Una pregunta que resume muy bien una percepción que me ha acompañado casi toda la existencia. Supongo que no solo a mí, y por eso lo menciono
El sábado pasado me asustó la foto de una chica que se dirigía a sus compañeros de licenciatura en Comunicación en la Universidad de Navarra. Lo que me asustó en realidad fue leer su nombre. Concretamente, sus apellidos. Porque, en mi cabeza, hacía… ¡nada! que había dado clase a sus padres. No podía creerlo. Ayer me escribió una profesora, antigua alumna también, pero más reciente. Cuenta que su primogénito empezará Periodismo este año. Dice: «¿Cómo me puedo sentir mayor y pequeña al mismo tiempo? La vida es divertida».
La pregunta resume muy bien una percepción que me ha acompañado casi toda la existencia. Supongo que no solo a mí, y por eso lo menciono. Ahora comparece de otra manera: sé que soy mayor y no me importa. Casi me gusta. Pero mi cabeza no termina de procesarlo y me sorprendo al verme en el espejo o con la aparición de algunas goteras y limitaciones. A la vez, sin llegar a considerarme inmaduro, tampoco me noto todo lo juicioso y prudente, todo lo sensato que correspondería a mi edad. Esto me inquietaba hasta que leí en alguien con autoridad que solo la gente madura se ve así. Los inmaduros, sin embargo, son incapaces de reconocerse como tales. Entonces, tiene razón la profesora y mucho de lo que puedes decir, si tienes suerte −y yo tengo muchísima−, se resume, sí, en que «la vida es divertida».
Pero eres mayor y la gente piensa que sabes las respuestas a las preguntas que les inquietan. Que puedes aligerarles la ansiedad de vivir. Y no, claro. De hecho, te sientes pequeño y sabes que no hay respuestas para todo. Entonces ya no resulta divertido. Disimulas un poco para no abatir. Intentas aconsejar menos y acompañar más.