En su catequesis semanal, durante la Audiencia general de hoy, el Santo Padre continuó hablando del quinto mandamiento, “No matarás”
Continuamos hoy la catequesis sobre el quinto mandamiento del decálogo: «No matarás». Hemos visto cómo a los ojos de Dios toda vida es valiosa, sagrada e inviolable, porque somos su imagen y objeto de su amor infinito.
En el Evangelio que hemos oído, Jesús revela un sentido aún más profundo de este mandamiento: la ira, el insulto y el desprecio contra los demás son también una forma de homicidio. Por eso, indica que si al presentar nuestra ofrenda nos recordamos de haber ofendido a alguien, debemos ir antes a reconciliarnos con esa persona.
¿Qué quiere decirnos Jesús con esto? Que lo importante es el respeto a toda la persona, no sólo a su dimensión física sino también a la espiritual, porque la indiferencia también mata. No amar es el primer paso para matar; y no matar, el primero para amar.
La vida humana tiene necesidad de amor auténtico, un amor como el de Jesucristo, lleno de misericordia, que perdona y acoge sin condiciones. No podemos sobrevivir sin misericordia, todos tenemos necesidad del perdón. Por eso, si matar significa destruir, suprimir o eliminar a alguien, no matar es, en cambio, cuidar, valorizar, incluir y perdonar a los demás.
Hoy quisiera proseguir la catequesis sobre la Quinta Palabra del Decálogo, «No matarás». Ya hemos subrayado que este mandamiento revela que, a los ojos de Dios, la vida humana es preciosa, sagrada e inviolable. Nadie puede despreciar la vida ajena o la propia, pues el hombre lleva en sí la imagen de Dios y es objeto de su amor infinito, cualquiera que sea la condición a la que ha sido llamado a la existencia.
En el texto del Evangelio que hemos escuchado hace poco, Jesús nos revela de este mandamiento un sentido aún más profundo. Afirma que, ante el tribunal de Dios, incluso la ira contra un hermano es una forma de homicidio. Por eso el Apóstol Juan escribirá: «Todo el que aborrece a su hermano es un homicida» (1Jn 3,15). Pero Jesús no se queda en eso y, en la misma lógica, añade que incluso el insulto y el desprecio pueden matar. Y nosotros estamos acostumbrados a insultar, ¿verdad? Y nos viene un insulto como si fuese un respiro. Jesús nos dice: “Detente, porque el insulto hace daño, mata”. El desprecio. “Pero yo… a esa gente, a ese lo desprecio”. Pues eso es una forma de matar la dignidad de una persona. Y sería bueno que esta enseñanza de Jesús entrase en la mente y en el corazón, y que cada uno dijese: “No insultaré nunca más a nadie”. Sería un buen propósito, porque Jesús nos dice: “Mira, si tú desprecias, si tú insultas, si tú odias, eso es homicidio”.
Ningún código humano equipara actos tan diferentes asignándoles el mismo grado de juicio. Y coherentemente Jesús invita incluso a interrumpir la ofrenda del sacrificio en el templo si nos acordamos de que un hermano está ofendido con nosotros, para ir a buscarlo y reconciliarnos con él. Y nosotros, cuando vamos a Misa, deberíamos tener esa actitud de reconciliación con las personas con las que hemos tenido problemas. También si hemos pensado mal de ellas, o las hemos insultado. Pero tantas veces, mientras esperamos a que llegue el sacerdote a decir Misa, se murmura un poco y se habla mal de los demás. Y eso no se puede hacer. Pensemos en la gravedad del insulto, del desprecio, del odio: Jesús los equipara a matar.
¿Qué pretende decir Jesús, extendiendo hasta ese punto el campo de la Quinta Palabra? El hombre tiene una vida noble, muy sensible, y posee un yo recóndito no menos importante que su ser físico. Y así, para ofender la inocencia de un niño basta una frase inoportuna. Para herir a una mujer puede bastar un gesto de frialdad. Para romper el corazón de un joven es suficiente negarle la confianza. Para aniquilar a un hombre basta ignorarlo. La indiferencia mata. Es como decir a la otra persona: “Tú eres un muerto para mí”, porque tú lo has matado en tu corazón. No amar es el primer paso para matar; y no matar es el primer paso para amar.
En la Biblia, al inicio, se lee esa frase terrible salida de la boca del primer homicida, Caín, después de que el Señor le pregunta dónde está su hermano. Caín responde: «No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gen 4,9)[1]. Así hablan los asesinos: “no me concierne”, “son cosas tuyas”, y cosas del estilo. Intentemos responder a esta pregunta: ¿somos nosotros los guardianes de nuestros hermanos? ¡Sí que lo somos! ¡Somos guardianes los unos de los otros! Y ese es el camino de la vida, es la senda del no matarás.
La vida humana necesita amor. ¿Y cuál es el amor auténtico? Es el que Cristo nos ha mostrado, es decir, la misericordia. El amor del que no podemos prescindir es el que perdona, el que acoge a quien nos ha hecho daño. Ninguno de nosotros puede sobrevivir sin misericordia, todos necesitamos el perdón. Por tanto, si matar significa destruir, suprimir, eliminar a alguien, entonces no matar querrá decir cuidar, valorar, incluir. Y también perdonar.
Nadie puede engañarse pensando: “Estoy bien porque no hago nada malo”. Un mineral o una planta tienen ese tipo de existencia, pero un hombre no. Una persona −un hombre o una mujer− no. A un hombre o a una mujer se le pide más. Hay un bien que hacer, preparado para cada uno de nosotros, cada uno el suyo, que nos hace nosotros mismos a fondo. “No matarás” es una llamada al amor y a la misericordia, es una llamada a vivir según el Señor Jesús, que dio su vida por nosotros, y por nosotros resucitó. Una vez repetimos todos juntos, aquí en la Plaza, una frase de un Santo sobre esto. Quizá nos ayude: “No hacer el mal es algo bueno. Pero no hacer el bien no es bueno”. Siempre debemos hacer el bien. Ir más allá.
Él, el Señor, que encarnándose santificó nuestra existencia; Él, que con su sangre la hizo inestimable; Él, «el autor de la vida» (Hch 3,15), gracias al cual cada uno es un regalo del Padre. En Él, en su amor más fuerte que la muerte, y por el poder del Espíritu que el Padre nos da, podemos acoger la Palabra «No matarás» como la llamada más importante y esencial: o sea, no matar significa una llamada al amor.
Me alegra saludar a los peregrinos venidos de Francia y de varios países francófonos, en particular a los peregrinos de Chambéry y Nancy, con sus obispos: Mons. Ballot y Mons. Papin; a los jóvenes provenientes de Versalles, París, Fougères, Bucquoy, Rouen y Evreux, así como a los peregrinos de Namur. Podemos acoger en Jesús, en su amor más fuerte que la muerte, y por el don del Espíritu del Padre, el mandamiento “no matarás”. Es la llamada más importante y esencial de nuestras vidas: ¡la llamada al amor! ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Escocia, Dinamarca, Islandia, Noruega, Ghana, Nigeria, Sudáfrica, Uganda, Indonesia, Canadá y Estados Unidos de América. En este mes dedicado al rezo del rosario, os acompañe Nuestra Señora del Rosario, y sobre todos vosotros y sobre vuestras familias, invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Me alegra recibir a los peregrinos de lengua alemana. Saludo en particular a los “Schützen” de Drolshagen-Schreibershof y a los diversos grupos de jóvenes, especialmente la Maria Ward Realschule Augsburg, la Liebfrauenschule Berlin, a los monaguillos de St. Remigius Viersen y la peregrinación de los monaguillos de la Archidiócesis de Colonia. ¡Habéis venido muchos, gracias! Que el Señor os ayude a crecer en el amor y os proteja siempre.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Que el Señor Jesús, Autor de la vida, nos conceda comprender que el mandamiento «no matarás» es, ante todo, una llamada al amor y a la misericordia, una invitación a vivir como Él, que por nosotros murió y resucitó. Santa María, Madre de la Misericordia, nos ampare e interceda por nosotros. Muchas gracias.
Saludo a los peregrinos venidos de Portugal y Brasil, en particular a los fieles de Itu, Várzea Paulista y Tubarão. Queridos amigos, cuidar del hermano, especialmente de quien pasa necesidad o es olvidado por la cultura del descarte, significa creer que cada hombre y cada mujer es un don de Dios. No ahorremos esfuerzos para que todas las personas puedan sentirse siempre acogidas y amadas en nuestras comunidades cristianas. ¡Que Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria, Irak y Medio Oriente. Jesús aclaró que el mandamiento de “no matar” comprende también todos los actos y palabras que ofenden y humillan a los demás, disminuyendo su dignidad, como la rabia, la calumnia y el maltrato. Jesús presentó este mandamiento de modo que va más allá de la simple prohibición de matar, para abrirlo al amplio espacio del amor: no matar significa ama y haz lo que quieras. ¡Que el Señor bendiga a todos y os proteja de los malvados!
Doy la bienvenida a los peregrinos polacos. Ayer se cumplieron 40 años de la elección a la Sede de Pedro de Karol Wojtyła, san Juan Pablo II. ¡Un aplauso a San Juan Pablo II! Son siempre actuales las palabras que pronunció el día de la inauguración de su pontificado: ¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! Que sigan inspirando vuestra vida personal, familiar y social; sean ánimo para seguir fielmente a Cristo, para descubrir su presencia en el mundo y en el otro hombre, especialmente en el pobre y necesitado de ayuda. Pues el hombre, como enseñaba el Papa proveniente de la estirpe de los polacos, es la vía de la Iglesia. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a las Capitulares de las Benedictinas Misioneras de Tutzing y a los participantes en el Congreso mundial de Radio María. Saludo a los grupos parroquiales; al personal militar y civil del Comando logístico de la Aeronáutica Militar; a la Delegación del “Pueblo de la familia”; al Centro italiano de ayuda a la Infancia; a la Asociación Niño con hemopatía y a la Comunidad Villa San Francisco.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy se celebra la memoria litúrgica de San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir de Roma. Aprendamos de este santo obispo de la antigua Siria a manifestar con valentía nuestra fe. Por su intercesión, el Señor dé a cada uno la fuerza de la perseverancia, a pesar de las adversidades y las persecuciones.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2259: «La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cfr. Gn 4,8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este fratricidio: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano” (Gn 4,10-11)».
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