El Papa ha dedicado la catequesis semanal a la petición del Padrenuestro “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
Queridos hermanos:
Consideramos hoy la petición del Padrenuestro, que dice: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. En toda oración del cristiano se contiene una petición de perdón a Dios, ya que por muy santa que sea nuestra vida siempre somos deudores ante Dios. Por eso la soberbia es la actitud más negativa en la vida cristiana. Se arraiga en el corazón sin que muchas veces nos demos cuenta, e incluso afecta a las personas que llevan una intensa vida religiosa. Nos hace creer que somos mejores que los demás, casi semejantes a Dios, amenazando así con romper la fraternidad.
En definitiva, somos deudores porque todo lo hemos recibido: la existencia, los padres, la amistad, la belleza de la creación… En nuestra vida personal se refleja también como un mysterium lunae. Al igual que la luna no brilla con luz propia sino que refleja la luz del sol, también nosotros reflejamos una luz que no es nuestra, sino que la hemos recibido. De esta manera, si amamos es porque hemos sido amados antes; si perdonamos es porque antes hemos sido perdonados. Y en esta cadena de amor que nos precede reconocemos la presencia providente de Dios que nos ama. Ninguno ama a Dios tanto como Él nos ha amado a nosotros. Basta que miremos a Cristo en la cruz para descubrir la desproporción entre su amor y el nuestro.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. El día no es tan bueno, pero, de todos modos, buenos días. Después de haber pedido a Dios el pan de cada día, la oración del Padrenuestro entra en el campo de nuestras relaciones con los demás. Y Jesús nos enseña a pedir al Padre: «perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12). Lo mismo que necesitamos el pan, así necesitamos el perdón. Y eso, cada día.
El cristiano que reza pide ante todo a Dios que se le perdonen sus deudas, es decir, sus pecados, las cosas feas que tiene. Esa es la primera verdad de toda oración: aunque fuésemos personas perfectas, santos cristalinos que nunca se desvían de una vida de bien, siempre seremos hijos que le deben todo al Padre. ¿Cuál es la actitud más peligrosa de toda vida cristiana? El orgullo. Es la actitud de quien se pone delante de Dios pensando que siempre tiene las cuentas en orden con Él: el orgulloso cree que todo lo tiene controlado. Como aquel fariseo de la parábola, que en el templo piensa que reza, pero en realidad se alaba a sí mismo delante de Dios: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás”. La gente que se siente perfecta, la gente que critica a los demás, es gente orgullosa. Ninguno es perfecto, nadie. Por contra, el publicano que estaba al fondo del templo, un pecador despreciado por todos, se queda en el umbral del templo, no se siente digno de entrar, y se encomienda a la misericordia de Dios. Y Jesús comenta: «Este, a diferencia del otro, volvió a su casa justificado» (Lc 18,14), o sea, perdonado, salvado. ¿Por qué? Porque no era orgulloso, porque reconocía sus límites y sus pecados.
Hay pecados que se ven y pecados que no se ven. Hay pecados escandalosos que hacen ruido, y también hay pecados sutiles que se esconden en el corazón sin darnos cuenta. El peor de esos es la soberbia que puede contagiar incluso a personas que viven una vida religiosa intensa. Había una vez un convento de monjas1, en el año 1600-1700, famoso, en la época del jansenismo: eran perfectísimas y se decía de ellas que eran “purísimas como ángeles y soberbias como demonios”. Es feo. El pecado divide la fraternidad, el pecado nos hace presumir de ser mejores que los demás, el pecado nos hace creer que somos semejantes a Dios. En cambio, ante Dios todos somos pecadores y tenemos motivo para darnos golpes de pecho −¡todos!−, como aquel publicano del templo. San Juan, en su primera Carta, escribe: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros» (1Jn 1,8). Si te quieres engañar a ti mismo, di que no tienes pecado: así te estás engañando.
Somos deudores sobre todo porque en esta vida hemos recibido tanto: la existencia, un padre y una madre, la amistad, las maravillas de la creación... Aunque a todos nos toque atravesar días difíciles, debemos siempre acordarnos de que la vida es una gracia, es el milagro que Dios ha sacado de la nada. En segundo lugar somos deudores porque, aunque logremos amar, ninguno es capaz de hacerlo con sus solas fuerzas. El amor verdadero es cuando podemos amar, pero con la gracia de Dios. Ninguno brilla con luz propia. Es lo que los teólogos antiguos llamaban el mysterium lunae, no solo en la identidad de la Iglesia, sino también en la historia de cada uno. ¿Qué significa ese mysterium lunae? Que es como la luna, que no tiene luz propia: refleja la luz del sol. Igual nosotros, no tenemos luz propia: la luz que tenemos es un reflejo de la gracia de Dios, de la luz de Dios. Si amas es porque alguien, fuera de ti, te sonrió cuando eras un niño, enseñándote a responder con una sonrisa. Si amas es porque alguien junto a ti te despertó al amor, haciéndote comprender que en eso reside el sentido de la existencia.
Intentemos oír la historia de alguna persona que se haya equivocado: un encarcelado, un condenado, un drogadicto… conocemos tanta gente que se equivoca en la vida. Salvo la responsabilidad, que siempre es personal, alguna vez te asalta la pregunta acerca de quién debe ser inculpado de sus errores, si solo su conciencia, o la historia de odio y abandono que llevan a cuestas. Ese es el misterio de la luna: amamos porque hemos sido amados, perdonamos porque hemos sido perdonados. Y si alguno no ha sido iluminado por la luz del sol, se vuelve gélido como la tierra en invierno.
¿Cómo no reconocer, en la cadena de amor que nos precede, también la presencia providente del amor de Dios? Ninguno ama a Dios como Él nos ama. Basta ponerse delante de un crucifijo para ver la desproporción: Él nos amó y siempre nos ama antes. Pidamos pues: Señor, hasta el más santo entre nosotros no deja de ser tu deudor. ¡Oh Padre, ten piedad de todos nosotros!
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, en concreto a los jóvenes de las diócesis de Rouen y Le Havre, acompañados por sus respectivos obispos: monseñor Dominique Lebrun y monseñor Jean-Luc Brunin, y a los numerosos grupos de jóvenes franceses. Como pronto celebraremos la Pasión y Resurrección de Jesús, acordémonos que en la cruz Dios nos amó más que nosotros le amaremos nunca, por tanto pidámosle que tenga piedad de nosotros. ¡Dios os bendiga!
Saludo a peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Irlanda, Bélgica, Dinamarca, Noruega, Australia, Sri Lanka y Estados Unidos de América. Deseo a todos que el camino cuaresmal nos lleve a la Pascua con el corazón purificado y renovado por la gracia del Espíritu Santo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz en Cristo nuestro Redentor.
Saludo de corazón a los peregrinos de lengua alemana. Una especial bienvenida a la comisión cultural de la provincia de Waldshut-Tiengen en Alemania, al grupo de la pastoral juvenil Thurgau en Suiza y a los acólitos de Eupen en Bélgica. Vivamos siempre agradecidos por la inmensa bondad de Dios que en Jesús nos colma de su gracia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina. Acercándonos cada vez más a las fiestas de Pascua, los animo a no dejar de mirar a Cristo en la cruz, para que su amor purifique todas nuestras vidas y nos libre del orgullo de pensar que somos autosuficientes. Que la gracia de la resurrección de Cristo transforme totalmente nuestra vida. Que Dios los bendiga.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, os saludo cordialmente, deseándoos –en este tiempo de cuaresma– la gracia de experimentar la gran bendición que es el perdón de Dios, que nos hace capaces de mirar al mundo con más bondad. Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los de Jordania, Tierra Santa y Medio Oriente. Aprendamos que el perdón de Dios va unido al perdón que damos a nuestros hermanos. Dice Cristo: “perdonad y seréis perdonados... porque con la medida que uséis, se os medirá a vosotros” (Lc 6,37-38). ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!
Doy la cordial bienvenida a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, nos acercamos al Domingo de Ramos que nos introducirá en la Semana Santa de la Pasión del Señor. Abramos nuestros corazones al amor de Dios “que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rm 8,32), por nuestra salvación. Sea este un tiempo de misericordia y de gracia para vosotros y para vuestros seres queridos. ¡Dios os bendiga!
Saludo con cariño a los peregrinos croatas, en especial a la delegación de la Academia militar de Croacia, acompañada por el Obispo Castrense Mons. Jure Bogdan. Que la bendición de Dios sea siempre sobre vosotros y vuestras familias, para que con la misión que se os ha confiado podáis actuar por el bien común de la sociedad humana. Saludo igualmente a la Sociedad coral “Kolo” de Šibenik, con ocasión del 190º aniversario de su fundación. De corazón os bendigo a todos. ¡Sean alabados Jesús y María!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra saludar a las Religiosas que participan en el Curso de la Unión Superior de Mayores de Italia y de la Pontificia Facultad de Ciencias de la Educación Auxilium. Saludo a los grupos parroquiales, especialmente a los de Codivara y San Marco di Castellabate; a los familiares de los militares fallecidos en el extranjero en tiempo de paz; al Conservatorio San Niccolò di Prato y a los Institutos de enseñanza, en concreto al de Grottammare.
Un pensamiento especial para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Estamos concluyendo el camino de Cuaresma. La luz y el consuelo de la Pascua del Señor están ya cercanos. Llenos de alegría y de esperanza, preparémonos a hacer nuestros los sentimientos de Cristo y a vivir en plenitud los días de su pasión y glorificación.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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