Es la cruz la señal del cristiano, nuestro distintivo: sacrificio, expiación para sacar lo mejor de nosotros mismos y de los demás; para reparar, para volver a comenzar, para llegar al final, para alcanzar la meta
Hoy se clausura el año jubilar con motivo de los 750 años del traslado de la sede episcopal de Medina Sidonia a Cádiz. El cardenal Fernando Sebastián presidirá la eucaristía acompañando a monseñor Rafael Zornoza y a los sacerdotes y fieles de la diócesis de Cádiz y Ceuta. El nombre del templo es la Catedral de la Santa Cruz que haciendo honor a su título conserva, en el altar mayor, una reliquia de la Cruz en la que Cristo murió, un lignum crucis. Es la cruz la señal del cristiano, nuestro distintivo.
Con este motivo quisiera hacer una triple reflexión. La primera sobre la cruz. Todos queremos ser felices, pensamos que una vida lograda es la que está libre de obstáculos, de inconvenientes, de cruces. Y Jesús nos dice: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, lleve su cruz cada día y sígame". Él mismo nos dio ejemplo y no huyó de la cruz. La vida es muy bonita, pero es lucha, es conquista. Lucha contra los egoísmos propios y ajenos, contra la pereza y la comodidad, contra la envidia… Es como un deporte que nos pide estar en forma y vencer al contrincante, sólo así hay medalla. Ésa es parte de la función de la cruz. Luchar para superar la mediocridad y buscar lo mejor, aunque cueste: trabajo bien hecho, estudios brillantes, conservar y acrecentar el amor…
"La Cruz de Jesús es la palabra con la que Dios ha respondido al mal en el mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal y se queda en silencio. En realidad, Dios ha hablado y respondido; y su respuesta es la cruz de Cristo. Una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y es también Juicio" (Francisco).
Hay cruz porque hay mal, mal en el mundo y en cada uno de nosotros, hay pecado, mal que sólo la cruz puede desactivar y superar. Cruz para perdonar, para comprender, para superar los obstáculos. Cruz, sacrificio, expiación para sacar lo mejor de nosotros mismos y de los demás. Cruz para reparar, para volver a comenzar, para llegar al final, para alcanzar la meta.
La segunda palabra es cátedra, de ahí deriva catedral. En la catedral está la cátedra del obispo, la silla, la sede desde la que enseña. Para que alguien enseñe necesita alumnos y saber enseñar. Dedicamos mucho tiempo y esfuerzo en formarnos. Ahora comienza un nuevo año escolar y gastos en libros, material escolar y deportivo, infinidad de academias de idiomas, música, baile, deporte; para los mayores masters y cursos de especialización. Se ve que invertimos en formación y nos quedamos cortos. Pero hay lagunas formativas que se nos escapan. Aprender a amar, a querer, aprender a ser persona, a respetar a los demás y valorar la naturaleza. Antes estaba la filosofía, ese saber profundo, que responde a las preguntas vitales del hombre: ¿quién soy, de dónde vengo y a dónde voy…? Ahora sólo importa la producción, la ganancia y la salud.
La función del maestro, del que enseña desde la cátedra, es fundamental. El deber de formarnos, de saber, no solamente de estar ligeramente informados con cuatro titulares en internet, es decisivo para una vida feliz. Faltan monumentos a los buenos maestros. Tendríamos que valorar más a los que se gastan enseñándonos el arte de vivir. Hacen falta personas llenas de sabiduría. Cátedras libres, no politizadas ni ideologizadas, cuya única función sea transmitir el saber, servir a la verdad.
Obispo, es la tercera palabra. En la sede de la catedral enseña el obispo. La presencia del cristianismo en tierras gaditanas es muy antigua. El obispado asidonense podría ser de época romana, pero solamente hay constancia epigráfica y documental desde finales del siglo VI, en época visigoda. Es la institución actual más añeja en la provincia. Ahora estamos celebrando los 750 años del traslado de Medina a Cádiz. Nos dice la tradición que san Hiscio, uno de los siete Varones Apostólicos, fundó la sede de Carteya, hoy campo de ruinas romanas en el fondo de la bahía de Algeciras.
La función del obispo es la de pastorear en nombre de Cristo el territorio de su diócesis. Ser el Buen Pastor que guía a sus ovejas por caminos seguros, que las lleva por las verdes praderas y a las fuentes de agua viva, que las defiende de los lobos. Tres son las funciones de un obispo: enseñar, santificar y gobernar. Ser maestro que nos enseña en nombre del Maestro, de Jesús. Por eso debemos escuchar su voz, estar unidos a él en la oración y en el afecto. Ayudarle a servir a los pobres, enfermos, a los ignorantes. Colaborar con él en la solicitud por la Iglesia. ¿Qué sería de las ovejas sin el buen Pastor? Cruz, cátedra y obispo. Cuidado amoroso de Cristo por nosotros.