El pasado lunes, 17 de septiembre, el Santo Padre se reunió con un grupo de jóvenes de la diócesis de Grenoble-Vienne
Los males que afligen a la Iglesia, la cercanía a los pobres, la sexualidad y el compromiso de los cristianos en la sociedad; fueron algunos de los temas principales que el Papa trató durante su audiencia con estos jóvenes, y cuyo contenido ha dado a conocer la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
En un ambiente de diálogo cercano y sincero, "pero sobre todo paternal", el Santo Padre respondió sin tabúes a las preguntas que le formularon los chicos y chicas. Preguntas que él mismo definió como realistas y que contestó abiertamente con pasión y ejemplos concretos.
Marion: “Effetá”, como en el rito para los catecúmenos: “effetá” – “ábrete”, para pedir a los jóvenes que abran la boca y tomen la palabra. Eso es lo que hemos hecho: hemos dado la palabra a los jóvenes. Para nosotros, en cambio, es abrir nuestros oídos para escucharles, y luego abrir también nuestro corazón a la presencia del Señor y al Espíritu Santo, para que guíe nuestra vida diocesana.
Santo Padre, me llamo Mathieu, tengo 16 años y mis amigos de clase me preguntan sobre asuntos de actualidad en los que la Iglesia es muy criticada, como la homosexualidad o la pedofilia. Yo respondo lo que me han enseñado, pero en el fondo no sé…
Santo Padre, me llamo Rémy, tengo 14 años y esta es mi pregunta: ¿cómo actualizar hoy el mensaje de la Iglesia para que yo pueda comprenderlo y trasmitirlo a jóvenes que no necesariamente creen?
No puedo responder en francés −no es fácil para mí− a tu pregunta: “¿cómo trasmitir el mensaje de la Iglesia?”. Te diré una palabra que es el secreto para trasmitir el mensaje de la Iglesia: proximidad, cercanía. ¿Y qué significa eso? Significa ante todo hacer lo que hizo Dios con su pueblo. En el libro del Deuteronomio, Dios dice a su pueblo: ¿Qué pueblo tiene dioses tan cercanos, como tú me tienes a mí? Dios se hizo próximo a su pueblo. Pero la cosa no terminó ahí. Quería hacerse tan próximo que se hizo uno de nosotros, hombre. Esa proximidad cristiana es el primer paso: es más, es el ambiente, el clima donde se debe trasmitir el mensaje cristiano. El mensaje cristiano es un mensaje de proximidad.
Luego, sobre el efetá: antes de hablar, escuchar. El apostolado del oído: oír, escuchar. “¿Y luego, padre, hablar?”. No, quieto. Antes de hablar, hacer. Una vez, un joven universitario me hizo esta pregunta: “Yo en la universidad tengo muchos amigos que son agnósticos. ¿Qué debo decirles para que sean cristianos?” Yo le dije: lo último que debes hacer es decirles cosas. Lo último. Antes debes hacer, y él verá cómo vives tu vida. Será él quien te pregunte: “¿Por qué haces eso?” Y entonces le puedes hablar. El ejemplo antes que la palabra. Ese es el marco del mensaje cristiano. Escuchar, hacer, y luego decir, hablar.
Además, el mensaje cristiano no se puede trasmitir “desde el sillón”: siempre está en camino. Siempre. Si no te pones en camino no podrás trasmitirlo. Jesús estuvo tres años en camino. Parecía que vivía en la calle. En camino, siempre, haciendo algo. En camino. Escuchar, dar ejemplo, responder a las preguntas, pero en camino. Un joven que no se pone en camino es un joven jubilado a los veinte años. ¡Es malo jubilarse a los veinte años! No sé si he respondido a tu pregunta.
Buenos días, Santo Padre. Soy Gabriel, tengo 21 años. Con los jóvenes del departamento de Isère, estamos animados por el deseo de ponernos al servicio de los pobres que están a nuestro alrededor. Personalmente, me cuesta vivir la solidaridad en la Iglesia: necesito ser acompañado y orientado para vivir la caridad de manera concreta.
Santo Padre, me llamo Clara-Marie y tengo 16 años. Mi pregunta: ¿qué se espera de nosotros en cuanto jóvenes cristianos, para vivir concretamente esa caridad?
Las dos tienen el mismo tema. Los pobres están en el centro del Evangelio. Cuando yo era seminarista y cura joven en América Latina era el tiempo del ’68; también vosotros lo habéis conocido. Lo que más importaba era la guerrilla, el trabajo político… Y si un cura hacía una labor con pobres, ese cura era “comunista”. Porque la situación política era así… Parecía que el único grupo que se acercaba a los pobres y luchaba por la justicia eran los comunistas. Es al revés: el Evangelio pone a los pobres en el centro. Es más, pone la pobreza en el centro. Si no tienes pobreza de espíritu, no serás bienaventurado, un buen cristiano.
Es la primera de las bienaventuranzas: los pobres de espíritu. Acercarse a los pobres, pero no de arriba abajo. Es lícito mirar a una persona de arriba abajo solo cuando te inclinas para levantarla. En otras situaciones no es lícito mirar a una persona de arriba abajo. Ir a los pobres al mismo nivel, servir a los pobres porque son imagen de Cristo. Y cuando digo pobres, digo pobres de todo: también los pobres de salud, los enfermos; los pobres de dinero; los pobres de cultura; los pobres que han caído en los vicios, en las dependencias.
Cuántos compañeros vuestros están en la droga, por ejemplo: son pobres, pobres del Evangelio. “Pero no, el que está en la droga tiene mucho dinero y familia rica, ese no es pobre”. No, ese es un pobre. Acercarse al pobre para servirlo. Acercarse al pobre para levantarlo. Pero levantarlo juntos, arrodillándome y ayudándole. Cuando tocas la enfermedad de un pobre, estás tocando las llagas de Cristo. Ese es un poco el sentido de los pobres en la Iglesia.
Buenos días, Santo Padre, me llamo Thérèse, tengo 24 años. Muchas veces, en mi vida personal, me he confiado a personas mayores sobre problemas de amor y de sexualidad. Pero siempre he encontrado falta de atención y de comprensión; tengo la sensación de no ser escuchada. Pienso que eso pasa porque somos la primera generación que habla y, específicamente, de esos temas.
Yo me llamo Manon y tengo 16 años. De repente, esos temas se vuelven complicados; se oye de todo, de cualquiera, se ven tantas cosas, hay opiniones diversas… En general, nos sentimos perdidos. ¿Dónde nos debemos “posicionar” en una sociedad donde el cuerpo es desacralizado?
La sexualidad, el sexo, es un don de Dios. No es tabú. Es un don de Dios, un don que el Señor nos da. Tiene dos fines: amarse y engendrar vida. Es una pasión, es el amor apasionado. El verdadero amor es apasionado. El amor entre un hombre y una mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida para siempre. Siempre. Y a darla con el cuerpo y el alma. Cuando Dios creó al hombre y a la mujer, la Biblia dice que los dos son imagen y semejanza de Dios. Los dos, no solo Adán o solo Eva, sino los dos juntos. Y Jesús va más allá, y dice: “por eso el hombre, y también la mujer, dejará a su padre y a su madre y se unirán y sarán… ¿una sola persona? ¿una sola identidad? ¿una sola fe de matrimonio? ¡Una sola carne!: esa es la grandeza de la sexualidad. Y se debe hablar de la sexualidad así. Y se debe vivir la sexualidad así, en esa dimensión: del amor entre hombre y mujer para toda la vida.
Es verdad que nuestras debilidades, nuestras caídas espirituales, nos llevan a usar la sexualidad fuera de esa senda tan hermosa, del amor entre el hombre y la mujer. Pero son caídas, como todos los pecados. La mentira, la ira, la gula… Son pecados: pecados capitales. Pero esa no es la sexualidad del amor: es la sexualidad “cosificada”, separada del amor y usada para diversión. Es interesante que la sexualidad sea el punto más hermoso de la creación, en el sentido de que el hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios, y la sexualidad es la más apegada a la mundanidad, al espíritu del mal.
Dime: ¿has visto −no sé si en Grenoble hay− una industria de la mentira, por ejemplo? No. Pero una industria de la sexualidad separada del amor, ¿la has visto? ¡Sí! Tanto dinero se gana con la industria de la pornografía, por ejemplo. Es una degeneración respecto al nivel donde Dios la puso. Y con ese comercio se hace mucho dinero. Pero la sexualidad es grande: proteged vuestra dimensión sexual, vuestra identidad sexual. Defendedla bien. Y preparadla para el amor, para meterla en ese amor que os acompañara toda la vida.
Os contaré una cosa, y luego os diré otra. En la Plaza de San Pedro una vez −yo saludo a la gente en la Plaza− había dos personas mayores, ancianas, que celebraban el 60 aniversario de matrimonio. ¡Estaban luminosos! Y yo les pregunté: “¿Habéis peleado mucho?” −“Bueno, a veces…” −“¿Y vale la pena esto, el matrimonio?” −Y esos dos, que me miraba, se miraron entre sí y luego volvieron a mirarme, y tenían los ojos llorosos, y me dijeron: “¡Estamos enamorados!”. ¡Después de 60 años!
Y luego quería deciros: una vez un anciano −muy anciano, con la mujer anciana− me dijo: “Nos amamos tanto, tanto y a veces nos abrazamos. No podemos hacer el amor a nuestra edad, pero nos abrazamos, nos besamos… Esa es la sexualidad verdadera. Nunca separarla del lugar tan hermoso del amor. Hay que hablar así de la sexualidad. ¿De acuerdo?
Buenos días, Santo Padre, me llamo Paul y tengo 17 años. El aspecto del compromiso de los cristianos en la sociedad se ha tratado bastante este año, pero no siempre es fácil, porque a veces la misma sociedad o los medios critican a la Iglesia tanto si calla como si hace demasiado. Usted mismo, Santo Padre, quizá se encuentra a veces “confuso” entre esas diversas posiciones. Mi pregunta es: ¿cómo podemos gestionar todo esto en cuanto cristianos y miembros de la Iglesia?
Hay también en la Biblia, al inicio, en la Creación, una palabra que te ayudará. Cuando Caín mató a Abel, Dios llamó a Caín y le preguntó: “Caín, ¿dónde está tu hermano?” Y él se enfadó un poco y le dijo: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” Ahí está el punto clave para el compromiso con los demás, ya sea el compromiso más familiar, en familia, con los amigos, ya sea con la sociedad. También el compromiso de hacer algo por la patria, por el mundo. El compromiso. Cuidar de los hermanos, como tú necesitas que los hermanos cuiden de ti. Y esa es la vida cristiana: no vivimos aislados.
No estamos aislados, somos un cuerpo, y Dios quiere que vayamos en comunidad, que cuidemos el uno del otro, que procuremos ayudarnos en el camino. El compromiso. Esa es la base del compromiso, la base. Luego está en la familia, en el barrio, con los amigos. En la sociedad un cristiano debe ser una persona que se compromete. No solo los que hacen política, no, no solo esos. Todos, todos. En el lugar en que te encuentres. ¿Eres ingeniero? Ve cómo hacerlo. ¿Eres médico? Ve cómo hacerlo. Cada uno. Pero no se puede ser cristiano sin comprometerse en la sociedad, sin crear la sociedad.
No os escandalicéis de esto. Para ser buen cristiano, hay que ensuciarse las manos, al ayudar a los demás. No solo las ideas, no, con los hechos. Comprometerse. Y muchas veces erramos, es humano equivocarse. Pido perdón y sigo adelante. Pero con compromiso. ¿Qué puedo hacer por los demás, por mi familia, por mi patria, por el mundo? Siempre buscar… Lo contrario de Caín. Caín se lavó las manos. Pilato se lavó las manos. El cristiano se mancha las manos. ¿Entendéis? Para hacer el bien por los demás.
Y había otra cosa que quería decirte. Contra el compromiso cristiano hay dos malos enemigos. El primero es el egoísmo: “No… yo miro por mis cosas, mi dinero, mi familia…”. La cerrazón. El egoísmo es una cerrazón. Las personas egoístas no saben mirar al horizonte. Es precisamente una cerrazón del corazón. Pensad en una madre: ¿una madre egoísta qué haría? Imaginemos qué haría: se levanta, mira al bebé, es la hora de la leche, le da la leche…, hace sus cosas; luego se mancha y lo limpia, y lo deja… Es una madre egoísta, encerrada en sí misma. ¿Una verdadera madre qué hace? ¡No duerme para oír al bebé! Se levanta, va, lo abraza, lo besa. Depende de su bebé. Está involucrada en la vida del bebé. Pues, ese es uno de los enemigos: el egoísmo.
El otro enemigo, muy fuerte, que viene cuando uno empieza a tener un compromiso más alto en la sociedad, cuando tiene un oficio, un puesto importante, es la corrupción. La corrupción es vivir para sí mismo. Pero es tan mala que acaba por no dejarte vivir para ti mismo, sino para hacerte vivir “para el bolsillo”: te apega al dinero. Es algo malo. La corrupción del corazón, la corrupción corta todos los ideales.
Así que, Caín, la voz de Dios que dice: “¿Dónde está tu hermano?”, o sea que debes hacerte cargo del hermano. Pilato que se lava las manos; el cristiano que se ensucia las manos por los demás, se compromete en la sociedad y trabaja. Y luego estad atentos al egoísmo que cierra el corazón, y a la corrupción que quita el corazón de su sitio y lo mete en los bolsillos. ¿Está claro? ¿Estáis de acuerdo o no? Si alguno no está de acuerdo con esto que lo diga, y así lo discutimos un poco.
Santo Padre, me llamo Noemi y tengo 17 años; como otros jóvenes de la diócesis, estoy en una parroquia viva donde es bonito ir; es un lugar donde los jóvenes se conocen y donde les gusta encontrarse. Por eso me he preguntado, Santo Padre: si Usted se encontrase a cargo de una parroquia, hoy, ¿qué sería lo primero que haría?
Soy Emilie, tengo 25 años. Algunos de mis amigos se han alejado de la Iglesia y yo no he sido capaz de acompañarlos a Cristo. Santo Padre, ¿cómo acompañar a las personas que viven a nuestro alrededor? ¿Tiene Usted una experiencia personal de acompañamiento de jóvenes que contarnos?
Yo fui párroco seis años: es el trabajo más bonito que he hecho. No sé qué sería lo primero que hice, no me acuerdo. Pero pienso que, si hoy fuese nombrado párroco, lo primero que haría sería ir allá, abrir la puerta de la iglesia, sentarme allí a recibir a la gente. Esa es una. Y otra cosa que se puede hacer, y que me gusta mucho, es salir por el barrio y saludar a la gente: “¿Cómo te llamas? Mucho gusto…”. Mirar a los ojos. ¿Te acuerdas de una palabra que se ha dicho aquí? “Cercanía”. Lo primero que debe hacer un párroco: cercanía con la gente. Estar cerca.
Una vez conocí a un párroco −ya no era párroco, sino que estaba en el servicio diplomático de la Santa Sede− pero había sido párroco antes. Y me decía: “Yo era tan feliz en el pueblo donde era párroco. Conocía a cada persona, ¡conocía hasta los nombres de los perros!” ¡Es bonito esto! Está ahí, está cerca, conoce todo. El párroco cercano. Es verdad que cansa estar cerca de la gente porque, cuando cogen confianza, vienen, te piden, te dicen...
Y también diré algo que tú no has preguntado, pero que quizá ayude: ¿cuál sería el primer consejo que yo daría como párroco a la gente? No murmurar. Por favor, una parroquia que aprende a no murmurar el uno del otro está santa. Un cura francés me contó que en la parroquia había una señora que hablaba mal de todos, una chismosa. Su casa estaba cerca de la ventana de la parroquia, tanto que podía ver el interior de la iglesia. Un día aquella mujer enfermó. Y llamó al párroco y le dijo: “Padre, no puedo ir a Misa, a comulgar. ¿Me la puede traer usted?” Y el párroco, ¿Qué le respondió? “Pero señora, no es necesario, con la lengua que usted tiene, ¡desde su ventana llega al sagrario!” Eso para entender un poco. Sí, es algo feo eso, criticar. No, no, nunca lo hagáis. ¿Es bonito hablar mal de los demás? Sí, es bonito, pero luego te queda una amargura en el corazón. “Y padre, ¿qué puedo hacer para no criticar?” Hay una medicina muy a mano y que no cuesta nada: muérdete la lengua.
Hay una antigua regla de los peregrinos, del Medioevo más o menos, que cuando hacían la peregrinación tanto viejos como jóvenes, una regla decía: nunca jamás ir delante del paso del otro. Respetar el paso del otro. Acompañar a los jóvenes es eso: respetar. ¿Y si quieres decirles que vayan más de prisa? “¡Mira qué bonito aquello!... ¿Puede?”. Y entonces, puede comenzar a ir un poco más rápido. Pero nunca ir tú de prisa sin él. Decirle algo bonito para que comience a ir más a prisa.
Tengo otra pregunta, Santo Padre: en sus inicios, la Iglesia era omnipresente en la sociedad, era un modelo a seguir. Hoy, la sociedad ha evolucionado y Francia es un país laico en el que el número de cristianos ha disminuido fuertemente. ¿La Iglesia tiene todavía su sitio? ¿Y para qué sirve? Por eso le pregunto, Santo Padre: ¿para qué comprometerse en una institución que a veces me parece sin sentido y sin lugar?
Tu pregunta es muy realista, muy realista. Me hace pensar en un aficionado del fútbol que está enganchado en su equipo y el equipo empieza a bajar más y más, y se pregunta: ¿qué hago para estar en este equipo? Quizá diga: no, no va, cambio de equipo. Si no tiene una pasión grande por ese equipo, pero tiene la pasión por el fútbol, y elige otro equipo que juegue mejor. Cambia de equipo, cambia de institución.
Pero la pertenencia a la Iglesia, ante todo, no es una pertenencia a una institución, es una pertenencia a la persona, a Jesús. El Domingo de Ramos Jesús estaba triunfando; cuando hizo la multiplicación de los panes querían hacerlo rey −¡una buena institución esa!−, pero el Viernes Santo estaba crucificado. Se trata de seguir a Jesús, no de seguir las consecuencias. No las consecuencias sociales: si es grande la iglesia o si es pequeña…, no, a Jesús. Seguirlo en los momentos tranquilos, cuando la Iglesia florece; y seguirlo en el momento en que la Iglesia está en crisis.
Coge la historia de la Iglesia: con la Iglesia siempre ha sido así. La Iglesia no la han sacado adelante grandes organizaciones, grandes partidos políticos, grandes instituciones… No. La Iglesia la han sacado adelante los santos. Y a día de hoy serán los santos los que la lleven adelante, no nosotros, ni siquiera el Papa. No, los santos. Ellos hacen el camino delante de nosotros. ¿Y por qué los santos? Porque siguen a Jesús. La fe no es una idea: es un encuentro con Jesús. Yo te deseo que ese encuentro te acompañe toda la vida.
Buenos días, Santo Padre, me llamo Pauline y tengo 27 años. Escuchando los testimonios, ¿cómo acompañar la vocación de cada uno en este contexto?
La vocación es un don de Dios, y hay que protegerla. ¿Tú te refieres a las vocaciones sacerdotales, a la vida religiosa, o a todas las vocaciones?
A las vocaciones religiosas y sacerdotales.
El Señor llama. Y la persona llamada dice: “Yo quiero ser monja, quiero ser cura, quiero ser religiosa…”. Y empieza un camino, que se debe acompañar con normalidad. Normalidad. Me dan miedo los seminaristas que hacen así [hace una “pose”], me dan miedo, porque no son normales. ¿Tú quieres ser cura? Debes ser un verdadero hombre que va adelante. ¿Tú quieres ser monja? Debes ser una mujer madura que va adelante. Nunca renegar lo humano. ¡Que sean normales, porque el daño que hace un sacerdote neurótico es terrible! ¡Y el daño que puede hacer una monja neurótica es terrible!
Acompañarlos en la normalidad: primero. Segundo: acompañarlos en la fe. Que crezcan en la fe, en entender la belleza de Dios, en comprender el camino de Jesús, y cómo su vida va cambiando en el trato con la oración. Tercero: acompañarlos en la pertenencia comunitaria. Un cura aislado de la comunidad no va: es un “solterón”. Solterón es el que no se casa y se hace viejo. El que no se casa y toda la vida permanece solo, célibe… Pero he dicho una palabra muy fuerte. No, el sacerdote no debe ser uno “solterón” aislado, debe ser un padre.
La paternidad: educarlos en la paternidad. Y también en la fraternidad. Lo mismo con la monja: la monja debe aprender a ser madre de mucha gente, y la comunidad también. Pero la monja tiene una ventaja sobre el sacerdote, una gran ventaja −por eso creo que las monjas son más importantes que los sacerdotes− en este sentido: ellas son la imagen de María y de la Iglesia. ¡Es bonito! La imagen de María. Una monja es la imagen de la Virgen y de la Iglesia. Educarla así, y en comunidad, siempre. Ayudarles a crecer y acompañarles.
Un saludo grande, y seguid siempre adelante. En la vida todos cometemos errores, hay muy malos resbalones, pero recordad el canto de los alpinos: “En el arte de subir, el secreto está no en no caer, sino en no permanecer caídos”. ¿De acuerdo?
Ahora, os invito a rezar juntos: Dios te salve, María...
Y rezad por mí, por favor. Lo necesito, ¡porque este trabajo no es nada fácil!
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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