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El discernimiento eclesial o “pastoral” trata de percibir los signos por los que Dios manifiesta su voluntad en el tiempo presente, para que la Iglesia como tal, las comunidades o los grupos eclesiales puedan mejorar el modo en que participan de la evangelización
El Instrumento de trabajo para el Sínodo sobre la nueva evangelización tiene una introducción, cuatro capítulos y una conclusión. Nos detenemos ahora en la introducción.
El marco de la única misión, en la estela del Concilio Vaticano II
La nueva evangelización se sitúa en el marco de la única misión de la Iglesia: es decir, la transmisión de la fe, que se realiza a través de diversas tareas. Puede decirse que estas tareas son cuatro: la evangelización “ordinaria” de la Iglesia (esto es, su autoevangelización o la formación permanente de los católicos), la tarea misionera (las “misiones”, dirigida a los no cristianos e incluso a los no creyentes), la tarea ecuménica (dirigida a promover la unión con los cristianos no católicos); y la tarea que tiene como destinatarios aquellos cristianos que se han alejado de la Iglesia y de la vida cristiana.
El marco de referencia para la reflexión actual sobre esta tarea, está constituido por el Concilio Vaticano II (del que se celebran 50 años), el Catecismo de la Iglesia Católica (20º aniversario) y otros documentos: principalmente la exhortación postsinodal de Pablo VI, Evangelii nuntiandi (1975), sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, la encíclica de Juan Pablo II, Redemptoris missio (1990), sobre la permanente validez del mandato misionero, y su Carta apostólica Novo millenio ineunte (2001), al concluir el gran jubileo del año 2000. Además, claro está, de las enseñanzas del pontificado actual.
Un Sínodo para el diálogo y el discernimiento
Lo que se espera del Sínodo es que, recogiendo las respuestas venidas de todo el mundo, que testimonian los procesos, ya en marcha, «de verificación de las propias prácticas de anuncio y testimonio de la fe», sea una ocasión «de escucha, de discernimiento y, sobre todo, para dar unidad a las opciones que han de hacerse».
Es de destacar aquí el término discernimiento, del latín “discernere”, distinguir o percibir las diferencias. En el vocabulario cristiano el discernimiento espiritual expresa la importancia de distinguir las buenas inspiraciones, que vienen de Dios, de las malas, que provienen de lo que se opone a Dios. Aplicado al conjunto de la Iglesia, el discernimiento eclesial o “pastoral” trata de percibir los signos por los que Dios manifiesta su voluntad en el tiempo presente, para que la Iglesia como tal, las comunidades o los grupos eclesiales puedan mejorar el modo en que participan de la evangelización.
Este discernimiento se lleva a cabo mediante la oración, el estudio y el diálogo. «Se espera estímulo (dice el documento de trabajo), pero también una confrontación y una actitud orientada a compartir instrumentos de análisis y ejemplos de acción».
El texto vuelve con frecuencia sobre esta necesidad del discernimiento. La nueva evangelización se considera a la vez como exigencia, ocasión para el discernimiento y estímulo para los cristianos. Concretamente, «la nueva evangelización se ha transformado de este modo en discernimiento, es decir, en capacidad de leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas últimas décadas se han creado en la historia de los hombres, para convertirlos en lugares de anuncio del Evangelio y de experiencia eclesial».
El discernimiento afecta, por tanto, a la capacidad de percepción y de reflexión sobre lo que está sucediendo a nuestro alrededor, y también sobre el lenguaje que lo expresa y contribuye a configurarlo. El discernimiento, en el cristianismo, supone una lectura de la realidad desde la oración y con la mirada de la fe; porque en la fe y en la oración se encuentran los principales criterios para valorar el significado de los acontecimientos en la vida personal, social y eclesial.
Discernir es valorar, juzgar y proyectar desde la fe
Desde ahí, con la ayuda de las ciencias humanas y sociales, y con el diálogo entre los implicados en las diversas tareas («lo que a todos afecta, debe ser tratado por todos», según el adagio medieval), se puede llegar a un juicio valorativo sobre la situación. Así se facilita la toma de decisiones por la autoridad y la corresponsabilidad de todos en la misión. Finalmente, el discernimiento pide establecer un proyecto de acción, contando primero con la acción de Dios y su gracia, y sin dejar de concretar los medios para llevar a cabo lo que se propone, así como el método de evaluación que se seguirá.
A nivel humano, el discernimiento es algo necesario para toda persona, grupo social y empresa, que deben confrontar periódicamente su identidad y objetivos con los cambios que trae la vida. El árbol crece con nuevas ramas, frutos y flores a condición de asentarse siempre de nuevo sobre sus raíces y seguir extrayendo de ellas los elementos necesarios para vivir aquí y ahora; mañana lo hará en el marco que la vida depare.
En el caso de los fieles laicos, el discernimiento personal y eclesial les ayuda en su misión propia de ordenar a Dios las realidades temporales desde dentro de la sociedad civil: «Toca a los fieles laicos —ha señalado Benedicto XVI— mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla» (Discurso al Consejo Pontificio de los Laicos, 21-V-2010).
En suma, para cada cristiano y para la Iglesia en su conjunto, a nivel universal y local, el discernimiento es exigencia de la “fe vivida”. Ésta constituye el telón de fondo sobre el que se va desarrollando el proceso del discernimiento, en un círculo que va de la vida a la inteligencia y vuelve a la vida. Y así se va configurando la “fidelidad dinámica” pedida por la vocación y la misión de los cristianos.
Ante las transformaciones actuales
Por lo que se refiere al tema del sínodo, “la nueva evangelización para la transmisión de la fe”, el documento subraya la “novedad” que hoy pide la misión cristiana, habida cuenta de las «transformaciones sociales y culturales, que están modificando profundamente la percepción que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, generando repercusiones también sobre su modo de creer en Dios». Estas transformaciones están produciendo desorientación y desconfianza respecto a la fe que se venía viviendo, y quizá se sigue viviendo, en muchos lugares. En nuestros días, «la fe, considerada como un elemento cada vez más relacionado con la esfera íntima e individual de las personas, se ha transformado en una presuposición para muchos cristianos», que aunque se sigan ocupando de las consecuencias sociales, culturales y políticas de la predicación del Evangelio (cabría aquilatar hasta qué punto), «no se han preocupado suficientemente por mantener viva la propia fe y la de sus comunidades».
La llamada universal a la santidad y al apostolado
Ante esta situación el texto emplea dos imágenes de la predicación de Benedicto XVI: el desierto y la vida plena: Se trata de «rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud» (Homilía en el comienzo del ministerio petrino, 24-IV-2005). Por tanto, sigue el documento, no se trata simplemente de promover iniciativas inéditas para difundir el Evangelio, «sino más bien de vivir la fe en una dimensión de anuncio de Dios», pues, en palabras de Juan Pablo II, «¡La fe se fortalece dándola!» (Redemptoris missio, n. 2).
El documento deja claro desde su introducción que «el origen de todo este programa se encuentra en el Concilio Vaticano II»; y que, en su misma perspectiva, no se pretende dar respuestas marcadas por el pesimismo o la renuncia, «sino inspiradas en la fuerza creadora de la llamada universal a la salvación». A esta llamada de todos los hombres a la salvación, corresponde la llamada de todos los bautizados a la evangelización o al apostolado; pues la evangelización, se afirma, «es la energía que permite a la Iglesia realizar su objetivo: responder a la llamada universal a la santidad».
Nueva evangelización, renovación de la Iglesia y de cada uno personalmente
Si todo esto pide una renovación de medios y lenguaje, implica una renovación de la Iglesia y de cada cristiano personalmente. Benedicto XVI ha explicado que, según una adecuada interpretación del Concilio Vaticano II, la renovación de la Iglesia debe realizarse «en la continuidad» (cf. Discurso a la Curia, 22-XII-2005). Esto puede ponerse en relación con lo que sucede con cualquier persona que sigue viva a lo largo del tiempo “ella misma”, a condición de que se realice en ella la renovación psicosomática y espiritual que exige su vivir cada fase de su existencia. Es ahí donde se inserta el discernimiento.
Para facilitar el discernimiento, el Documento de trabajo se divide en cuatro capítulos: Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre; el tiempo de la nueva evangelización; transmitir la fe; reavivar la acción pastoral (donde se examinan algunos elementos y modos de la nueva evangelización que requieren una atención más particular). Concluye volviendo al principio: la contemplación de Jesucristo, Evangelio que da esperanza, y, en consecuencia, la alegría de evangelizar.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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