El Santo Padre reitera la misión espiritual de la cabeza de la Iglesia, que no pretende interferir en la vida de los Estados, sino manifestar su deseo de servir...
Desde tiempo inmemorial, el obispo de Roma dedica una audiencia al comienzo de año al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede −por cierto, no deja de crecer en número−, para felicitarles y manifestar sus deseos de concordia y paz en el mundo, sin excluir las cuestiones más problemáticas, como en estos momentos la carrera de armamentos o la defensa del planeta. Su discurso suele reflejar un balance del año trascurrido y las inquietudes para el año que comienza. Sirvan estas líneas para motivar una lectura detenida del texto, no excesivamente largo.
El papa manifiesta su estima por el trabajo diplomático que consolida las relaciones entre los diversos países y la Santa Sede, que se refuerza con la firma o ratificación de tantos acuerdos. Recuerda de hecho diversos textos de 2018, tanto concordatarios como multilaterales. Así como sus viajes pastorales de ese período.
Francisco reitera lógicamente la misión espiritual de la cabeza de la Iglesia, que no pretende interferir en la vida de los Estados, sino manifestar su deseo de servir a las necesidades de las personas y de las comunidades en todos los rincones del mundo, en primer lugar contribuir a la paz y la reconciliación, allí donde es particularmente necesario, como señaló Pablo VI en 1965, en el primer discurso de un papa romano ante la asamblea general de la ONU.
Había cierta expectación sobre las relaciones del Vaticano con China. Estas fueron las palabras, que confirman la provisionalidad del acuerdo alcanzado el 22 de septiembre sobre nombramiento de obispos: “es fruto de un largo y ponderado diálogo institucional, mediante el cual se han llegado a fijar algunos elementos estables de colaboración entre la Sede Apostólica y las Autoridades civiles. Como he podido mencionar en el Mensaje que he dirigido a los católicos chinos y a la Iglesia universal, había readmitido ya precedentemente a la plena comunión eclesial a los restantes obispos oficiales ordenados sin mandato pontificio, invitándolos a trabajar generosamente por la reconciliación de los católicos chinos y por un renovado impulso en la evangelización. Agradezco al Señor porque, por primera vez después de tantos años, todos los obispos en China están en plena comunión con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Y un signo visible de esto ha sido también la participación de dos obispos de China continental en el reciente Sínodo dedicado a los jóvenes. Esperemos que la prosecución de los contactos para la aplicación del Acuerdo Provisional firmado contribuya a resolver las cuestiones abiertas y asegure los espacios necesarios para un desarrollo efectivo de la libertad religiosa”.
Francisco menciona luego expresamente luces y sombras de lugares como Etiopía y Eritrea, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Mali, Níger, Nigeria, Camerún, Palestina, Yemen e Irak, Nicaragua, Venezuela, Ucrania y, de modo particular, Siria y el Oriente Medio con un recuerdo especial para el sufrimiento de tantos cristianos.
De otra parte, en el año del centenario del nacimiento de la Sociedad de Naciones, precedente decisivo de la actual ONU, elogia los criterios inspiradores del intento −fallido por la segunda gran guerra, pero permanente− de “evitar que las relaciones recíprocas sean dominadas por la lógica del dominio que conduce a la guerra”.
Ante el avance de los nacionalismos, el papa reitera su visión “poliédrica” de la globalización, que favorecería una “tensión positiva entre la identidad de cada pueblo y nación, y la globalización misma, según el principio de que el todo es superior a la parte. Y explica que desde esa preocupación propuso centrar su mensaje para la Jornada de la Paz del pasado día primero de enero, al tema La buena política está al servicio de la paz, “porque hay una íntima relación entre la buena política y la pacífica convivencia entre pueblos y naciones. La paz no es nunca un bien parcial, sino que abraza a todo el género humano”. En síntesis, “a la política se le pide tener altura de miras y no limitarse a buscar soluciones de poco calado. El buen político no debe ocupar espacios, sino que debe poner en marcha procesos; está llamado a hacer prevalecer la unidad sobre el conflicto”.
Como es natural, no desaprovecha la ocasión para insistir en la responsabilidad de ocuparse sobre todo de los más débiles, con mención expresa de los migrantes y los refugiados, de las nuevas formas de “esclavitud” en materia laboral, así como de los abusos sexuales y la violencia contra las mujeres, “cuya dignidad fue puesta de relieve por la Carta apostólica Mulieris dignitatem, publicada hace treinta años por el santo Pontífice Juan Pablo II”. Y evoca un criterio esencial que podría iluminar debates actuales en nuestro país: “Ante el flagelo del abuso físico y psicológico causado a las mujeres, es urgente volver a encontrar formas de relaciones justas y equilibradas, basadas en el respeto y el reconocimiento mutuos, en las que cada uno pueda expresar su identidad de manera auténtica, mientras que la promoción de algunas formas de indiferenciación corre el riesgo de desnaturalizar el mismo ser hombre o mujer”.