En su catequesis semanal, durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha reflexionado sobre el mandamiento “No matarás”, que ha definido como “una muralla defensiva del valor de la vida”
Hoy reflexionamos sobre el quinto mandamiento, que con su formulación se yergue como una muralla defensiva del valor de la vida. Todo el mal del mundo, desde las guerras a la cultura del descarte, se podría resumir como un desprecio a la vida. Es una mentalidad que llega a consentir incluso la supresión de la vida humana en el seno materno en nombre de otros presuntos derechos. ¿Cómo puede ser terapéutico, civil, o simplemente humano, un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su inicio?
Toda violencia y daño contra la vida provienen del miedo. Acoger al otro desafía nuestro individualismo. Pensemos a la llegada de un niño enfermo. Esta situación puede ser dramática, por eso los padres deben ser acompañados y sostenidos para superar sus compresibles miedos. Un niño enfermo, como cualquier persona necesitada y vulnerable, más que un problema es un don de Dios, que nos puede sacar de nuestro egoísmo y hacernos crecer en el amor.
El sentido positivo del mandamiento «no matarás» es que Dios es «amante de la vida». Que la única medida de la vida es el amor, el amor con el que ama Dios. Los ídolos de este mundo: dinero, poder y éxito, son parámetros equivocados para valorar la vida. El amor de Cristo sobre la cruz nos muestra cuánto nos ama Dios, nos dice que cada vida vale la sangre del mismo Cristo.
La catequesis de hoy está dedicada a la Quinta Palabra: no matarás. El quinto mandamiento: no matarás. Ya estamos en la segunda parte del Decálogo, la que se refiere a las relaciones con el prójimo; y este mandamiento, con su formulación concisa y categórica, se alza como una muralla en defensa del valor básico en las relaciones humanas. ¿Y cuál es el valor básico en las relaciones humanas? El valor de la vida[1]. Por eso, no matarás.
Se podría decir que todo el mal realizado en el mundo se resume en esto: el desprecio por la vida. La vida es agredida por las guerras, las organizaciones que explotan al hombre −leemos en los periódicos o vemos en los telediarios tantas cosas−, las especulaciones sobre la creación y la cultura del descarte, y por todos los sistemas que someten la existencia humana a cálculos de oportunidades, mientras un número escandaloso de personas vive en un estado indigno del hombre. Eso es despreciar la vida, o sea, de algún modo, matar.
Un enfoque contradictorio permite incluso la supresión de la vida humana en el seno materno en nombre de la salvaguarda de otros derechos. Pero, ¿cómo puede ser terapéutico, civil, o simplemente humano un acto que suprime la vida inocente e inerme en su origen? Yo os pregunto: ¿es justo “eliminar” una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo contratar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no es justo “eliminar” a un ser humano, aunque sea pequeño, para resolver un problema. Es como contratar un sicario para resolver un problema.
¿De dónde viene todo esto? ¿La violencia y el rechazo de la vida de dónde nacen en el fondo? Del miedo. La acogida del otro es un reto al individualismo. Pensemos, por ejemplo, en cuando se descubre que una vida que está por nacer es portadora de discapacidad, incluso grave. Los padres, en esos casos dramáticos, necesitan una verdadera cercanía, auténtica solidaridad, para afrontar la realidad superando los comprensibles miedos. En cambio, a menudo reciben apresurados consejos de interrumpir el embarazo, que es un eufemismo, porque “interrumpir el embarazo” significa “eliminar a uno”, directamente.
Un niño enfermo es como todo necesitado de la tierra, como un anciano que necesita asistencia, como tantos pobres que luchan por sobrevivir: aquel o aquella que se presenta como un problema, en realidad es un don de Dios que puede sacarme del egocentrismo y hacerme crecer en amor. La vida vulnerable nos indica la vía de salida, la vía para salvarnos de una existencia encerrada en sí misma y descubrir la alegría del amor. Y aquí quisiera detenerme para dar las gracias a tantos voluntarios, agradecer el fuerte voluntariado italiano, que es el más fuerte que yo haya conocido: gracias.
¿Y qué lleva al hombre a rechazar la vida? Son los ídolos de este mundo: el dinero −mejor quitar a este del medio, porque costará−, el poder, el éxito. Esos son parámetros errados para valorar la vida. ¿La única medida auténtica de la vida cuál es? ¡Es el amor, el amor con que Dios la ama! El amor con que Dios ama la vida: esa es la medida. El amor con que Dios ama cada vida humana. Porque, ¿cuál es el sentido positivo de la Palabra «No matarás»? Que Dios es «amante de la vida», como hemos escuchado hace poco en la Lectura bíblica (Sab 11,24-26).
El secreto de la vida nos lo revela cómo lo trató el Hijo de Dios, que se hizo hombre hasta asumir, en la cruz, el rechazo, la debilidad, la pobreza y el dolor (cfr. Jn 13,1). En cada niño enfermo, en cada anciano débil, en cada inmigrante desesperado, en cada vida frágil y amenazada, Cristo nos está buscando (cfr. Mt 25,34-46), está buscando nuestro corazón, para revelar la alegría del amor. Vale la pena acoger cada vida porque cada hombre vale la sangre de Cristo mismo (cfr. 1Pt 1,18-19). ¡No se puede despreciar lo que Dios ha amado tanto!
Debemos decir a los hombres y mujeres del mundo: ¡no despreciéis la vida! La vida ajena, y también la propia, porque también para esta vale el mandamiento: «No matarás». A tantos jóvenes hay que decirles: ¡no desprecies tu existencia! ¡Deja de rechazar la obra de Dios! ¡Tú eres una obra de Dios! ¡No te minusvalores, no te desprecies con las dependencias que te arruinarán y te llevarán a la muerte!
Que nadie mida la vida según los engaños de este mundo, sino que cada uno se acoja a sí mismo y a los demás en nombre del Padre que nos ha creado. Él es “amante de la vida”: es bonito esto, “Dios es amante de la vida”. Y todos le somos tan queridos, que envió a su Hijo por nosotros. Dice el Evangelio: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos de Francia, Suiza e Islas Mauricio, en particular a las diócesis de Vannes y de Saint-Brieuc. ¡Queridos amigos, no despreciéis nunca vuestra existencia, sois una obra de Dios! ¡Donde os encontréis manifestad el valor infinito de la vida humana en todas sus expresiones! Que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los grupos provenientes de Inglaterra, Escocia, Irlanda, Australia, Japón, Malasia, Filipinas, Sri Lanka, Canadá, Curaçao y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Que Dios os bendiga.
Con afecto saludo a los peregrinos de lengua alemana, en particular a los numerosos jóvenes, los grupos escolares del Gauß-Gymnasium Gelsenkirchen, del Collegium Gaesdonck y della Liebfrauenschule Ratingen, y a los participantes en la semana de información de la Guardia Suiza Pontificia. Que el Señor os bendiga y os acompañe en vuestro camino.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a que, siguiendo el ejemplo de Jesús, que vino a dar su vida por nosotros, sepamos acoger y proteger la propia vida y la de los demás en el nombre de Dios Padre. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, dirijo un cordial saludo a todos, en particular a los fieles de la parroquia Nossa Senhora da Paz, de Rio de Janeiro. Este mes de octubre nos anima a perseverar en el rezo diario del Rosario, a ser posible en familia, para que se refleje también en la Iglesia doméstica el modelo de María. El secreto de su serenidad y confianza se encontraba en esta certeza: «Nada es imposible para Dios». Descienda pues sobre vosotros y vuestras familias la Bendición del Señor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Egipto, Líbano y Medio Oriente. No matarás es un mandamiento divino que confirma la sacralidad de la vida humana, como don de Dios, que nadie, en ninguna circunstancia, tiene el derecho de quitar o manipular o despreciar. Matar es un pecado contra Dios, que es el Señor de la vida, contra nosotros mismos y contra el prójimo. ¡Que el Señor os bendiga y os proteja del maligno!
Doy la bienvenida a los peregrinos polacos. Ya antes de venir a la Plaza, he podido saludar a los participantes en la peregrinación de la Archidiócesis de Cracovia, venidos a Roma con ocasión del 40° aniversario de la elección a la Sede de Pedro de Juan Pablo II. Ahora quiero saludar a todos los aquí presentes, y a vuestros paisanos. Junto a vosotros, doy gracias a Cristo, Señor de los tiempos, que quiso llamar de vuestra tierra a este gran Papa, y confiarle la tarea de introducir la Iglesia en el nuevo milenio. Que su enseñanza, su ejemplo de santidad y su intercesión, guíen y protejan nuestro camino diario, a veces difícil, por los caminos del Señor. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Frailes Menores Conventuales; a las Hijas de María Auxiliadora y a las Monjas Franciscanas de la Inmaculada Concepción. Saludo a los grupos escolares; a las parroquias, en particular a la de los Menores, junto a una delegación de Patti, con su Arzobispo Orazio Soricelli; y a la de Ostra Vetere; al Consorcio nacional de los Olivicultores; a la delegación del Ayuntamiento de Cervia; a la Cámara de Comercio de Viterbo; a la Coordinación Sensibilidad Química Múltiple; a la Asociación AVIS de Catanzaro y a la Cruz Roja Italiana de Bellegra.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El mes de octubre está dedicado a las misiones y al rezo del Santo Rosario. Queridísimos, al rezar el Rosario, invocad la intercesión de la Virgen María sobre cada una de vuestras necesidades y sobre la Iglesia, para que pueda ser cada vez más santa y misionera, unida al recorrer los caminos del mundo y acorde en llevar a Cristo a cada hombre.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 5: «La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente».
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