Si resulta que tenemos la Verdad, ¿por qué no la transmitimos? ¿Por qué no es atrayente? Quizá es que la hemos reducido a ideas. Y no hemos ido al motor que la pone en marcha: el Amor
El gran problema de la Iglesia actualmente es la credibilidad. No somos creíbles. Y es curioso, porque la Iglesia defiende la Verdad. Hoy resulta también muy llamativo lo que se miente, en todos los ámbitos... Es como si nos hubiéramos acostumbrado a la mentira. No importa tanto la verdad de las cosas y las personas, sino si aquello convence. Las noticias falsas ¿cómo son? “creíbles”. Son, a fin de cuentas, algo que concreta deseos que hay en el ambiente, y como nos gustaría que fueran verdad, las creamos nosotros, les damos paso con normalidad y, encima, nos las creemos. Es el hombre “creador”. Si la realidad no me da la razón, creo otra realidad, una realidad virtual que, por lo menos, me va ilusionando, pero que, al mismo tiempo, me engaña.
¿Cómo hacer creíble a Jesús y su Evangelio? ¿Con ideas, con doctrinas? Poner en marcha tan solo ideas nos pone al mismo nivel que las otras ideas que están en circulación y, muchas veces, esas otras ideas son mucho más atractivas que las nuestras, porque, las más de las veces, son cómodas y presentan todas las facilidades para adherirse a ellas. No nos engañemos, sigue pegando lo oriental y la new age.
Además, se va poniendo en circulación cierto carácter esotérico que resulta muy atractivo, y conecta además con una espiritualidad poco comprometida, un “espíritu sin Dios” y sin responsabilidades. La verdad no es lo más importante. En un mercado religioso, que es lo que hoy se lleva, si nos ponemos a competir con todo tipo de ideas raras, tenemos todas las de perder. Pero tampoco podemos consolarnos y decir que nosotros tenemos o estamos en la Verdad, sencillamente porque hemos de usar las armas de Dios para defenderla y, como no lo hacemos, la Verdad acaba debilitada o desaparecida. Pero ¿cómo lo hacemos?
Hay algo que es genuinamente nuestro, que está en la entraña de nuestra fe y no acabamos de darle paso: que Dios es Amor. Y que se ha encarnado. San Juan evangelista no se cansa de repetirlo. Y sabía muy bien a qué se refería: había escuchado los latidos del Corazón de Jesús. Hay que darle más vueltas a la filiación divina y sus consecuencias, porque la teoría nos la sabemos, pero no le hemos puesto patas, no nos la hemos creído convirtiéndola en vida. Que somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros no es únicamente una certeza, sino algo que cambia la vida.
Si resulta que tenemos la Verdad, ¿por qué no la transmitimos? ¿Por qué no es atrayente? Quizá es que la hemos reducido a ideas. Y no hemos ido al motor que la pone en marcha: el Amor. Hay que pensar más por qué la gente busca testimonios. No únicamente porque les arrebate un toque de afectividad que para nosotros puede ser empalagoso. Esa justificación resulta muy superficial. Es que necesitan puntos de apoyo, algo que les mueva. Ver que Dios cambia vidas concretas. Necesitan luz, que la Luz verdadera los deslumbre. Y no les damos ámbitos donde eso se produzca. Los nuevos métodos: Alpha, Emaús, Hakuna..., la proliferación de adoraciones por tantos sitios, son formas de encender esa luz. ¿Qué tocan “demasiado” el corazón? Pero vamos a ver, ¿qué es lo que hacía Jesús? ¿Qué es lo primero que hizo Pedro tras Pentecostés? Poner fuego.
Nos estamos empeñando en darle a la gente cosas que quizá no siente como algo que necesiten, y lo que creen necesitar, lo que llevan en su interior como deseo, acaban buscándolo en otros sitios. Si una persona que está sufriendo, por ejemplo, un proceso de ruptura matrimonial, y está destrozada porque su marido la ha dejado plantada (o su mujer, tanto da), ¿qué le ofrecemos? ¿Qué solución le damos? Porque esa mujer que está agobiada por su futuro, en su desesperación puede abocarse a que le echen las cartas, o le digan lo que le espera a través de los posos de café. ¿Qué le damos como alternativa? ¿No tendremos que poner de nuestra parte para encender de nuevo la esperanza, sin teorías, con confianza, con empatía, hablándole de un Dios que ama? ¿Y si le ponemos más fuego, ese fuego que Jesús ha traído a la tierra y quiere que arda?