Los compromisos políticos se quedan en meras declaraciones de intenciones y se echa en falta una visión de futuro que sí exhibieron los padres de la patria comunitaria
Los organizadores de un festival en Kiev han reunido cerca de 200 parejas de mellizos y trillizos. La exhibición de tal poderío natalicio contrasta con el envejecimiento creciente y progresivo de la aburguesada población europea. Cada vez somos menos y más viejos, lo que en países como España se suma a una dispersión demográfica que dispara el coste en la prestación de servicios públicos.
Pese al derroche de demagogia de quienes se empecinan en explotar políticamente el oportunismo, sólo la inmigración ha contribuido a maquillar las cifras. Hasta el punto de que, el pasado año, la Unión Europea ganó 1,5 millones de habitantes −hasta llegar a los los 511,8 millones− gracias al flujo migratorio. Alemania, Reino Unido y Suecia lideraron la lista de países que más residentes atrajeron. El cuarto fue España: 89.000 inmigrantes nuevos.
Sin embargo, por segundo año consecutivo, el número de muertes superó al de nacimientos en la UE. Ni Bruselas, a pesar del esfuerzo milmillonario en la cohesión; ni tampoco los distintos Estados miembros han tomado medidas de calado ante los cambios demográficos. Los compromisos políticos se quedan en meras declaraciones de intenciones y se echa en falta una visión de futuro que sí exhibieron los padres de la patria comunitaria, por ejemplo, alentando un mercado laboral con menos temporalidad e incertidumbres. La natalidad no lo arregla todo, pero ayuda. Por eso en Ucrania se han puesto manos a la obra.