¿Amar por necesidad? ¡Una contradicción en los términos! Yo, desde luego, tampoco me hubiera casado así, por necesidad
Andaba yo todavía flotando a la estela de la celebración, íntima e intensa, de mis primeros 34 años de matrimonio, cuando ayer me topé con una interesante entrevista a Laura Pausini, cantante. La entrevista destilaba sentido común y mostraba a una persona luchadora, empática y con energía, a quien no se le ha subido el éxito a la cabeza.
Sin embargo, hubo una respuesta que me desconcertó y que solo puedo entender por las malas experiencias previas de engaños que tuvo la entrevistada. La respuesta inesperada siguió a la pregunta ¿qué tal con su actual pareja?: “Encantada de estos trece años y medio, día a día, y ahora con Paola… y no necesitamos casarnos. ¡Ella nos lo pide! Pero, por ahora, no”.
Y digo que me sorprendió por dos motivos. El primero, que no me encaja mucho con el perfil que muestra la entrevistada de persona que no teme los grandes retos. El segundo, porque nunca se me había ocurrido pensar en el matrimonio como necesidad. Y esta visión, nueva para mí, me ha arrojado no poca luz.
Si esta es la noción de matrimonio que se impone, entiendo perfectamente que la gente no quiera casarse. ¿Amar por necesidad? ¡Una contradicción en los términos! Yo, desde luego, tampoco me hubiera casado así, por necesidad.
Sería como si un montañero dijera que llegar a la cima es una necesidad. Sonaría extraño. Lo necesario es ir preparado, llevar agua, tener buen estado de ánimo, querer llegar, pero alcanzar la cima no es una necesidad: ¡es un reto, una aventura, una osadía! Un escalador no “necesita” llegar a la cima. Quiere hacerlo y lo intenta por todos los medios, preparándose lo mejor que puede para lograrlo, aunque no tenga garantía de éxito.
Porque si el matrimonio se ve como una necesidad, acaba siendo una cobertura, una seguridad, una garantía… y uno deja de luchar, de entregarse.
No. El matrimonio no es una necesidad, como comer, respirar o descansar. El matrimonio es… una cierta locura, de amor, pero locura al cabo. Lanzarse al matrimonio por necesidad es garantía de fracaso. Hay que entrar en él con osadía, con atrevimiento, con decisión. No caben cálculos ni columnas de pros y contras ni falsas seguridades. Nada hay dado ni concedido antes de casarse porque el matrimonio será exactamente lo que nosotros queramos y hagamos que sea. Hace falta recorrerlo día a día, hora a hora, minuto a minuto hacia la única meta que logrará nuestra felicidad: el amor para siempre. Se requiere un cierto espíritu de aventura. El matrimonio no es para aburguesados, que se reclinan en el sofá a la espera de las rentas de sus negocios. Exige no tomarse muy en serio a uno mismo y centrarse en el otro.
El matrimonio es para espíritus magnánimos, almas grandes que no se arredran ante las dificultades, que tienen visión lejana y son capaces de sortear o afrontar los pequeños y grandes riscos que van encontrando en el camino, aunque a veces tengan que dejar en ellos parte de sí mismos.
El matrimonio es un estilo de vida, el estilo del conquistador que quema las naves al llegar porque no admite la vuelta atrás. Comprendo que esta mentalidad de una entrega total no está muy de moda. Hoy en día los aventureros suelen ir con patrocinadores, promotores, anunciantes, ropa técnica y avituallamiento. Y habrá quizá un momento en el matrimonio en que haya que ir a buscar todo eso porque la meta merece la pena y cualquier ayuda puede ser decisiva.
Pero hay un momento inicial en que uno se encuentra consigo mismo y ha de decidir si se casa o no se casa, si se lanza o no se lanza. Si espera a necesitarlo, a asegurarlo todo, en lugar de casarse, acabará firmando un contrato, como si el matrimonio residiera en un papel. Si ve la meta, a lo lejos, exigente pero atractiva, sugerente y seductora, con picos y con valles, con ríos, riscos y colinas, con flores y espinas en el camino y no deja de verla ningún día porque ella (él) vale la pena ¡y vale la pena para siempre y pase lo que pase!… Si su visión del amor se asemeja más a una contemplación que a un análisis, a una admiración que a una sospecha, a una diaria novedad que a una rutina… y está dispuesto a entregarse a la más incierta, loca y osada aventura que hoy existe, entonces cásese. Si no, espere a sentir la necesidad.