No hay que esperar a ser un marido o un padre, una esposa o una madre perfectos para hablar sobre la familia, hay que lanzarse sin miedo, porque tenemos entre manos el mensaje más bello y maravilloso que podemos transmitir
Rafael Pich, uno de los pioneros del Family Enrichment (Orientación Familiar) y su impulsor y referente durante muchos años, me dijo una vez una frase que me quedó grabada y he procurado poner en práctica: “lo que quieras aprender, enséñalo”.
La verdad es que, como tantos otros padres, ya estaba practicándola inadvertidamente. Recuerdo perfectamente cómo, por ejemplo, aprendí, y comencé de verdad, a ser ordenado (en su justa medida, que nadie se engañe) cuando tuve que enseñar a mis hijos la virtud del orden. Resultaba evidente que, si ellos no podían dejar la mochila en el recibidor al llegar a casa (con siete hijos, podía transformarse en una cordillera), tampoco papá podía hacerlo. En esto de la educación todos somos maestros y aprendices, y nuestros hijos nos brindan muchas oportunidades de aprender cuando luchamos por enseñarles.
Después, se me presentó la oportunidad de hablar y escribir sobre la familia. Mi primera y sencilla intervención en público, que aún no sé cómo a alguien se le ocurrió pedirme, la tuve, junto con mi mujer, en un congreso de Orientación Familiar en Granada, presentando el programa Primeros Pasos, en cuya elaboración estábamos participando. Consistió en memorizar prácticamente todo lo que habíamos leído acerca de la estimulación temprana y en rezar, con poco éxito, para que nadie nos preguntara nada. Seguía aprendiendo con apariencia de enseñar.
Y así, siguiendo este principio, me fui introduciendo casi sin quererlo en el mundo de la familia y del matrimonio. Con el correr del tiempo, he llegado a la conclusión de que esta es la mejor manera de desarrollar y extender la cultura de la familia que tanto necesita nuestra sociedad. No podemos esperar a saberlo todo, a ser unos expertos pensadores o académicos para hablar de la familia y del matrimonio, porque estas dos realidades son más vida que ciencia.
Los auténticos expertos sobre el matrimonio y la familia somos nosotros, las madres y padres imperfectos pero enamorados de nuestro matrimonio y de nuestra familia, y no podemos sentarnos a contemplar cómo los sociólogos, antropólogos, psicólogos, pedagogos y toda clase de ‘logos’ explican al mundo en qué consiste lo que ellos estudian y nosotros vivimos.
A veces, cuando voy por esos mundos hablando de la familia, la gente me pregunta cómo hemos podido llegar hasta aquí. Y, aunque mucho habría que decir de ese ‘aquí’ (existen muchos ‘brotes verdes’ a favor de la familia que ya iré contando), hay una respuesta relativamente fácil: con frecuencia de impactos. ¿Qué familias, qué matrimonios, qué relaciones de pareja se ven en los medios y se comentan en las conversaciones?
Sobre la familia está casi todo escrito y la mayoría de los que escribimos sobre ella nos limitamos a presentar de manera diferente alguna idea ya conocida. El reto es la divulgación. Y esta nos compete a todos. Hacer cultura de la familia no consiste solo en llevarla a los parlamentos, a las leyes, a los libros, a las aulas, a las series de televisión, a las investigaciones y a los foros internacionales, sino en hablar de ella en todo momento.
Hacer cultura de la familia y del matrimonio es llevarlos conmigo a todas partes, en las palabras, en el móvil, en la cartera, en la mesa de trabajo, en el dedo anular… Es proclamar con naturalidad y omnipresencia nuestra condición de maridos y mujeres enamorados, de padres y madres convencidos, de hijos y hermanos y abuelos y nietos.
Insisto, no hay que esperar a ser un marido o un padre, una esposa o una madre perfectos para hablar sobre la familia, hay que lanzarse sin miedo, porque tenemos entre manos el mensaje más bello y maravilloso que podemos transmitir. Si así no fuera, si el mensajero tuviera que estar a la altura del mensaje, ningún profesor podría dar clases, ningún entrenador dirigir un equipo y ningún cura predicar un sermón.
Vuelvo a la idea inicial: lo que quieras aprender, enséñalo. Si quieres ser mejor esposo, mejor padre, mejor hijo…, intenta enseñar lo que no sabes y acaso no vives porque así descubrirás el camino para hacerlo. Y no te preocupe lo que opinen los demás.