La figura de este sereno héroe contemporáneo continúa siendo sumamente estimulante, sobre todo en tiempos tan desalentadores para la moral como estos
−Señorita Jean Louise, señorita Jean Louise, levántese. Su padre se marcha.
No pasan los años por este conmovedor fotograma de Matar a un ruiseñor, que reproduce la salida en silencio de la sala de vistas de su protagonista bajo la apesadumbrada mirada de un anfiteatro poniéndose en pie tras presenciar su vana defensa de Tom, su representado.
La figura de este sereno héroe contemporáneo continúa siendo sumamente estimulante, sobre todo en tiempos tan desalentadores para la moral como estos. Su ejemplo como padre, como letrado y como respetable ciudadano merece ser rescatado e incluso explicado en las escuelas, en donde debiera ser preceptivo que esta película fuera vista por niños y jóvenes. Durante años, proyecté este fragmento a mis alumnos de derecho, proponiéndoles que se fijaran como meta personal y profesional la decencia de Atticus Finch, aún considerado el más destacado personaje del cine norteamericano de cualquier época.
Harper Lee plasmó en él a su venerado padre, también abogado de provincias y al parecer con similares inclinaciones hacia esa ética que huye de los sermones y anhela ponerse por obra. Sin ceder a los perjuicios y prejuicios de distinto orden que le podría acarrear un peliagudo encargo, Atticus lo asume con deslumbrante naturalidad por simple coherencia, importándole un bledo lo que no sea la búsqueda de la justicia.
Lo que Atticus Finch exhibe a lo largo del filme es la mejor lección de deontología profesional, pero también un soberbio estilo que tendría que recuperarse con cada generación. Sus sabios consejos a sus hijos, su educación con la criada, su propuesta conciliadora antes de cualquier disputa, su respeto a las reglas del juego aunque no necesariamente las comparta o su atrayente honestidad, lo convierten en un excepcional superhombre sin capa, un ejemplo intemporal a seguir.
Piensa además Atticus igual que otro glorioso mito cinematográfico del derecho, el juez Dan Haywood de ¿Vencedores o vencidos?: que una nación y sus ciudadanos son la causa que defienden cuando defender algo es lo más difícil. La Justicia, la verdad y el respeto que merece el ser humano unen en la gran pantalla a estos dos colosales personajes magistralmente interpretados por Gregory Peck y Spencer Tracy, y lo hacen además en unos mismos años, porque estas dos cintas datan de comienzos de los sesenta del pasado siglo, cuando estaban aún recientes las tragedias provocadas por el fanatismo en medio mundo.
En instantes como estos en los que la moral se ve desplazada por modas fugaces que no dejan ningún poso, en los que el dinero y el placer disfrazado de felicidad ocupan la escena, volver la vista al impecable Atticus constituye un formidable revulsivo, de esos que verdaderamente devuelven la fe en el ser humano. El buen padre, jurista y ciudadano de Alabama pudo haberse ahorrado infinidad de problemas de haber claudicado hipócritamente al contexto social de su momento, pero no lo hizo llevado por la ejemplaridad debida a su familia y a su entorno, algo que tiene tanto de sencilla heroicidad por su infrecuencia y valor.
Desde luego, qué bien nos iría si contáramos con más Atticus Finch en cada casa.