Que “la Virgen María nos obtenga la gracia de vivir una Navidad extrovertida: que en el centro no esté nuestro ‘yo’, sino el Tú de Jesús y el tú de nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que necesitan una mano”
Comentando la liturgia de este Domingo, 23 de diciembre, el Santo Padre ha dicho, durante el rezo del Ángelus, que en este IV Domingo de Adviento se pone en primer plano la figura de María, la Virgen Madre, a la espera de dar a luz a Jesús, el Salvador del mundo, como modelo de fe y de caridad
Palabras del Santo Padre
La liturgia de este cuarto domingo de Adviento pone en primer plano la figura de María, la Virgen Madre, que espera dar a luz a Jesús, el Salvador del mundo. Fijemos la mirada en Ella, modelo de fe y de caridad; y podemos preguntarnos: ¿Cuáles eran sus pensamientos en los meses de espera? La respuesta viene precisamente en el texto evangélico de hoy, el relato de la visita de María a su anciana pariente Isabel (cfr. Lc 1,39-45). El ángel Gabriel le había revelado que Isabel esperaba un hijo y estaba ya en el sexto mes (cfr. Lc 1,26.36). Y entonces la Virgen, que acababa de concebir a Jesús por obra de Dios, salió de prisa de Nazaret, en Galilea, para ir a los montes de Judea, y encontrar a su prima.
Dice el Evangelio: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (v. 40). Seguramente la felicitó por su maternidad, como a su vez Isabel saludó a María diciendo: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (vv. 42-43). Y enseguida alaba su fe: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45). Es evidente el contraste entre María, que tuvo fe, y Zacarías, el marido de Isabel, que había dudado, y no creyó en la promesa del ángel y por eso quedó mudo hasta el nacimiento de Juan. Es un contraste.
Este episodio nos ayuda a leer con una luz absolutamente particular el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está lleno de prodigios maravillosos, sino de fe y caridad. María es bienaventurada porque ha creído: el encuentro con Dios es fruto de la fe. Zacarías en cambio, que dudó y no creyó, se quedó sordo y mudo. Para crecer en la fe durante el largo silencio: sin fe se queda inevitablemente sordos a la voz consoladora de Dios; y se queda incapaces de pronunciar palabras de consuelo y de esperanza para nuestros hermanos.
Y lo vemos todos los días: la gente que no tiene fe o que tiene una fe muy pequeña, cuando debe acercarse a una persona que sufre, le dice unas palabras formales, pero no consigue llegar al corazón porque no tiene fuerza. No tiene fuerza porque no tiene fe, y si no tiene fe no salen las palabras que llegan al corazón ajeno. La fe, a su vez, se alimenta de caridad. El evangelista cuenta que «María se levanto y se puso en camino de prisa» (v. 39) a casa de Isabel: de prisa, no con ansia, no ansiosa, sino de prisa, con paz. “Se levantó”: un gesto lleno de amor. Se podría haber quedado en casa para preparar el nacimiento de su hijo, en cambio se preocupa antes de los demás que de sí misma, demostrando con los hechos que es ya discípula de ese Señor que lleva en su seno. El acontecimiento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; además, la caridad auténtica siempre es fruto del amor a Dios.
El Evangelio de la visita de María a Isabel, que hemos escuchado hoy en Misa, nos prepara a vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y de la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de Amor que fecundó el seno virginal de María y que la empujó a acudir al servicio de la anciana pariente. Un dinamismo lleno de alegría, como se ve en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de gozosa exultación en el Señor, que realiza grandes cosas con los pequeños que se fían de Él.
Que la Virgen María nos obtenga la gracia de vivir una Navidad extrovertida, pero no dispersa; extrovertida: que en el centro no esté nuestro “yo”, sino el Tú de Jesús y el tú de los hermanos, especialmente de los que necesitan una mano. Entonces dejaremos sitio al Amor que, también hoy, quiere encarnarse y venir a vivir con nosotros.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, mi pensamiento va, en este momento, a las poblaciones de Indonesia, afectadas por violentas calamidades naturales, que han causado graves pérdidas de vidas humanas, numerosos desaparecidos y sintecho e ingentes daños materiales. Invito a todos a unirse a mí en la oración por las víctimas y sus seres queridos. Estoy espiritualmente cercano a los desplazados y a todas las personas afectadas, implorando de Dios alivio en su sufrimiento. Hago un llamamiento para que no falte a estos hermanos y hermanas nuestra solidaridad y el apoyo de la Comunidad Internacional. Recemos juntos: Avemaría…
Saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de Italia y de otros países. Pasado mañana será Navidad y mi pensamiento va en particular a las familias, que en estos días se reúnen: quien vive lejos de sus padres parte y vuelva a casa; los hermanos procuran encontrarse… En Navidad es bonito e importante estar juntos en familia.
Pero muchas personas no tienen esa posibilidad, por diversos motivos; y hoy quisiera dirigirme de modo particular a todos los que están lejos de su familia y de su tierra. Queridos hermanos y hermanas, nuestro Padre celestial no os olvida y no os abandona. Si sois cristianos, espero que encontréis en la Iglesia una verdadera familia, donde experimentar el calor del amor fraterno. Y a todos los que están lejos de su familia, cristianos y no cristianos, les digo: las puertas de la comunidad cristiana están abiertas, Jesús nace para todos y a todos da el amor de Dios. Os deseo un feliz domingo. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen apetito y hasta la vista!