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La evangelización (el apostolado cristiano), la llamada a la santidad y la conversión son tres realidades que en su relación fructuosa y recíproca vivifican a los cristianos
Ser cristiano es ser apóstol, tener una misión. El apostolado cristiano, la evangelización, consiste en contarle al mundo nuestro encuentro personal con Jesucristo: comunicar (ante todo con la coherencia de nuestra vida) esta buena noticia, la gran noticia, la mejor noticia para cada persona y para la humanidad.
¿Y cuál es esta noticia? Que Dios no sólo nos ha hablado en su creación, en el mundo que nos rodea, y también en las Escrituras; sino que nos ha enviado a su Hijo para liberarnos del pecado y, por medio de la Eucaristía, darnos una vida plena. Esto nos hace testigos y anunciadores del Evangelio.
Jesucristo, buena noticia de Dios
Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre. Así se titula el primer capítulo del Documento de trabajo para el sínodo sobre la nueva evangelización. Evangelio quiere decir eso, “buena noticia”. Y Jesús es la buena noticia para el hombre porque es el gran “sí” que Dios ha pronunciado a todo lo nuestro. Dios Padre ha querido que Su Hijo, su único Hijo, se hiciera hombre, compartiera nuestra tierra y nuestra vida: tuviera una familia, un trabajo, se relacionara con los que le rodeaban, tuviese amigos, discípulos más tarde. En su vida, tal como la describen los Evangelios, encontramos respuesta a nuestros anhelos e inquietudes, trabajos, tareas y penas.
¿Y cómo comunicar esa gran noticia? Ante todo con la coherencia de nuestra conducta, también con las palabras que transmiten a otros nuestra experiencia, con los argumentos que explican por qué la fe da sentido a nuestro vivir. Los cristianos no podemos dejar de dar testimonio de este encuentro con Jesús que nos transforma, también a cada uno de nosotros, en mensajes vivos de esta “buena noticia” para quienes nos rodean.
No se trata sólo de una “información” fría y objetiva, sino de una “comunicación” en el sentido más profundo de la palabra: acción que pone en “comunión”, que une, al hacer participar de este mensaje que trae la verdadera felicidad cuando se vive auténticamente.
Las curaciones de Jesús y su atención a todos (preferiblemente a los pobres y necesitados) son signo de que “Dios es amor”, y que el amor es la única fuerza capaz de renovarnos por dentro y renovar, como consecuencia, todas las cosas.
Evangelización, llamada a la santidad y conversión
Por eso la invitación a “creer en el amor”, que se manifiesta en Cristo, es el núcleo de la fe cristiana, que se traduce en la búsqueda de la santidad. Y todo ello requiere la conversión: mirar hacia Dios que es donde está nuestra vida y nuestro futuro. Por eso la evangelización (el apostolado cristiano), la llamada a la santidad y la conversión son tres realidades que en su relación fructuosa y recíproca vivifican a los cristianos (cf. Instrumento de trabajo, n. 24).
La unión con Cristo y la vida en él conducen a evangelizar. La tarea de la Iglesia, evangelizada y evangelizadora, consiste en profundizar en su conocimiento de Cristo y anunciar y transmitir el Evangelio (el conocimiento que posee, y renueva día tras día, de Cristo y la unión con él). Y eso lo hace con la fuerza del Espíritu Santo: «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda» (exhort. apostólica Evangelii nuntiandi, n. 14).
Ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe es el objetivo primario de la evangelización. Por eso, «allí donde, como Iglesia, “damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco”» (Benedicto XVI, Homilía en Múnich, 10-IX-2006).
Cabe notar que, en este documento de trabajo para el próximo sínodo, el término “evangelización” se toma en un sentido muy amplio, equivalente a todo lo que la Iglesia hace por el hombre. El Evangelio, es don para cada hombre y todo lo que es del hombre.
La evangelización comprende tanto la dimensión física (la compasión por las necesidades materiales, las enfermedades y los sufrimientos), como la espiritual (la liberación del pecado). Los santos son los que han recorrido este camino con diversos medios y métodos, obras e instituciones, que consideraron adecuadas en su tiempo. Fueron creativos en sus vidas para llevar a Cristo a sus contemporáneos. Hoy, muchos cristianos siguen esas trazas abiertas por los santos y continúan siendo en ellas testigos de Cristo. Para acertar en la transmisión de la alegría de la fe a los hombres y mujeres de hoy, todos los cristianos han de ser creativos, en donde quiera que se encuentren situados: en medio de los quehaceres del mundo o en la vida religiosa. A veces —y no son pocos ya en el tercer milenio— con su martirio, que da credibilidad al testimonio.
Evangelizar es abrir a una vida plena
Con todo, no faltan falsas convicciones que se oponen a la evangelización. Algunos sostienen que supone limitar la libertad, de modo que bastaría ayudar a las personas a ser mejores o más fieles a su propia religión, o incluso simplemente a trabajar por la justicia y la paz, máxime teniendo en cuenta que cabe la salvación fuera de los márgenes visibles de la Iglesia (cf. Instrumento de trabajo, n. 35; Congregación para la Doctrina de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, 3-XII-2007, n. 3).
Sin embargo así se olvidaría que en Jesucristo está el verdadero rostro de Dios y en la Iglesia la plenitud de la verdad y de los medios de salvación. De ahí el derecho de toda persona a ser evangelizada y el deber de evangelizar que tiene la Iglesia (después de ser continuamente evangelizada) y también cada bautizado.
Quizá los hombres puedan salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si no les anunciamos el Evangelio. Pero esto no nos exime de preguntarnos: «¿Podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza (…), o por ideas falsas omitimos anunciarlo?» (Evangelii nuntiandi, n. 80).
Renovación personal y renovación de la Iglesia
Además, anunciar el Evangelio (el apostolado o la misión cristiana), siendo una tarea y un deber personal, nunca es una empresa puramente individual y solitaria, ni puede centrarse en determinadas estrategias de selección de los destinatarios (cf. Instrumento de trabajo, n. 39); sino que es una actividad cristiana y espiritual en el marco de la comunidad eclesial, abierta sinceramente a todos.
Cuando los cristianos acercamos a Dios a nuestros amigos, parientes, colegas, conocidos, etc., no dejamos al margen nuestra familia, la familia de Jesús que es la Iglesia. Al contrario, les hablamos también de ella, porque ella es (debe ser en cada época y en cada lugar) nuestro cuerpo, nuestro hogar, la madre que nos ha engendrado y nos educa en el amor y la belleza. Y cada uno hemos de ser, desde este cuerpo vivo, vida para otros.
Por eso el sínodo está llamado a promover la reflexión, en cada caso, sobre «la capacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como cuerpo y no como una empresa» (Ibid.). Así se plantea la relación íntima entre evangelización y renovación de la Iglesia.
¿Cómo contribuir a esta renovación? En el punto de partida está la renovación personal, cada uno en su propio lugar, con los “talentos” (materiales o espirituales) que hemos recibido, en el contexto de la vida familiar, profesional y social, en el horizonte de este ser miembros del cuerpo vivo de la Iglesia en el mundo.
La mayoría de los bautizados no son “eclesiásticos”, pero todos son Iglesia, y el término (del griego Ecclesía) quiere decir “vocación de muchos”: todos llamados, todos responsables de la nueva evangelización, de comunicar esta gran noticia que transforma nuestra vida.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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