En su catequesis semanal, durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha meditado sobre la importancia del Padrenuestro
Queridos hermanos y hermanas:
Seguimos con la catequesis sobre el “Padrenuestro” y lo hacemos observando que esta oración se centra en la palabra: “Abbá, Padre”. Esta expresión es tan importante para los cristianos que se ha conservado en su forma original, escuchando en ella la misma voz de Jesús.
San Pablo nos dice que no hemos recibido un espíritu de esclavitud, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: “¡Abbá!, Padre”. El cristiano que ha conocido a Dios y ha escuchado su palabra no lo considera como un tirano al que debe temer, sino que siente confianza y afecto hacia él, como un niño en los brazos de su “papá”.
La parábola del padre misericordioso nos enseña el sentido de la palabra “Abbá” a través de los sentimientos del hijo pródigo. La actitud de la figura del padre de esa parábola, que abraza al hijo después de haberlo esperado por mucho tiempo, nos recuerda el espíritu de la “madre”, que sigue amando y perdonando a los hijos, aunque no lo merezcan.
Para un cristiano, rezar es decir simplemente “Abbá”. En cualquier momento de nuestra vida podemos encontrar la fuerza y la alegría del corazón dirigiéndonos con confianza a nuestro Padre.
Continuando las catequesis sobre el “Padrenuestro”, hoy partimos de la observación de que, en el Nuevo Testamento, la oración parece querer llegar a lo esencial, hasta concentrarse en una sola palabra: Abbà, Padre. Hemos escuchado lo que escribe San Pablo en la Epístola a los Romanos: «Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abbá, Padre!» (8,15). Y a los Gálatas el Apóstol dice: «Y, puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre!» (Gal 4,6). Se repite dos veces la misma invocación, en la que se condensa toda la novedad del Evangelio. Tras haber conocido a Jesús y escuchado su predicación, el cristiano ya no considera a Dios como un tirano al que temer, ya no tienen miedo sino que siente brotar en su corazón la confianza en Él: puede hablar con el Creador llamándolo “Padre”. La expresión es tan importante para los cristianos que a menudo se conserva intacta en su forma original: “Abbà”.
Es raro que en el Nuevo Testamento las expresiones arameas no se traduzcan al griego. Debemos imaginar que en esas palabras arameas queda como “grabada” la voz de Jesús mismo: han respetado el idioma de Jesús. En la primera palabra del “Padrenuestro” encontramos enseguida la radical novedad de la oración cristiana.
No se trata solo de usar un símbolo −en esto caso, la figura del padre− para unirlo al misterio de Dios; se trata en cambio de tener, por así decir, todo el mundo de Jesús trasvasado en el propio corazón. Si hacemos esa operación, podemos rezar de verdad el “Padrenuestro”. Decir “Abbà” es algo mucho más íntimo, y más conmovedor que simplemente llamar a Dios “Padre”. Por eso, alguno ha propuesto traducir esa palabra aramea original “Abbà” como “Papá” o “Papi”. En vez de decir “Padrenuestro”, decir “Papá, Papi”. Nosotros seguimos diciendo “Padrenuestro”, pero con el corazón estamos invitados a decir “Papá”, a tener un trato con Dios como el de un niño con su padre, que dice “papá” y dice “papi”. Porque esas expresiones evocan afecto, evocan calor, algo que nos proyecta al contexto de la edad infantil: la imagen de un niño completamente envuelto por el abrazo de un padre que siente infinita ternura por él. Y por eso, queridos hermanos y hermanas, para rezar bien, hay que llegar a tener un corazón de niño. No un corazón arrogante: así no se puede rezar bien. Como un niño en los brazos de su padre, de su papá, de su papi.
Pero claramente son los Evangelios los que nos introducen mejor en el sentido de esta palabra. ¿Qué significa para Jesús esa palabra? El “Padrenuestro” toma sentido y color si aprendemos a rezarlo después de leer, por ejemplo, la parábola del padre misericordioso, en el capítulo 15 de Lucas (cfr. Lc 15,11-32). Imaginemos esa oración pronunciada por el hijo pródigo, después de haber experimentado el abrazo de su padre que lo había esperado mucho tiempo, un padre que no recuerda las palabras ofensivas que le había dicho, un padre que ahora le hace entender simplemente cuánto lo ha echado de menos. Entonces descubrimos que esas palabras cobran vida, toman fuerza. Y nos preguntamos: ¿es posible que Tú, Dios, conozcas solo amor? ¿Tú no conoces el odio? No −respondería Dios−, yo conozco solo amor. ¿Dónde está en Ti la venganza, la pretensión de justicia, la rabia por tu honor herido? Y Dios respondería: Yo conozco solo amor.
El padre de esa parábola tiene en sus modos de hacer algo que recuerda mucho el ánimo de una madre. Porque son sobre todo las madres las que excusan a los hijos, los encubren, para no romper la empatía con ellos, los siguen queriendo mucho, incluso aunque estos no merecieran nada.
Basta evocar esta sola expresión −Abbà− para que se dé una oración cristiana. Y San Pablo, en sus cartas, sigue esa misma senda, y no podría ser de otra manera, porque es la senda enseñada por Jesús: en esa invocación hay una fuerza que atrae todo el resto de la oración. Dios te busca, aunque tú no lo busques. Dios te ama, aunque tú te hayas olvidado de Él. Dios ve en ti una belleza, aunque tú pienses haber desperdiciado inútilmente todos tus talentos. Dios es no solo un padre, es como una madre que nunca deja de amar su criatura. Por otra parte, hay una “gestación” que dura siempre, más allá de los nueve meses que la física; es una gestación que genera un circuito infinito de amor. Para un cristiano, rezar es decir simplemente “Abbà”, decir “Papá”, decir “Papi”, decir “Padre” pero con la confianza de un niño.
Puede ser que también a nosotros nos toque caminar por senderos lejanos de Dios, como le pasó al hijo pródigo; o caer en una soledad que nos hace sentirnos abandonados en el mundo; o, incluso, equivocarnos y quedar paralizados por un sentido de culpa. En esos momentos difíciles, podemos hallar aún la fuerza de rezar, recomenzando por la palabra “Padre”, pero dicha con el sentido tierno de un niño: “Abbà”, “Papá”. Él no nos esconderá su rostro. Acordaos bien: quizá alguno tenga dentro cosas feas, cosas que no sabe cómo resolver, tanta amargura por haber hecho esto y lo otro… Él no esconderá su rostro. Él no se encerrará en el silencio. Tú dile “Padre” y Él te responderá. Tú tienes un padre. “Sí, pero yo soy un delincuente…”. ¡Pero tienes un padre que te ama! Dile “Padre”, empieza a rezar así, y en el silencio nos dirá que nunca nos ha perdido de vista. “Pero, Padre, yo he hecho esto…” −“Nunca te he perdido de vista, he visto todo. Siempre he estado allí, cerca de ti, fiel a mi amor por ti”. Esa será la respuesta. Nunca os olvidéis decir “Padre”. Gracias.
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos francófonos, especialmente a los jóvenes de Burdeos y Lyon. Ante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, os invito a dirigiros a nuestro Padre común, llamándolo Abba! Dios os bendiga.
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los grupos provenientes de Corea y de Estados Unidos de América. En el contexto de la próxima Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, dirijo un saludo particular a los alumnos del Instituto Ecuménico de Bossey. Mi cordial saludo también a los sacerdotes alumnos del Pontificio Colegio Americano. Sobre todos invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Saludo en particular a la Delegación del Burgenland, acompañada por su Obispo Mons. Ägidius Zsifkovics, y al Comité Festivo del Carnaval de Colonia, junto al Cardenal Rainer Woelki. Dios es nuestro Padre, y podemos estar absolutamente seguros de su amor fiel por nosotros. Que el Espíritu Santo nos haga verdaderos hijos de Dios y nos guíe siempre.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Los animo a dirigirse a Dios como un Padre que nos ama y que sale a nuestro encuentro. No se cansen de llamarlo; porque él como Padre bueno viene a sanar nuestras heridas y a restablecer la alegría de ser sus hijos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa y en particular los de Terrugem, ¡bienvenidos! Pasado mañana inicia el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos; en esos días, intensifiquemos nuestras súplicas y penitencias, para que se acelere la hora en que halle pleno cumplimento el anhelo de Jesús: «Abbá…, ut unum sint −que todos sean uno!». Que descienda la bendición de Dios sobre vuestros pasos y vuestras oraciones comunes por la reunificación de la Iglesia. Gracias.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, acordaos siempre de que Dios-Amor nos comunica su deseo de ser llamado “Abba” Padre, con la total confianza de un niño que se abandona en los brazos de quien le ha dado la vida. Recomencemos con esa palabra y experimentaremos la alegría de ser hijos amados por Dios. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos, en particular al grupo del Santuario de San Estanislao, Patrono de Polonia, que se halla en el lugar de nacimiento del Obispo y Mártir, venidos aquí para recordar el aniversario de la visita que San Juan Pablo II os hizo, poco antes de su elección a la Sede de Pedro. Queridos hermanos y hermanas, en comunión con los santos, rezad con filial confianza: “Abbà −Padre”, pidiendo su bendición para vosotros, vuestras familias y –en estos días– por los jóvenes que en breve encontraré en Panamá. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Sea alabado Jesucristo!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a la Unidad pastoral de Orbetello, al Oratorio parroquial San Pablo y a las Escuelas del distrito. Saludo a los grupos parroquiales, en particular a los de Montoro y Talsano; a la Asociación Júpiter de Capránica y al Instituto De Rosa de Santa Anastasia.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados, que son tantos. Deseo a cada uno que este encuentro reavive la comunión con el ministerio universal del Sucesor de Pedro y, a la vez, sea ocasión de renovación y de gracias espirituales. Invoco sobre todos la alegría y la paz del Señor Jesús.
El próximo viernes, con la celebración de las Vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros, inicia la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, con el tema: “Procurad ser verdaderamente justos”. También este año estamos llamados a rezar para que todos los cristianos vuelvan a ser una única familia, coherentes con la voluntad divina que quiere «que todos sean uno» (Jn 17,21). El ecumenismo no es algo opcional. La intención será la de madurar una común y concorde testimonio en la afirmación de la verdadera justicia y en el apoyo a los más débiles, mediante respuestas concretas, apropiadas y eficaces.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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