El reciente encuentro en Roma sobre la protección de menores contó con la intervención de Valentina Alzaraki, vaticanista y colaboradora de ‘Palabra’, que resume para nuestra revista el significado de esa ocasión, e insta a la Iglesia a informar con transparencia
Los organizadores de la “cumbre” sobre los abusos a menores me pidieron que les platicara sobre la necesidad de una comunicación transparente para combatirlos. Su deseo era que les aportara mi punto de vista como periodista y les sugiriera algunos consejos prácticos, y así lo hice. Pero quise invocar primero mi condición de mamá y no abandonar esta otra perspectiva en mi intervención, sin perder la periodística.
La Iglesia misma es madre, y como cualquier madre dedica más atención a los hijos frágiles o necesitados. En el caso de los abusos por parte de un clérigo, ese es precisamente el caso de cualquier niño o joven que haya vivido la tragedia de ser víctima. La Iglesia no debe poner al abusador por delante, ni al posible encubridor, sino a la víctima. Por eso, como periodista y como madre, les invité con toda claridad a preguntarse: “¿Son ustedes enemigos de los abusadores y de los encubridores tanto como lo somos nosotros? Si ustedes están en contra de los abusadores y de los encubridores, estamos del mismo lado. Podemos ser aliados, no enemigos. Pero si ustedes no se deciden de manera radical a estar del lado de los niños, de las mamás, de las familias, de la sociedad civil, tienen razón a tenernos miedo, porque los periodistas, que queremos el bien común, seremos sus peores enemigos”. Creo que la situación actual debería llevar los clérigos a entender que los periodistas no somos los enemigos, solo queremos informar y si a veces somos duros y rigurosos con la Iglesia es porque esperamos de ella la ejemplaridad que responde a su autoridad moral.
En mi ponencia afirmé que también el encubrimiento y el silencio o falta de transparencia son de alguna manera, abusos. En este último tema quiero centrarme ahora. La falta de transparencia es una nueva violencia a las víctimas, alienta un clima de sospecha y desconfianza, y provoca la rabia y el odio hacia la institución; además, en nuestra época esconder un secreto es muy difícil. Uno de los consejos prácticos que compartí es, precisamente, que cuando una acusación se demuestra creíble, lo mejor que puede hacer la Iglesia, en el nivel que sea, es informar con claridad y de forma tempestiva de lo que procede, de lo que están haciendo, de las medidas adoptadas. Les ofrecí tres puntos concretos, para poner en práctica la transparencia a la hora de comunicar sobre abusos sexuales a menores.
El primero es que se debe poner a las víctimas en primer plano. Ellas han de ser primer punto de referencia. El Papa ha dado ejemplo, y antes de la reunión pidió a los obispos que se reunieran con víctimas, les escucharan y se pusieran a su disposición. Es difícil informar y comunicar algo de lo que no se tiene un conocimiento directo; en este caso de los abusos, si no se ha compartido su dolor y percibido las heridas que los abusos han provocado en ellas. La experiencia quedará reflejada en la forma en la que enfrentan el problema, así como en la manera en la que lo comunican.
El segundo punto es dejarse aconsejar por personas con criterio que les pueden ayudar, entre las cuales debería haber siempre comunicadores. Creo que es indispensable que todas las estructuras eclesiásticas inviertan en la comunicación con personas preparadas para hacer frente a las exigencias de transparencia del mundo actual. Sobre todo, la figura del portavoz es clave. No sólo debe ser una persona muy preparada, sino que debe contar con la absoluta confianza del obispo y tener un acceso directo a él las 24 horas del día. En cualquier momento puede haber necesidad de reaccionar, aunque sería mejor que los obispos fueran los primeros en dar la noticia.
Tercero: es necesario profesionalizar la comunicación, para comunicar mejor. Considero fundamental que a todos los niveles haya estructuras muy ágiles y flexibles que proporcionen información certera con rapidez. La información puede ser incompleta, a falta de una mayor investigación, pero la respuesta no puede ser el silencio o el no comment, pues los periodistas buscaríamos las respuestas en terceros. Invertir en la comunicación es una inversión a largo plazo.
Mientras hablaba veía frente a mí algún rostro sonriente que parecía reflejar sintonía con mi análisis, pero también vi rostros de personas que seguían pensando que la prensa es parte del problema y no parte de la solución. Yo estoy convencida de que todos podemos ser parte de la solución si unimos nuestras fuerzas para descubrir las manzanas podridas y apartarlas de las sanas, que afortunadamente siguen siendo la gran mayoría.
Los periodistas no somos perfectos ni superiores a nadie, pero los que estamos del lado de los más débiles e indefensos queremos seguir siendo su voz, no para juzgar a los que no lo están sino para invitarlos a ponerse del lado justo, el único lado, en el que una institución como la Iglesia, que es ante todo madre, puede y debe estar.