara confirmación:
“Cae la flecha. Y es lo sagrado, en un estrato simbólico muy primigenio de nosotros, lo que se desmorona en un demasiado brutal tropo poético; lo sagrado que fuimos, lo sagrado de cuya huida hemos tomado nuestro sincopado ingenio y nuestro incurable vacío. Lo agónico sagrado de un siglo que anunciara un pesaroso Gerard de Nerval, anticipándose al Nietzsche mensajero del mundo huérfano: “¡Dios ha muerto!”. El cielo está vacío… ¡Llorad hijos, no tenéis ya padre!”
Las Catedrales son una auténtica manifestación de la presencia de Dios en nosotros, en nuestras ciudades, en nuestro caminar. Así las han elevado los albañiles y los maestros que, palmo a palmo, metro a metro, generación tras generación, han levantado sus muros hasta rozar el cielo, sabiéndose mirados por Dios. Los muros no tenían que llegar al cielo; cumplieron su misión elevando al cielo la mirada de los hombres.
¿Nos hemos quedado sin Padre, al caer la espadaña de Notre Dame?
Mientras Albiac piensa en Cioran −“Y recordé la evocación de Cioran, que es epitafio fiel de nuestro tiempo: Somos todos espíritus religiosos sin religión. Todos. Los de siglo XX”−, las personas, hombres y mujeres, jóvenes y entrados en años, que rezan mientras contemplan el incendio, hacen renacer la Catedral en sus corazones en sus inteligencias. No quieren quedarse sin la presencia del Padre. No quieren quedar vacíos de Dios, vacíos del hombre. Son espíritus religiosos con religión, y habrán vivido, sin duda, la Santa Misa que ya se celebra de nuevo en Notre Dame.
Alguien comentó años atrás, qué en los años 60 del pasado siglo, se decía, Cristo sí, Iglesia no; en los 70, Dios sí, Cristo no; en los 80, religión sí; Dios no; en los noventa, espiritualidad, sí; religión no. Y podríamos ahora añadir: en los años 00, religión no; hombre sí; y cuando estamos terminando los años 10, no pocos han decidido dar el cambio radical: hombres no, cuerpo sí. Vacíos de Dios, vacíos del hombre.
El incendio de la Catedral ha ayudado a no pocas personas a descubrir el vacío de Dios, el vacío del hombre, que tenían enterrado en sus corazones; y han comenzado a redescubrir que las Catedrales no son adornos dentro de nuestras ciudades, no son el producto cultural de mentes que quieren huir del mundo, no son lugares de turismo.
Albiac lo recuerda con palabras de André Malraux, que advertía del disparate que es hablar de ese gótico catedralicio como “estilo artístico”: lo esencial se pierde. No es la belleza lo que está en juego. La catedral no era espacio de arte. Era lugar sagrado. Antes de que lo sagrado abandonase nuestra escena: “Desde la primera abadía hasta la última catedral no olvidemos que se trata aquí de lo divino… La catedral somete todas las formas de la tierra a las suyas propias, como Dios se anexiona a los fieles a través de los santos. No hablo solo de la arquitectura, cuya acción fue evidente, sino de lo sobrenatural que aportaba la catedral al dominar la ciudad, también del infinito espacio que imponían las perspectivas de su luz y sus vidrieras”.
Y a la vez lo señala con claridad, con palabras propias:
“No se alzaron las catedrales en el centro de las ciudades. Las ciudades fueron tejidas en torno a sus campanarios. Y esa red de lo sagrado inventó Europa: una frágil geometría del espíritu”. Y llenaron a Europa de Dios y del hombre.
El incendio de Notre Dame no les ha gustado mucho a quienes hablaban de “La gran claridad materialista de las iglesias incendiadas” “La iglesia que ilumina es la que más arde”. La “claridad materialista” es pura y simple obscuridad; oscuridad que se hace total en el corazón y en la mente de quienes anhelan que las iglesias “ardan”.
El incendio en el corazón de París, ¿llegará a ser un incendio que ilumine los corazones y las mentes de los europeos, les ayude a descubrir en sus corazones el vacío de Dios, el vacío del hombre, y haga renacer en ellos la nostalgia de Dios, el anhelo de la cercanía de Cristo, Dios y hombre verdadero, muerto en los brazos de Santa María, como aparecía en las imágenes de Notre Dame?
Las llamas de Notre Dame, ¿abrirán ojos europeos y les ayudarán a arrodillarse ante Cristo Resucitado, ante Cristo Eucaristía, como hizo el capellán de bomberos que salvó las Formas Consagradas en el Sagrario?
Ernesto Juliá, en religion.elconfidencialdigital.com.
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