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La cultura actual está dominada por una mentalidad deslumbrada en muchos casos por el ‘placer’ y el ‘tener’, con «riesgo de perder también los elementos fundamentales de la fe»
El capítulo segundo del Documento de trabajo para el sínodo sobre la nueva evangelización presenta los “escenarios”, es decir, los contextos actuales.
La nueva evangelización: necesidad, discernimiento y estímulo
Estamos ante un conjunto de transformaciones sociales, muchas de ellas con raíces lejanas en el tiempo. Junto con «beneficios innegables», encontramos «una pérdida preocupante del sentido de los sagrado» que, como afirma Benedicto XVI, no ha conducido a una liberación, sino a un «desierto interior» para las personas. Para afrontar esta situación, la nueva evangelización se presenta «como una exigencia, pero además como una operación de discernimiento y como un estímulo» para los cristianos (cf. n. 44).
Se trata de una exigencia, una necesidad, «no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva». «Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (Juan Pablo II).
Si el tono general, ante la falta de relevancia cultural de la fe, es de preocupación, el discernimiento ayuda a percibir que no todo es negativo en la situación actual, sobre todo porque hay grupos e instituciones eclesiales o culturales que demuestran con su acción «cómo es realmente posible vivir la fe cristiana y anunciarla dentro de esta cultura» (n. 50).
Para estimular y concretar la reflexión sobre la nueva evangelización, el texto se fija en siete “escenarios” o contextos: la cultura, las migraciones y la globalización, la economía, la política, le investigación científica y tecnológica, la comunicación y el escenario religioso. Quedémonos por ahora en el escenario cultural.
Secularismo cotidiano
La cultura actual, observa el documento, está dominada no por discursos radicales contra la religión, sino por una mentalidad de “tono débil”, donde Dios no está presente. Una mentalidad deslumbrada en muchos casos por el placer (hedonismo) y el tener (consumismo), con «riesgo de perder también los elementos fundamentales de la fe» (n. 53). La búsqueda de verdad se sustituye por formas de individualismo, neopaganismo y relativismo (diríamos nosotros, para resumir: un “secularismo cotidiano”: vivir como si Dios no existiera).
Junto con ello, y atención porque lo que sigue es una vacuna contra el pesimismo, está también presente «aquello que de positivo el cristianismo ha tomado de la confrontación con la secularización»: el valor de lo humano visto plenamente desde Jesucristo; y, por tanto, la posibilidad de dialogar sobre lo que es «humanamente serio y verdadero» (n. 54). Así se purifica y madura la propia fe y nos estimulamos en el testimonio y en la vida de fe, para hacer la imagen de Dios más accesible a los buscadores de la verdad, que se mueven quizá en el «patio de los gentiles» (n. 54).
Secularidad: visión cristiana del mundo
En efecto. E importa mucho poner de relieve lo positivo de la situación actual, en el sentido de la apertura a lo que podríamos llamar “secularidad”: una visión cristiana del mundo, donde la contemplación de la belleza y la bondad del mundo (la naturaleza, el cuerpo humano, la familia, la capacidad para el trabajo y las relaciones sociales, la amistad, la atención a los más débiles y necesitados, el arte, la comunicación, la profundización no reductiva en la realidad, etc.) nos abre a Dios; y, a través de nuestra coherencia y alegría, mostradas cada día en esas mismas realidades, ayuda a los demás a abrir también sus puertas a Dios, que ha manifestado su amor en Jesucristo.
De esta manera lo que hemos llamado el “secularismo cotidiano” puede dejar paso a la “secularidad cristiana de la vida ordinaria”.
Diagnosticar las enfermedades es un paso importante. El paso definitivo está en el tratamiento y en el seguimiento de una vida que aspira a la plenitud de la belleza y de la justicia.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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