Si lo hemos sufrido en nuestras carnes, somos más conscientes de lo sangrante que puede llegar a ser un asunto tan inconsistente, tan superficial. De la maldad que puede haber en una opinión dejada caer como si nada: “pues he oído decir…”
Cuantas veces nos habrán recordado, personas bien intencionadas, que es muy peligroso juzgar. Incluso habremos oído más de una vez que “solo Dios juzga”. Lo entendemos y nos lo creemos, pero a la mínima de cambio estamos cayendo en la difamación. Qué fácil es dejar mal a alguien, y casi siempre es de modo injusto, sin datos suficientes.
Mi prima Rachel es una novela excepcional de Daphen du Maurier. Encontramos varios personajes de importancia en el relato, perfectamente trazados e identificados, que tienen una versión distinta de lo que está ocurriendo. Philip, el narrador y protagonista, su primo Ambrose, la prima Rachel, el padrino y administrador de Philip y su hija Luisse, el amigo italiano de Rachel. Son, cada uno de ellos, personas interesadas en los hechos ocurridos y cada uno tiene su versión, su juicio, sus temores.
Me parece que el principal mérito de la autora es mantener todas las opiniones como verosímiles. No es una novela de misterio, es una historia humana dónde no es fácil llegar a saber cuál es el fondo del alma de varios de ellos, hacia dónde van, cuáles son sus intenciones, de manera que lo que parece, en algunos momentos romántico y positivo, para otros ojos son misterios inexplorados.
Pero el lector, casi sin darse cuenta, no descarta ninguna de las hipótesis, aún cuando se ponga casi siempre del lado del narrador, Philip, pues al fin y al cabo es quien nos lo cuenta.
Me parece que tiene un gran interés esta historia para hacernos ver hasta qué punto podemos tener visiones muy diferentes de las cosas. Hasta qué punto juzgamos sin tener todos los datos. Y, como les ocurre a algunos personajes de esta historia, es muy posible que nunca lleguemos a saber ni siquiera una pequeña parte de los asuntos que hemos condenado con gran ligereza.
Esta novela es una obra de arte en este sentido. Qué difícil es saber por qué las personas hacen o dejan de hacer. Y que fácil, y qué injusto, es juzgar. Es el deporte nacional. Cuando de un grupo de compañeros de trabajo, una de las personas se tiene que ir, las probabilidades de que, a continuación, se le cargue con algún asunto turbio, son inmensas. Y puede ser una bellísima persona, pero las buenas personas, sin darse cuenta, provocan envidias. Y la persona envidiosa tiene muy fácil soltar una bromita que deshonra.
Si lo hemos sufrido en nuestras carnes, somos más conscientes de lo sangrante que puede llegar a ser un asunto tan inconsistente, tan superficial. De la maldad que puede haber en una opinión dejada caer como si nada: “pues he oído decir…”. Es de una vileza increíble, pero hay tanta costumbre que el resto de los presentes siguen la gracia o abundan en la mentira, porque refuerza la sensación de amigotes.
Qué fácil es calumniar y cuánto daño se puede hacer. ¡Qué difícil es revertir la mala fama! Sin embargo, moralmente, ante el arrepentimiento por la calumnia, hay obligación de restituir la fama, y esto es mucho más difícil que devolver una cantidad de dinero, cuando uno se arrepiente de haber robado. ¿Cómo se hacer para restituir la fama? El listillo siempre dirá que “cuando el rio suena, agua lleva”, y se queda tan tranquilo. A no ser que me lo hagan a mí.