El Papa presidió la celebración Eucarística del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, este domingo 14 de abril, fecha en la que también se celebra la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud
Las aclamaciones de la entrada en Jerusalén y la humillación de Jesús. Los gritos de fiesta y el ensañamiento feroz. Este doble misterio acompaña cada año la entrada en la Semana Santa, en los dos momentos característicos de esta celebración: la procesión con las palmas y ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración de la Pasión. Dejemos que esta acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva, para obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del mal.
Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz que no es distanciamiento, ni impasividad o creerse superhombre, sino abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, vida y misericordia. En toda su misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo por sí mismo, separándose de la obediencia al Padre. Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esa tentación mediante la confianza obediente en el Padre.
También hoy, en su entrada en Jerusalén, nos muestra el camino. Porque en ese acontecimiento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad. El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, falsos compromisos. Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados... Una forma sutil de triunfalismo es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia (De Lubac). Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión.
El Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de Israel. Hasta el punto que, a los fariseos que le pedían que reprochara a sus discípulos por sus escandalosas aclamaciones, les respondió: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Humildad no significa negar la realidad, y Jesús es realmente el Mesías, el Rey. Pero, al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo Él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar sitio a Dios; y para dejar sitio a Dios solo hay un modo: despojarse, vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse. Con la cruz no se puede negociar: o se abraza o se rechaza. Y con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en él.
Tras Él, la primera que lo recorrió fue su madre, María, la primera discípula. La Virgen y los santos han tenido que sufrir para caminar en la fe y en la voluntad de Dios. Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón» (cfr. S. Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 17). Es la noche de la fe. Pero solo de esa noche despunta el alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande [...]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33). En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar.
Precedidos por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el camino de la humildad y la obediencia. Hoy, Jornada Mundial de la Juventud, quiero recordar a tantos santos y santas jóvenes, especialmente a los “de la puerta de al lado”, que solo Dios conoce, y que a veces le gusta revelarnos por sorpresa. Queridos jóvenes, no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que vive, que es vuestra vida. Y al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz. Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os fieis por completo del Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el camino del Reino de Dios.
Aclamaciones de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su Pasión es impresionante. Vence también la tentación de responder, de ser “mediático”. En los momentos de oscuridad y gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz. Será necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro lugar seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cfr. Mc 4,37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cfr. 1P 3,15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección.
El Papa Francisco en la oración del Ángelus se ha dirigido especialmente a los jóvenes, animándolos a crecer en la fe y en el servicio a los hermanos, a partir de la lectura de la Exhortación ‘Cristo Vive’:
Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos los que habéis participado en esta celebración y a cuantos se han unido a nosotros a través de los medios de comunicación. Este saludo se extiende a todos los jóvenes que hoy, en torno a sus Obispos, celebran la Jornada de la Juventud en cada diócesis del mundo. Queridos jóvenes, os invito a hacer vuestras y vivir en la vida ordinaria las indicaciones de la reciente Exhortación apostólica Christus vivit, fruto del Sínodo que involucró también a tantos de vuestros coetáneos. En ese texto cada uno puede hallar puntos fecundos para su vida y su camino de crecimiento en la fe y en el servicio a los hermanos.
En el contexto de este domingo quiero regalaros a todos los que estáis en la Plaza de San Pedro un rosario especial. Esos rosarios de madera de olivo fueron realizados en Tierra Santa expresamente para el Encuentro Mundial de los Jóvenes de Panamá del pasado enero y para la Jornada de hoy. Renuevo por eso a los jóvenes y a todos mi llamamiento a rezar el Rosario por la paz, de modo particular por la paz en Tierra Santa y en Medio Oriente.
Y ahora nos dirigimos a la Virgen María, para que nos ayude a vivir bien la Semana Santa.
Angelus Domini…
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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