Alejandro Casona representa al demonio con rasgos bastante humanos, y creo que hace bien
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Una hermosa metáfora, tan eficaz para expresar la triste realidad del pecado como estafa
Un título como La barca sin pescador hace pensar enseguida en un libro confesional. En la imaginería católica, la barca es la Iglesia y el pescador por antonomasia es san Pedro. Si además nos dicen que en el libro el causante de que la barca esté vacía es el demonio, nos imaginaremos enseguida que La barca sin pescador es un ensayo polémico de tipo lefebvriano o algo por el estilo.
Naturalmente, no es un alegato lefebvriano lo que más me apetece comentar en esta sede. Y naturalmente, La barca sin pescador no lo es: es una obra de teatro de Alejandro Casona. Estrenada en 1945, fue uno de los grandes éxitos de Casona en Argentina, adonde había marchado tras la guerra de España. He visto una edición reciente en un volumen de pequeño formato.
El teatro de Casona, dicen algunos, quiere ser poético, como el de García Lorca, pero solo es sentimental. La barca sin pescador demuestra, en cambio, que Casona es sentimental, pero también poético. De acuerdo, alguna vez hay notas falsas, incluso hay atisbos de cursilería, porque también Casona, como Homero (y como García Lorca, vamos a decirlo todo), de tanto en tanto dormita; pero el tono general de la obra, tanto por lo que hace a la palabra como a la acción escénica, me parece sugestivamente puro.
Sale el demonio, he dicho. Interesante personaje, que nadie sabe muy bien realmente cómo es. Casona lo representa con rasgos bastante humanos, y creo que hace bien. Hay un punto de Camino que me trae inmediatamente a la memoria al demonio de La barca sin pescador: «El mundo, el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer —que nada vale—, les entregues el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios, que son el precio y el tesoro de tu eternidad». El sacerdote y poeta Ibáñez Langlois glosa con entusiasmo en uno de sus libros esa hermosa metáfora de Escrivá de Balaguer, tan eficaz para expresar la triste realidad del pecado como estafa.
También el drama de Casona es una bella alegoría de esa verdad moral. Ricardo Jordán, el protagonista, la experimenta en su propia carne. Pero además nosotros, el público lector o espectador, si somos sinceros con nosotros mismos, la reconocemos también como algo propio: como la comedia de los actores de Elsinor, espejo de la vida, interpela a la madre y al tío de Hamlet, La barca sin pescador, igualmente imagen de nuestra vida, nos reclama, nos conmueve y nos hiere.