Los mayores hacen que florezcamos y demos frutos, nos recuerdan de dónde venimos
Visitando un día la catedral de Sevilla me abordó un matrimonio que estaba discutiendo, se les abrió el cielo al ver a un sacerdote. El marido me dijo: "¿Verdad padre, que los abuelos están para dar caprichos a los nietos?" Me lo dijo con tanta convicción que no me atreví a contradecirle abiertamente. Creo que le dije que para eso y para más cosas. Y la verdad es que pueden hacer una labor espléndida en la formación de los nietos. Suplir la falta de tiempo, de paciencia y a veces de conocimiento de los padres. Son la historia, el fundamento de la familia.
El 26 de julio celebra la Iglesia a los santos Joaquín y Ana, los abuelitos de Jesús, y con ese motivo festejamos a nuestros mayores. Es el día de los abuelos. Un buen momento para recordar cuáles son nuestras raíces, nuestra memoria, nuestra vida. ¡Qué poco dura un árbol sin raíces, no le llega el alimento! Le falta la vida. Se seca. Si hay un temporal se viene abajo.
En nuestra cultura moderna nos gusta lo nuevo, lo recién estrenado. Vivimos al día. Lo sabemos todo. Podemos con todo. No necesitamos, ni queremos lecciones de nadie. No contamos, ni aprendemos de los que vinieron antes, de los que procedemos. Lo único añejo que nos gusta es un buen vino y el jamón bien curado. Los mayores nos parecen tontos, ingenuos, no tienen nada que enseñarnos. Por eso les arrinconamos, les escondemos, no queremos verlos, no vaya a ser que nos agüen la fiesta recordándonos que así acabaremos nosotros. Y esto es una injusticia y una soberana ingenuidad que pagaremos muy cara. Renunciamos a la mejor fuente de sabiduría.
Lo más importante de un árbol no son los brotes tiernos, son las raíces, el tronco, que los sostienen y alimentan. La semana pasada me mandó una foto un amigo de una palmera que parecía seca, pero con un poco de agua y de tiempo surgió de nuevo la vida. Está echando brotes. Los mayores son los que hacen posible que florezcamos y demos fruto. Nos recuerdan de dónde venimos, cuál es nuestra historia, la que explica y da sentido a tantas cosas. Ellos han tropezado muchas veces, han buscado, lo han intentado… por eso tienen un saber que sería penoso despreciar. Es verdad que tenemos que avanzar, que hay que ser emprendedores, pero siempre es bueno contar con las experiencias de los demás. No podemos estar siempre comenzando de nuevo. Construimos sobre lo anterior, contamos con los aciertos y los fallos de los demás y podemos aprender de ellos.
Sin olvidar el gran papel que los abuelos están haciendo en la sociedad. Cuidan de los nietos, los llevan al colegio y los recogen. En muchas ocasiones son los que mantienen a las familias con sus pensiones. Atienden a los enfermos. Entretienen en las vacaciones a los niños. Les transmiten la fe. Pienso que les debemos un mayor reconocimiento. Su presencia enriquece los hogares, también cuando ya están muy mayores y les cuidamos. Es un deber de justicia que hacemos con gusto. Ellos lo han hecho tantas veces. ¡Cuánto bien nos hace su presencia!
El Papa Francisco habla mucho de la sociedad del descarte, se desecha a los débiles, a los ancianos, a los niños. Parece que si uno no es guapo y joven no puede salir en la foto, no tiene derecho a una presencia, a una vida. Esto encierra una gran soberbia, un profundo egoísmo. Pero además es una quimera, un sueño de adolescentes. En la vida hay salud y enfermedad, hay momentos buenos y malos, hay luz y oscuridad. Hay juventud y ancianidad. Así es el hombre, así es la sociedad. Hay que acostumbrarse a convivir con los límites. Limitaciones de salud, de edad, de enfermedad, de virtud… límites en la familia, en los esposos, en los hijos, en el trabajo, en los gobernantes, también los sacerdotes somos limitados.
Nos dice el Papa: "¡Qué bello es el aliento que el anciano logra transmitir al joven en busca del sentido de la fe y de la vida! Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras de los abuelos tienen algo de especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación sacerdotal, las llevo todavía conmigo, siempre en el breviario, y las leo a menudo, y me hacen bien". Que estas hermosas palabras sean un estímulo a tantos ancianos que piensan que ya no son útiles a la sociedad y un recordatorio para todos. Nuestros mayores merecen nuestro reconocimiento y una cariñosa atención. ¡Qué haríamos si nos quedaremos sin memoria! ¡Qué sería de una sociedad enferma de alzhéimer!