La distancia de la Europa de 1962 y la de cincuenta años después se ha hecho muy elocuente en el acto de Reims
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De Gaulle y Adenauer sabían que el futuro de Europa, que querían construir juntos, sólo podía hacerse con conciencia histórica. La distancia de la Europa de 1962 y la de cincuenta años después se ha hecho muy elocuente en el acto de Reims. Eso sí: el ángel de la sonrisa nos sigue contemplando y acompañando
Hay símbolos que lo dicen todo. Y hay diferencias que también lo expresan todo. De Gaulle quiso sellar la reconciliación franco-alemana, piedra angular de una Europa unida, de la manera más solemne posible. Y propuso a Adenauer hacerlo en la catedral de Reims. Reims es la historia de Europa. Allí fue coronado Ludovico Pío, el hijo del emperador Carlomagno, y a partir de entonces los reyes de Francia. La catedral vivió los avatares de la convulsa historia europea. Y fue víctima de su devastación en la primera gran guerra del siglo XX. Pero sus ángeles sobrevivieron.
De Gaulle y Adenauer sabían que el futuro de Europa, que querían construir juntos, sólo podía hacerse con conciencia histórica. El domingo 8 de julio de 1962 los dos grandes estadistas entraban juntos en una catedral abarrotada, donde se celebró una misa solemne, la misa de la reconciliación. El arzobispo Marty dijo en su homilía: «la paz se engendra en el laboratorio del amor y los minerales de este laboratorio son la justicia y la caridad». Las fotografías nos hacen presente hoy las impresionantes imágenes de Adenauer y De Gaulle en dos sitiales al pie del altar. La ceremonia tuvo una honda densidad religiosa. No busquemos solamente la razón en que los dos estadistas eran católicos. Ambos intuían que tal dimensión hacía la reconciliación más profunda, que respondía a la historia de Europa y que la sociedad europea de entonces la veía y aceptaba con naturalidad. Las raíces cristianas de Europa estaban vigentes.
Cincuenta años después Francois Hollande y Angela Merkel han querido conmemorar aquel acontecimiento histórico. Y han hecho bien, porque, en medio de las dificultades por las que atraviesa el proyecto europeo, merecía la pena reavivar esa su piedra angular, de la que, en alguna manera, dependemos todos los europeos. También este año el 8 de julio ha sido domingo. Pero la ceremonia ha sido de naturaleza muy diferente. El cronista de Le Figaro señala que «la dimensión religiosa ha sido reducida al mínimo». Apenas el arzobispo Jordan, en una brevísima alocución, ha podido evocar la homilía de su predecesor y ha subrayado la "dimensión sagrada" del compromiso de aquellos "dos visionarios".
El grueso de la ceremonia se ha celebrado fuera del templo, en el bellísimo pórtico de la catedral. Allí los dos mandatarios, Hollande y Merkel, han renovado los compromisos de hace cincuenta años y los han proyectado hacia el futuro. Pero, ¿el espíritu es el mismo? Probablemente Plácid García-Planas exagera, en su excelente crónica de La Vanguardia, cuando sardónicamente dice «Hoy Charles De Gaulle milita en el racista ‘Front National’ y Konrad Adenauer se acaba de afiliar al partido euroescéptico ‘Freie Wähler’». En vísperas del encuentro se ha producido un fenómeno inquietante: la profanación de tumbas de soldados alemanes en un cementerio militar de las Ardenas.
La distancia de la Europa de 1962 y la de cincuenta años después se ha hecho muy elocuente en el acto de Reims. El "humus" cristiano ya no está en el centro de un encuentro histórico con el sello de algo tan hondo como es la reconciliación. El desplazamiento de la ceremonia de dentro a fuera de la Catedral es el mejor signo de la secularización en la que vive la Europa de hoy. La Catedral permanece erguida, imponente y bellísima. Pero ya sólo sirve su pórtico como trasfondo de la Europa que hoy estamos construyendo, ¿con qué cimientos, con qué raíces? Eso sí: el ángel de la sonrisa nos sigue contemplando y acompañando.