En opinión de la profesora Chinchilla, toda familia tiene una misión interna (conseguir el crecimiento y la felicidad de sus miembros) y una misión externa, es decir, un proyecto común de sus componentes hacia el exterior. Éste comienza por descubrir en qué puede contribuir a la sociedad y qué aportación quieren dejarle como legado
La carta del Papa Juan Pablo II de 1988, inspirada en el Sínodo sobre vocación y laicado, define a este último como un “gigante durmiente”. En repetidas ocasiones Benedicto XVI ha afirmado que el laicado debe estar a la vanguardia de la nueva evangelización, y que es en gran parte responsable del futuro de la Iglesia. Como explica la profesora Glendon, «todo dependerá de si los laicos ayudamos a construir la cultura de la vida y del amor o si nos hacemos cómplices de la cultura de la muerte».
Problemas de la familia
Vivimos en una Europa envejecida, secularizada, sin ideales compartidos... La cultura actual no ayuda, y puede abrir grandes boquetes en nosotros y en nuestra familia. La adicción al trabajo, a uno mismo, a nuestro propios gustos, así como a terceras personas “amables”, son enemigos letales, “piratas” a los que hay que combatir si no queremos que nos destruyan. El pensamiento contemporáneo tiene como nota común un paradigma reduccionista del ser humano, visto sólo desde un prisma mecanicista (una máquina, incapaz de aprender) o psicologista (un animal humano, que siempre aprende positivamente), pero no antropológico (un ser libre, que puede aprender en positivo, pero también en negativo, racionalizando, autoengañándose y viendo lo malo como bueno).
Hay muchas familias mediocres o desintegradas por no tener claro quiénes son, por qué se casaron, o cuál es su cometido. También hay familias incompletas y convivencias irregulares. Muchos temen el compromiso por considerarlo innecesario y una restricción a su libertad, y viven las separaciones y divorcios como solución de los problemas. Sin embargo, como escribe Chesterton, «en toda familia hay problemas, pero los problemas no se disuelven cuando se disuelve la familia. En realidad, se agrandan». Los datos estadísticos no hacen más que confirmar esta afirmación.
Es en la familia donde mejor se puede construir la cultura del amor. El ser humano no es autosuficiente, sino familiar por naturaleza. La familia es el hábitat natural capaz de educar y formar personas capaces de convivir y de construir sociedad, suministrándole buenos ciudadanos. Esta labor depende de cada matrimonio. Cada hogar es como un barco con dos patrones que comparten el liderazgo de la nave, se complementan y turnan, a fin de lograr que la embarcación llegue a buen puerto con todos sus tripulantes. Este liderazgo bicéfalo tiene como misión facilitar al máximo que todos alcancen la felicidad aquí y en el otro mundo, transformando la cultura contemporánea, desintoxicándola, formando seres humanos, civilizándoles uno a uno.
Tiempo de calidad
Esa extraordinaria tarea requiere tiempo no sólo de calidad, sino en cantidad. Requiere que los hijos pasen menos horas ante la televisión y los videojuegos y más con sus padres, y que éstos les den menos cosas, pero les ofrezcan su tiempo y cariño hecho presencia cercana cada día para explicarles la importancia de los límites, por qué se dice que no..., compartan sus preocupaciones y les guíen en la vida. Ello requiere coherencia y ser modelo. Recuerda san Josemaría, «desde el primer momento, los hijos son testigos inexorables de la vida de sus padres. No os dais cuenta, pero lo juzgan todo, y a veces os juzgan mal. De manera que las cosas que suceden en el hogar influyen para bien o para mal en ellos. Procurad darles buen ejemplo, procurad no esconder vuestra piedad, procurad ser limpios en vuestra conducta».
Con padre y madre unidos para el gobierno de la familia —y teniendo cada uno presente su misión personal— es muy conveniente hacer el ejercicio de descubrir la misión familiar interna y externa con todos los miembros de la familia, llegar a un consenso y tener el resultado en un lugar visible como recordatorio para todos. La misión interna de la familia es conseguir que todos sus miembros sean felices, y para ello hay que ayudarles a crecer en excelencia humana, es decir, a conocer la verdad, y a amar más y mejor con las prioridades claras. Se trata de que todos sean más y mejores personas, fomentando hábitos operativos que les hagan más libres, desarrollando sus talentos. El ambiente familiar adecuado es el oxígeno necesario para generar alegría y animar a la mejora, e implica la capacidad de comunicar, escuchar, ser paciente, generoso..., porque para poder amar, hay que sentirse amado. Sólo así se desarrollan personas confiables y capaces de confiar, necesarias para humanizar la sociedad.
Misión de la familia
La misión externa de la familia constituye el proyecto común que sus componentes tienen hacia el exterior y comienza por descubrir en qué pueden contribuir a la sociedad y qué legado quieren dejar, mejorando la salud social. Hay que ver el impacto de cada familia en los distintos colectivos: las empresas donde trabajan los padres, la escuela de los hijos, la comunidad de vecinos donde se vive, el club deportivo, la parroquia, los amigos... Se debe encontrar la forma de influir en amistades, vecinos, compañeros de colegio y de trabajo para ayudarles a que estén más unidos. Nuestro ejemplo familiar puede ayudar a otros. Se trata de ser células positivas de socialización. Si los niños entienden que el trabajo de los padres y el de ellos (ser estudiante es su “profesión”) es servicio, en su conciencia estará integrado el trabajo con un para qué: satisfacer necesidades reales de otros. Si se entiende la profesión de los padres en ese sentido, siendo el dinero una consecuencia, estaremos poniendo las bases para que los hijos apoyen ese proyecto profesional y se muevan también por motivos trascendentes. Hacerles partícipes de nuestra propia misión y proyectos les ayuda a crecer. Si el padre o la madre comparten sus preocupaciones, están enseñando al hijo a comunicar las suyas y a adoptar un papel más protagonista en la construcción de lazos familiares cuando aparezcan los conflictos.
Es muy importante que los hijos puedan participar en el diálogo familiar, hoy tan disminuido. Por eso hay que bloquear tiempos en la agenda para hacerlo realidad: compartir almuerzo o cena con la consiguiente tertulia —sin cachivaches electrónicos interfiriendo la comunicación—, ver películas en familia y dedicar un tiempo para comentarlas... En cuanto a la toma de decisiones, podemos dejarnos llevar del “aquí se hace lo que yo digo” al “haced lo que os dé la gana”. Pero en medio hay un amplio espectro de opciones mucho más constructivas: escucharles en su generación de alternativas, en su evaluación de los pros y contras de las mismas, o en los criterios a tener en cuenta para decidir. El reto está en decidir en cada caso qué parte de ese proceso es bueno delegar en los demás o compartir, a fin de potenciar su racionalidad.
Nos hemos casado para ser felices, haciendo feliz a nuestro cónyuge: invertimos tiempo, ilusión, energía para que el otro se desarrolle y el amor sea cada vez más fuerte y generoso. La intensidad del amor de los esposos es el ambiente que respira toda la familia. Por eso hay que echar buena leña a ese fuego —“hogar”—, a fin de que se mantenga siempre encendido y pujante. Padres y madres tienen que alimentarlo llegando a casa a una hora razonable, compartiendo las tareas familiares, tratando con cariño y ternura al cónyuge, a los hijos, respetando y mimando a los abuelos...
Aprender a ser padre
«Tener un hijo no lo convierte a uno en padre, igual que comprarse un piano no lo convierte a uno en pianista», afirma Michael Levine. Hay que aprender, pues, a ser padre y formarse, si se desea dar una buena educación para los hijos. El colegio es nuestro gran aliado y debe estar alineado con los valores de la familia y su visión del mundo, a fin de poder tirar todos del carro en la misma dirección. Las conversaciones con el tutor son una buenísima inversión de tiempo, ya que pasa muchas horas con los chicos, ve sus altibajos y podemos acordar pautas que nos permitan formar su carácter y el crecimiento en virtudes concretas. Otro buen aliado son los clubs infantiles y juveniles, que enseñan a desarrollar hábitos positivos de estudio y convivencia junto a la formación en piedad, si bien el trabajo de los padres en esto es insustituible. También son muy útiles los Cursos de Orientación Familiar para matrimonios con niños en diferentes etapas escolares.
La familia es un enorme campo para el desarrollo de la libertad. Primero la propia, sabiendo anteponer las necesidades de los otros a las nuestras, intentando ser ejemplares. Y después, colaborando en que los demás desarrollen la suya. Hacer operativa la libertad requiere ir entendiendo la realidad tal como realmente es y ser capaces de hacer lo que la cabeza nos muestra como lo más conveniente en cada caso. Comporta desarrollar un corazón inteligente que no caiga en el gélido racionalismo de los números, ni en un emotivismo de “donde el corazón te lleve”. Este es el mejor modo de poner las bases necesarias para la nueva evangelización en este mundo desnortado. Somos seres relacionales y nunca alcanzaremos la auténtica libertad alejándonos de Él, pero hemos de construir su capacidad de amar y ser amados sobre las virtudes humanas y sobre la relación con los más cercanos.
Espiritualidad familiar
Juan Pablo II nos animaba a «poner en práctica una sólida espiritualidad familiar en la trama cotidiana de la propia existencia» acudiendo a los Sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación. La transmisión del gran tesoro que Cristo nos legó requiere de laicos con una espiritualidad muy viva, padres y madres capaces de unir acción y contemplación en una sola vida. Como dice Ernest Kahn, «en la medida en que seamos capaces de ver lo invisible, seremos capaces de hacer lo imposible». Sólo así se vivirá una constante disponibilidad a pedir perdón y a perdonar, a escuchar a los demás con ánimo de entenderles y ayudarles desde su lugar de partida, a gestionar los conflictos con justicia y caridad, a querer ser corresponsables en la construcción de un hogar feliz y abierto a las necesidades ajenas, incluidas las espirituales, etc.
La Sagrada Familia —Jesús, José y María— son el referente ideal para el mundo de hoy. Los años de vida oculta y las relaciones entre ellos suponen un modelo a seguir. Por eso es bueno ayudar al cónyuge y a los hijos a conocer mejor a la Sagrada Familia a través de buenas lecturas, rezando juntos las oraciones de la mañana y de la noche, viviendo en familia las tradiciones de Navidad y Semana Santa... Así, la familia cristiana podrá ser la Iglesia doméstica que está llamada a ser. Arraigada en Cristo y siendo testigo de esperanza para un mundo desorientado que busca la paz y la felicidad por caminos equivocados, su misión es custodiar, revelar y comunicar ese amor que vive, porque se sabe amada por Dios.
Nuria Chinchilla. Profesora ordinaria del IESE Business School (Universidad de Navarra) y directora del Centro Internacional Trabajo y Familia
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