Discurso improvisado del Santo Padre al saludo del Foro de Asociaciones Familiares: “desde hace tiempo no oía hablar de la familia con tanta pasión. ¡Y hace falta coraje para hacerlo hoy! Hace falta valor
Ayer, sábado 16 de junio, el Santo Padre recibió en Audiencia en la sala Clementina del Vaticano a los participantes del Foro de las Asociaciones Familiares, una entidad que celebra los 25 años de su fundación trabajando por el fortalecimiento de la familia como pilar fundamental para el buen desarrollo social y núcleo central de la propagación de la fe.
Incluimos el discurso improvisado del Papa como consecuencia del saludo inicial por parte del Foro, y el que tenía preparado para esta ocasión, que entregó para su distribución y publicación.
Buenos días a todos: yo pensaba que sería un discurso de bienvenida…, pero oyendo hablar a Gianluigi he visto que tenía fuego, que había mística. Es algo grande: desde hace tiempo no oía hablar de la familia con tanta pasión. ¡Y hace falta coraje para hacerlo hoy! Hace falta valor. Y por eso, ¡gracias! Yo he preparado un discurso, pero después del calor con que ha hablado él, esto lo encuentro frío. Lo entrego, para que se distribuya, y luego se publique.
Mientras él hablaba, me venían a la cabeza y al corazón tantas cosas, tantas cosas sobre la familia, cosas que no se dicen, no se dicen normalmente, o, si se dicen, se dicen de modo muy educado, como si fuese una escuela sobre la familia... Él ha hablado con el corazón, y todos queréis hablar así. Tomaré algo de lo que él ha dicho, y yo también hablaré con el corazón, y diré improvisando lo que me ha venida al corazón cuando él hablaba.
Ha usado una expresión: “mirarse a los ojos”. El hombre y la mujer, el marido y la esposa, se miran a los ojos. Cuento una anécdota. A mí me gusta saludar en las audiencias a las parejas que cumplen el 50 o el 25 aniversario de bodas; también cuando vienen a Misa en Santa Marta. Una vez había una pareja que cumplían 60 años de casados. Pero eran jóvenes, porque se casaron a los 18 años, como en aquellos tiempos. En aquellos tiempos se casaban jóvenes. Hoy, para que se case un hijo…, ¡pobres madres! Pero la receta está clara: no le planches más las camisas, y así se casará pronto, ¿no? Me encuentro ante esa pareja, y me miran... Dije: “¡Sesenta años! Pero, ¿todavía tenéis el mismo amor?” Y ellos, que me miraban, se miraron entre sí, luego volvieron a mirarme, y yo vi que tenían los ojos llorosos. Y los dos me dijeron: “Estamos enamorados”. Nunca lo olvidaré. “Después de sesenta años estamos enamorados”. El calor de la familia que crece, el amor que no es un amor de novela. Es un verdadero amor. Estar enamorados toda la vida, con tantos problemas que hay… ¡Estar enamorados!
Luego, otra cosa que pregunto a los esposos que cumplen 50 o 60 años: “¿Quién de vosotros ha tenido más paciencia?” Es matemático, la respuesta es: “Los dos”. ¡Es bonito! Eso indica una vida juntos, una vida a dos. Esa paciencia de soportarse mutuamente.
Y también, a los jóvenes esposos que me dicen: “Estamos casados desde hace un mes, dos meses…”, la pregunta que hago es: “¿Habéis peleado?” En general dicen: “Sí”. “Ah, menos mal, eso es importante. Pero también es importante no acabar el día sin hacer las paces”. Por favor, aprended esto: es normal que se pelee, porque somos personas libres, y hay algún problema, y debemos aclararlo. Pero no terminar la jornada sin hacer las paces. ¿Por qué? Porque la “guerra fría” del día después es muy peligrosa.
Con estas tres anécdotas he querido introducir lo que quería deciros.
La vida de familia: es un sacrificio, pero un bonito sacrificio. El amor es como hacer la pasta: todos los días. El amor en el matrimonio es un reto, para el hombre y para la mujer. ¿Cuál es el desafío más grande del hombre? Hacer más mujer a su mujer. Más mujer. Que crezca como mujer. ¿Y cuál es el reto de la mujer? Hacer más hombre a su marido. Y así van adelante los dos. Salen adelante.
Otra cosa que en la vida matrimonial ayuda mucho es la paciencia: saber esperar. Esperar. En la vida hay situaciones de crisis −crisis fuertes, crisis feas− donde quizá llegan incluso tiempos de infidelidad. Cuando no se puede resolver el problema en aquel momento, hace falta esa paciencia del amor que espera, que espera. Muchas mujeres −porque esto es más de la mujer que del hombre, pero también el hombre a veces lo hace−, tantas mujeres en silencio han esperado mirando a otro lado, esperando que el marido volviese a la fidelidad. Y eso es santidad. La santidad que perdona todo, porque ama. Paciencia. Mucha paciencia, el uno del otro. Si uno es nervioso y grita, no responder con otro grito… Estar callado, dejar pasar la tormenta, y luego, en el momento oportuno, hablar.
Hay tres palabras que son palabras mágicas, pero importantes en el matrimonio. La primera, “Permiso”: no ser invasivos con el otro. “¿Puedo?” Ese respeto del uno por el otro. Segunda palabra: “Perdona”. ¡Pedir perdón es algo muy importante, muy importante! Todos nos equivocamos en la vida, todos. “Perdóname, he hecho esto…”. “Perdona, me he olvidado…”. Y eso ayuda a seguir adelante. Ayuda a sacar adelante la familia, la capacidad de pedir perdón. Es verdad, pedir perdón comporta siempre un poco de vergüenza, ¡pero es una santa vergüenza! “Perdóname, me olvidé”. Es algo que ayuda mucho a seguir adelante. Y la tercera palabra: “Gracias”. Tener la grandeza de corazón de dar siempre las gracias.
Luego has hablado de Amoris laetitia, y has dicho: “Aquí Amoris laetitia está hecha carne”. Me gusta oír eso: leed, leed el cuarto capítulo. El cuarto capítulo es el núcleo de Amoris laetitia. Es precisamente la espiritualidad de cada día de la familia. Algunos han reducido Amoris laetitia a una estéril casuística del “se puede, no se puede”. ¡No han entendido nada! Además, en Amoris laetitia no se esconden los problemas, los problemas de la preparación al matrimonio. Vosotros ayudáis a los novios a prepararse: hay que decir las cosas claras, ¿no es cierto? Claras. Una vez una mujer me dijo, en Buenos Aires: “Los curas sois astutos…” −“¿Por qué?” −“Para ser cura estudiáis ocho años, os preparáis durante ocho años. Y luego, si después de un año la cosa no va, escribís una bonita carta a Roma; y en Roma te dan permiso, y puedes casarte. En cambio, a nosotros, que nos dan un Sacramento para toda la vida, os contentáis con tres o cuatro conferencias de preparación. Eso no es justo”. Y tenía razón aquella mujer. Preparar al matrimonio: sí, hacen falta conferencias, cosas que explicar, pero hace falta hombres y mujeres, amigos, que les hablen y les ayuden a madurar, a madurar en el camino. Y podemos decir que hoy hace falta un catecumenado para el matrimonio, como hay un catecumenado para el Bautismo. Preparar, ayudar a prepararse para el matrimonio.
Luego, otro problema que vemos en Amoris laetitia es la educación de los hijos. No es fácil educar a los hijos. ¡Hoy los hijos son más espabilados que nosotros! En el mundo virtual, saben más que nosotros. Pero hay que educarlos en la comunidad, educarlos en la vida familiar. Educarlos en el sacrificio los unos por los otros. No es fácil educar a los hijos. Son problemas gordos. Y vosotros, que amáis a la familia, podéis ayudar mucho en esto a las demás familias. ¡La familia es una aventura, una aventura hermosa! Y hoy −con dolor lo digo− vemos que muchas veces se piensa en comenzar una familia y formar un matrimonio como si fuese una lotería: “Vamos. Si va, va. Si no va, lo dejamos y empezamos otra vez”. Esta superficialidad sobre el don más grande que ha dado Dios a la humanidad: la familia. Porque, después del relato de la creación del hombre, Dios hace ver que creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Y Jesús mismo, cuando habla del matrimonio, dice: “El hombre dejará a su padre y a su madre y con su mujer serán una sola carne”. Porque son imagen y semejanza de Dios. Sois imagen de Dios: la familia es imagen de Dios. El hombre y la mujer: es precisamente la imagen de Dios. Lo dijo Él, no lo digo yo. Y eso es grande, es sagrado.
Además, hoy −duele decirlo− se habla de familias “diversificadas”: diversos tipos de familia. Sí, es verdad que la palabra “familia” es una palabra análoga, porque se habla de la “familia” de las estrellas, de las “familias” de los árboles, de las “familias” de los animales…; es una palabra análoga. Pero la familia humana como imagen de Dios, hombre y mujer, es una sola. Es una sola. Puede ser que un hombre y una mujer no sean creyentes: pero si se aman y se unen en matrimonio, son imagen y semejanza de Dios, aunque no crean. Es un misterio: San Pablo lo llama “misterio grande”, “sacramento grande” (cfr. Ef 5,32). Un verdadero misterio. A mí me gusta todo lo que tú has dicho y la pasión con que lo has dicho. Y así se debe hablar de la familia con pasión.
Una vez, creo que hace un año, llamé a un pariente mío que se casaba. Cuarenta años. Al final le dije: “Dime: ¿en qué iglesia te casas?” −“Aún no lo sabemos porque estamos buscando una iglesia que entone con el vestido de… −y dijo el nombre de la novia−, y luego tenemos el problema del restaurante…”. Fijaos… ¡Lo importante era eso! ¡Lo secundario asume el puesto de lo importante! Lo importante es amarse, recibir el Sacramento, ir adelante…; y luego hacer todas las fiestas que queráis, todas.
Una vez encontré a unos esposos desde hacía diez años, sin hijos. Es muy delicado hablar de esto, porque muchas veces los hijos se quieren, pero no vienen, ¿verdad? Yo no sabía cómo tratar el tema. Luego supe que ellos no querían hijos. Pero esas personas en casa tenían tres perros, dos gatos… Es bueno tener un perro, un gato, está bien... O cuando a veces oyes que te dicen: “Sí, sí, pero hijos todavía no, porque debemos comprar una casa en el campo, y viajar…”. Los hijos son el don más grande. Los hijos que se reciben como vienen, como Dios los manda, como Dios permite, aunque a veces estén enfermos. He oído que está de moda −o al menos es habitual− en los primeros meses de embarazo hacer ciertos exámenes, para ver si el hijo no está bien, o viene con algún problema… La primera propuesta en ese caso es: “¿Lo eliminamos?” El homicidio de los niños. Y para tener una vida tranquila, se elimina un inocente.
Cuando era pequeño, la maestra nos enseñaba historia y nos decía qué hacían los espartanos cuando nacía un niño con malformaciones: lo llevaban a la montaña y lo tiraban abajo, para mantener “la pureza de la raza”. Y nos quedábamos asombrados: “Pero cómo, cómo se puede hacer eso, ¡pobres niños!”. Era una atrocidad. Hoy hacemos lo mismo. ¿Os habéis preguntado porque no se ven tantos enanos por la calle? Porque el protocolo de muchos médicos −muchos, no todos− es preguntar: “¿Viene mal?” Lo digo con dolor. El siglo pasado todo el mundo estaba escandalizado por lo que hacían los nazis por mantener la pureza de la raza. Hoy hacemos lo mismo, pero con guantes blancos.
Familia, amor, paciencia, alegría, y perder tiempo en familia. Tú has hablado de algo feo: que no hay posibilidad de “perder tiempo”, porque hoy para vivir hay que tener dos trabajos, porque la familia no es considerada. Has hablado también de los jóvenes que no pueden casarse porque no hay trabajo. La familia está amenazada por la falta de trabajo.
Y quisiera acabar con un consejo que una vez me dio un profesor −nos lo dio en clase−, profesor de filosofía, el decano. Yo estaba en el seminario, en la etapa de filosofía. Era el tema de la madurez humana, en filosofía estudiamos eso. Y él dijo: “¿Cuál es un criterio de todos los días para saber si un hombre, si un sacerdote es maduro?” Nosotros respondíamos cosas… Y él: “No, uno más sencillo: una persona adulta, un sacerdote, es maduro si es capaz de jugar con los niños”. Ese es el test. Y a vosotros os digo: estad tiempo con los niños, perded tiempo con vuestros hijos, jugad con vuestros hijos. No les digáis: “¡No molestes!” Una vez oí a un joven padre de familia decir: “Padre, cuando voy al trabajo, ellos duermen. Cuando vuelvo, duermen”. Es la cruz de esta esclavitud del modo injusto de trabajar que la sociedad hoy nos acarrea.
He dicho que era lo último. No, lo penúltima. Lo último es lo que digo ahora, porque no quiero olvidarla. He hablado de los niños como tesoro de promesa. Pero hay otro tesoro en la familia: son los abuelos. Por favor, ¡cuidad a los abuelos! Haced hablar a los abuelos, que los niños hablen con sus abuelos. Acariciad a los abuelos, no los alejéis de la familia porque sean molestos, porque repiten las mismas cosas. Amad a los abuelos, y que ellos hablen con los niños.
Gracias a todos. Gracias por la pasión, gracias por el amor que tenéis por la familia. ¡Gracias por todo! Y adelante con coraje. Gracias.
Ahora, antes de daros la bendición, recemos a la Virgen: “Dios te salve, María…”.
Queridos hermanos y hermanas, os doy la bienvenida y dirijo un afectuoso saludo a vosotros y a vuestro Presidente, a quien agradezco sus palabras. Este encuentro me permite conocer de cerca vuestra realidad, el Fórum de las Familias, nacido hace 25 años. Reúne en su conjunto a más de 150 asociaciones, y es una verdadera red que resalta la belleza de la comunión y la fuerza de la convivencia. Es una particular “familia de familias”, de tipo asociativo, a través de la que experimentáis la alegría de vivir juntos y al mismo tiempo asumís el compromiso, haciendo vuestra la fatiga del bien común, de construirla cada día, tanto en el ámbito del Fórum como en el más amplio de la sociedad.
La familia, que de varios modos promovéis, está en el centro del proyecto de Dios, como muestra toda la historia de la salvación. Por un misterioso designio divino, la complementariedad y el amor entre el hombre y la mujer los hacen cooperadores del Creador, que les confía la tarea de generar a la vida nuevas criaturas, preocupándose de su crecimiento y educación. El amor de Jesús por los niños, su relación filial con el Padre celestial, su defensa del vínculo conyugal, que declara sagrado e indisoluble, revelan en plenitud el lugar de la familia en el plan de Dios: siendo cuna de la vida y primer lugar de la acogida y del amor, tiene un papel esencial en la vocación del hombre, y es como una ventana que se abre al misterio mismo de Dios, que es Amor en la unidad y trinidad de Personas.
Nuestro mundo, a menudo tentado y guiado por lógicas individualistas y egoístas, no raramente pierde el sentido y la belleza de los lazos estables, del compromiso hacia las personas, del cuidado sin condiciones, de la asunción de responsabilidades a favor del otro, de la gratuidad y del don de sí. Por ese motivo cuesta comprender el valor de la familia, y se acaba por concebirla según las mismas lógicas que privilegian al individuo en vez de las relaciones y el bien común. Y esto a pesar de que en los últimos años de crisis económica la familia ha representado el más potente amortiguador social, capaz de redistribuir los recursos según la necesidad de cada uno.
Al contrario, el pleno reconocimiento y el adecuado apoyo a la familia deberían representar el primer interés por parte de las Instituciones civiles, llamadas a favorecer la formación y crecimiento de familias sólidas y serenas, que se ocupen de la educación de sus hijos y cuiden las situaciones de debilidad. Quien aprende a vivir relaciones auténticas en el ámbito de la familia, más capaz será de vivirlas también en contextos más amplios, desde la escuela al mundo del trabajo; y quien se ejercita en el respeto y el servicio en casa, mejor podrá practicarlos también en la sociedad y en el mundo.
Ahora, el objetivo de un apoyo más fuerte a las familias y de su más adecuada valoración, se logra a través de una incansable labor de sensibilización y diálogo. Ese es el compromiso que el Fórum lleva adelante desde hace 25 años, en los que habéis realizado una gran cantidad de iniciativas, estableciendo una relación de confianza y colaboración con las Instituciones. Os animo a seguir esa labor haciéndoos promotores de propuestas que muestren la belleza de la familia, y que casi obliguen, por ser convincentes, a reconocer su importancia y valor inestimable.
Os animo, por tanto, a manifestar la alegría del amor, que he ilustrado en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, donde he recogido los frutos del providencial camino sinodal sobre la familia, realizado por toda la Iglesia. Pues no hay mejor argumento que la alegría que, saliendo de dentro, muestra el valor de las ideas y de lo vivido e indica el tesoro que hemos descubierto y deseamos compartir.
Movidos por esa fuerza, seréis cada vez más capaces de tomar la iniciativa. El Apóstol Pablo recuerda a Timoteo que «Dios no nos dio un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza» (2Tm 1,7). Que ese sea el espíritu que os anime también a vosotros, enseñándoos el respeto y también la audacia, de poneros en juego y buscar nuevas sendas, sin miedo. Es el estilo que he pedido a toda la Iglesia desde mi primera y programática Exhortación apostólica, cuando usé el término “primerear”, que sugiere la capacidad de ir con valentía al encuentro de los demás, de no encerrarse en la propia comodidad sino buscar puntos de convergencia con las personas, lanzar puentes yendo a encontrar el bien allá donde esté (cfr. Evangelii gaudium, 24). Dios es el primero en “primerearnos”: si lo hemos conocido de verdad, no podemos escondernos, sino que debemos salir y actuar, empleando nuestros talentos.
¡Gracias porque os esforzáis en hacerlo! Gracias por el compromiso, como pide vuestro Estatuto, por una «participación activa y responsable de las familias en la vida cultural, social y política» (2.1.b.), y por la «promoción de adecuadas políticas familiares que tutelen y apoyen las funciones de la familia y sus derechos» (2.1.c.). Además, seguid en el ámbito de la escuela favoreciendo una mayor implicación de los padres e incentivando a tantas familias en un estilo de participación. No os canséis de apoyar el crecimiento de la natalidad en Italia, sensibilizando a las Instituciones y a la opinión pública en la importancia de dar vida a políticas y estructuras más abiertas al don de los hijos. Es una auténtica paradoja que el nacimiento de los hijos, que constituye la inversión más grande para un país y la primera condición de su prosperidad futura, represente a menudo para las familias una causa de pobreza, con motivo del escaso apoyo que reciben o de la ineficiencia de tantos servicios.
Estas y otras problemáticas deben afrontarse con firmeza y caridad, demostrando que la sensibilidad que lleváis adelante respecto a la familia no se puede etiquetar como confesional para poderla acusar −erróneamente− de parcial. Se basa en cambio en la dignidad de la persona humana y por eso puede ser reconocida y compartida por todos, como sucede cuando, también en contextos institucionales, nos referimos al “Factor Familia” como elemento de valoración política y operativa, multiplicador de riqueza humana, económica y social.
Os agradezco de nuevo este encuentro. Os animo a seguir en vuestro empeño al servicio de la familia y de la vida, e invoco sobre todos los miembros del Fórum la bendición de Dios y la protección de la Sagrada Familia de Nazaret. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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