En una familia hay leyendas que tuvieron un comienzo normal y que, a lo largo de los años, a fuerza de contarlas y adornarlas, se ha creado un fondo común, que hace que los pequeños pidan a los mayores que se las cuenten
Hoy es la fiesta del apóstol Santiago. Es un santo que me cae muy bien, por dos razones:
La primera, porque, según la tradición, vino a predicar el Evangelio a Zaragoza. Fracaso absoluto. Los aragoneses ya eran entonces un poco borricos y este mozo que viene de Palestina, ¿qué nos va a enseñar? Tan mal fueron las cosas que el mozo pidió ayuda y vino la Virgen y le animó. Y se convirtieron 7, ‘los siete convertidos’, inmortalizados en el Pilar, a la izquierda del altar de la Virgen.
La segunda, porque mis padres se casaron en 1929 y yo no vine a este mundo hasta 1933, cuando ya no me esperaban. Mi madre prometió que si nacía una chica le llamarían Pilar y si chico, Santiago. Y aquí me tenéis, con un DNI en el que aparece mi nombre: Leopoldo Santiago. O sea, que hoy es mi santo. Se admiten felicitaciones. Yo, en casa, las exijo.
Al llegar a este punto, alguien pensará que no le importa nada todo lo anterior, pero lo he puesto porque a fines de Julio hay mucha gente que se va de vacaciones y va a estar con la familia más tiempo del habitual, lo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Muchas veces he pensado que en una familia hay leyendas que tuvieron un comienzo normal y que, a lo largo de los años, a fuerza de contarlas y adornarlas, se ha creado un fondo común, que hace que los pequeños pidan a los mayores que se las cuenten. Y cuanto más adornos, mejor.
En mi familia se sigue hablando con admiración del salto de longitud que dio mi suegro en pleno bombardeo en la guerra, salto que crece cada vez que se cuenta, rozando récords mundiales. Y de las aventuras y desventuras del tío abuelo Baldomero, agustino recoleto, alanceado por los tagalos en plena lucha por la independencia de Filipinas. Y, vuelvo a los siete convertidos, cuando alguien dijo que uno de ellos llevaba el apellido de la familia.
Estas cosas no son fake news. Normalmente, las fake news desunen porque son falsedades, mientras que las leyendas familiares unen. Todos saben que son leyendas y, como tales, permiten un cierto grado de exageración amable.
Eso “hace familia”. Porque, con todas las imperfecciones y todos los añadidos, demuestra a los hijos que su familia no se ha “inventado” ahora. Que hace muchos años, y si te descuidas algún siglo que otro, un chico y una chica se enamoraron, se casaron y tuvieron un niño monísimo, que es el padre de su tatarabuelo y que, como tal, falleció hace muchos años.
(Publicidad: el párrafo anterior está copiado de mi libro 36 cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien, libro que repaso con una cierta frecuencia, no vaya a ser que se me olvide alguna de las 36 cosas).
Responsabilidad grave de las personas que tienen una función pública, la de decir la verdad. Admito exageraciones, pero no mentiras, que veo florecer.
Cuando alguien me dice que los políticos siempre mienten, me duele. Y esa frase debe tener una parte de verdad porque no suelo ver políticos ofendidos cuando les dicen eso.
El antídoto contra la mentira es el criterio, que hace pensar sobre lo último que hemos oído y llegar a la conclusión de que no se sostiene ni con pinzas. Cuando Sánchez, obsesionado por los restos de los muertos que va encontrando por su camino, y que es un tema que siempre ha preocupado mucho en Europa, dice un día una cosa y otro día otra, porque ha descubierto que las familias de los trasladables también tienen algo que decir, alguien, con criterio, puede dudar a) de que eso sea lo más urgente para España y que por eso el nuevo Gobierno se ha puesto a trabajar en el asunto inmediatamente; b) de que cada vez que hablen de esto es porque no se les ocurre hacer otra cosa.
Y, pasando al otro lado del Congreso, cuando Pablo Casado anuncia que bajará 15.000 millones los impuestos, alguien, con criterio, puede dudar también, y con fundamento.
Seguro que Sánchez y Casado tienen leyendas familiares en su casa, pero serán inofensivas. Pero las fake news son peligrosas. Antes se despreciaban y ahora las han puesto de moda políticos que quieren dirigir los países, propios y ajenos, a base de tuits, imprecisos por definición. Y cuando una cosa es imprecisa de nacimiento, corre el peligro de ser más falsa que Judas en cuanto crezca un poco.
Pues ánimo en las próximas vacaciones. Seguramente, los políticos nos dejarán un poco en paz, porque ellos también tienen derecho a descansar y, fundamentalmente, porque nosotros también tenemos ese derecho y un mes sin oír sinsorgadas nos irá muy bien.
Encargo. Mientras estos chicos nos dejan en paz, podemos sacar unas cuantas leyendas familiares, darles un poco de brillo y recordar la conversación entre un abuelo y un nieto: “abuelo, ese cuento que me has contado, ¿es verdad?” “Hijo mío, si fuera verdad, no sería un cuento”.
¡A trabajar, que esto de hacer familia es algo muy serio!
Leopoldo Abadía, en lavanguardia.com.
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