La crisis económica puede convertirse en ocasión de renovación, de mejora para los seres humanos
La crisis que está afectando, de manera más o menos dramática, a todos los países industrialmente avanzados marcará un profundo cambio en el modo de percibir nuestra vida. Hasta ahora, la necesidad de dar un sentido a nuestras existencias, a nuestras acciones y a los sucesos en que cada uno se veía envuelto, fácilmente era sofocada, reducida al silencio por las amplias posibilidades de placeres de los que casi todos podían disfrutar.
Para todos se habían ampliado, naturalmente para cada uno según sus propias posibilidades, las ocasiones de consumo, y a menudo de vacaciones y de distracción casi cotidiana. Cualquier reflexión más profunda, cualquier duda o angustia existencial podían así se acalladas con la adquisición de un nuevo par de zapatos, con un aperitivo o con una tarde fuera. Como si el sentido de la vida fuese sólo mejorar las condiciones materiales, aumentar la paleta de los placeres cotidianos.
Hoy, que estas posibilidades están disminuyendo, si no desapareciendo, para la mayoría de las personas, todos estamos obligados a afrontar la voz interior que pide más, que empuja a buscar el sentido de la vida sobre otras bases, sobre valores más altos y menos caducos. La crisis económica, en consecuencia, puede convertirse en ocasión de renovación, de mejora para los seres humanos.
Una revisión cultural y espiritual que, a su vez —esperemos—, nos conducirá a una renovación radical del tipo de vida que la mayor parte de las personas ha llevado hasta hoy. La crisis es una verificación y un reto, no sólo y no tanto en el aspecto económico-financiero, sino también en un ámbito más amplio, cultural y espiritual: para nosotros, cristianos, una gran ocasión que conviene acoger con esperanza.