Diálogo del Santo Padre, el 16 de marzo de 2018, con los estudiantes de los Colegios eclesiásticos romanos, publicado íntegramente el pasado 5 de mayo
La Santa Sede difundió, el pasado 5 de mayo, el texto íntegro del diálogo entre el Papa Francisco y alrededor de dos mil estudiantes de los Colegios eclesiásticos romanos, durante la audiencia que les concedió el 16 de marzo pasado, en el Aula Pablo VI. Un diálogo largo e improvisado, en el que el Santo Padre, entre bromas y metáforas, ofreció sugerencias útiles para la formación y para vivir la vocación y el sacerdocio.
En un contexto relajado y confidencial, Francisco respondió a las preguntas de cinco de los asistentes: uno era francés, otro de Sudán, otro mexicano, otro italo-estadounidense y el último era filipino.
Papa: ¡He preguntado al Cardenal Prefecto si sois católicos! [ríen] ¡No diré la respuesta! [ríe] Sí, ha dicho que sí. Pero siempre hay que mejorar. Gracias, gracias por esta visita y este encuentro. Y ahora escucho las preguntas para comenzar el diálogo.
Santo Padre, me llamo Louis, soy un seminarista francés y en nombre de todos los que están aquí y vienen de Europa quisiera hacerle una pregunta. Estamos convencidos de que la vida de discipulado y misionera es el fundamento de la configuración con Cristo, siervo y pastor. ¿Cómo perseverar en el camino del discipulado, sin separar nunca el ministerio presbiteral de una humilde actitud pastoral y fraterna? Gracias.
Discípulos, misioneros y también fraternos, ¿no es cierto? Porque nadie camina solo. Hay gente que camina sola, pero el discípulo misionero no puede caminar solo. Os diré algunas palabras clave que quizá os ayuden a pensar. La primera: en camino. El misionero está en camino. Si tú eres cura, no puedes ser un cura “quieto”, un cura de sacristía, de oficina parroquial, un cura que ha escrito en la puerta: “Se recibe solo lunes, miércoles y viernes, de tala hora a tal hora” y “Se confiesa tal día de tal hora a tal hora”: pecad antes, porque después no se confiesa [ríen]. No puede ser. Tú estás en camino. Me viene a la cabeza un buen cura, bueno, que era párroco en una “villa miseria”. Y una vez que fui a verlo me dijo: “Hay días que me gustaría tapar con cemento armado las ventanas y la puerta porque ‘toc, toc’, ‘toc, toc’, ‘Padre’, ‘toc, toc’, uno tras otro”. La jornada es en camino, siempre en camino, esperando las llamadas, hacer el servicio… en camino.
Y en el camino vienen las sorpresas; las sorpresas es necesario descubrirlas, por eso en camino es también en escucha. Tú eres misionero, pero también eres discípulo, y el discipulado te lleva a la escucha, a la escucha del Señor. Sí, en el seminario es fácil porque, según el horario, de tal hora a tal hora, oración, de tal hora a tal hora, escucha del Señor, de tal hora a tal hora, estudio… Pero eso no funciona así. Toda la vida debe ser en escucha, al menos abierta a la escucha. Y si no entiendes, si no comprendes lo que oyes, haz lo que hizo Samuel: ir a Elí, el anciano sacerdote. “¿Qué es esta voz? −Tú di’: Habla Señor, que tu siervo escucha”. Siempre en escucha. Escucha no solo de las palabras, no solo de lo que dice el pueblo de Dios, no solo de las necesidades de la humanidad, de los problemas, sino escucha en la oración también. “Pero, Padre, usted sabe que Dios no habla, parece que la Palabra se haya apagado, como en tiempos de Samuel”. No, la Palabra no se ha apagado. Tú has apagado el celo, tú has cambiado un poco de registro y solo has aprendido a escuchar otras cosas. No me digas que estás sordo, no. Todos escuchamos. Pero, ¿dónde está tu registro de escucha? Es una pregunta que debéis haceros: “¿Dónde está mi registro de escucha? ¿Qué es más fácil para mí escuchar?”
Hombres en camino, hombres en escucha. Y, tanto en camino como en escucha, nunca solos. Tres cosas: en camino, en escucha y en fraternidad, en compañía. “Pero, ¡eso es fácil!” No es fácil. Ahora es fácil, porque estáis todos reunidos, todos en un colegio con tantos sacerdotes a vuestro servicio y en vuestra ayuda; pero cuando estés en una parroquia, cuando estés en una universidad dando clases, eso no es fácil porque la comodidad, la mundanidad te llevarán a no estar en camino. Porque cansa estar en camino. “Sí, pero es un camino pequeño, breve, hasta aquí”, y así la vida comienza a ir desapareciendo. Te llevará a escuchar solo las cosas que quieres escuchar, como esos sordos que no oyen ciertas cosas, pero escuchan las demás, ¿no? Sordos a discreción. Pero nadie dirá: “Yo quiero ser sordo solo para no escuchar”, no. Nadie lo dice. Pero la vida, si no estás vigilante, te lleva a eso; te lleva a eso. Y luego, “solo”. “Sí, voy con mis amigos curas…”. Pero, ¿tú eres capaz de hablar con tus amigos curas de los problemas que tienes en la parroquia, en la diócesis, en tu comunidad, con Dios? Tantas veces compartimos con los amigos las cosas divertidas, y eso es bueno. Tocamos solo algún problema que ha habido… Pero luego, si no seguimos adelante en serio en ese compartir, compartir la vida tal como es, acabamos en el chismorreo, y el chismorreo es como ese aire que sienta mal… Sí, estamos acompañados, pero no bien acompañados.
Por eso diré, a tu pregunta: siempre en camino. Pero discierne el camino: que sea el camino correcto. Siempre en escucha, y pide la gracia de discernir lo que oyes para encontrar la voluntad de Dios; también para corregirte cuando hay cosas feas, cosas que no van. Y nunca solos: siempre acompañados. Y está la fraternidad −he visto que otra de las preguntas toca este tema−, está la fraternidad con los amigos, con los curas más cercanos; pero hay otra fraternidad que debéis proteger mucho: la fraternidad con el cura o con el monje o con el laico, con aquel que Dios te pone al lado, en el acompañamiento espiritual. Porque la dirección espiritual es un carisma laical, ¿no? No es necesariamente presbiteral, es laical. También presbiteral, pero en cuanto laico. Y hace falta el valor de tener una persona que te acompañe: en tu vida interior, en tu vida de fidelidad y de infidelidad. “Sí, Padre, yo me confieso siempre”. No, una cosa es el confesor, adonde vas, dices tus pecados, te perdona y acaba ahí. Y otra cosa es quien te acompaña: son dos cosas distintas. Y si no es la misma persona, mejor. Uno es el confesor y otro es quien te acompaña, que no necesariamente debe ser sacerdote: puede ser un monje, cualquier persona. Pero que tenga el carisma para acompañarte. Pero si te quedas quieto, si vas solo o eliges solo a los que te divierten un poco y nada más…; y si no tienes esa capacidad de unirte en comunidad y de dejarte acompañar por otro, te quedarás ahí, si no escuchas. La capacidad de escuchar es como una oración. ¿Cómo rezas tú? ¿Cómo el papagayo? ¿O rezas con tus pensamientos, siguiendo tus pensamientos y confundes la oración con seguir tus pensamientos? ¿Sabes rezar en silencio, para escuchar?
Creo que estas cosas ayudarán a la pregunta que has hecho: no, no es fácil. Hoy, para todos vosotros es facilísimo. Pero preparaos, para cuando vengan los demonios de la vida, cuando venga el demonio de la tarde, la famosa “crisis de los 40”; y cuando lleguen tantas otras dificultades, todas nacidas del pecado original y de la tentación del diablo. A propósito del diablo, el otro día se me acercó un cura que había leído algo que yo escribí sobre la vida espiritual, no recuerdo qué era, y me dijo: “¡Esté atento, porque Usted nombró al diablo aquella vez, y se vengará! Es mejor no nombrar al diablo, hacer como que no existe”. ¡No, el diablo existe! Y el diablo −como dice Pedro− da vueltas “tamquam leo rugens”. Estoy seguro de que si ahora hago una pregunta de levantar la mano: “¿Creéis en Dios?” −“Sí” −“¿Creéis en Dios Padre?” −“Sí”, todos −“¿Y en Dios Hijo?” −“Sí” −“¿Y en Dios Espíritu Santo?” −“Sí” −“¿Y en el diablo?” −“Pues, depende…, es un mito…, no está tan claro…” [ríen]. O bien de palabra diréis: “¡Sí, sí, creemos!”, pero luego, ¿tenéis el olfato para descubrirlo, cuando se acerca? Y eso se hace con el discernimiento y con el acompañamiento espiritual. Pero no quiero detenerme demasiado en esto. Creo que he respondido a tu pregunta, más o menos. Gracias.
Buenos días, querido Santo Padre. Me llamo Nebil, soy seminarista de África y vengo de Sudán. Estoy aquí para representar a los que provienen del continente africano. La “Ratio fundamentalis” nos invita siempre al discernimiento de nuestra vocación, incluso después de la ordenación presbiteral. Usted, en su experiencia, ¿cómo vivió ese continuo discernimiento? ¿Qué nos aconseja para discernir bien, para ese discernimiento a lo largo de todo el camino de nuestra vida? Gracias.
Gracias a ti. Has dicho: “Querido Santo Padre”. Gracias, ¡querido hijo! Las malas lenguas dicen que “ahora está de moda el discernimiento: este Papa ha venido aquí con esta historia… ¿Qué pinta aquí?”. Pues el discernimiento está en el Evangelio. Precisamente en el Evangelio y en toda la historia de la Iglesia: es una historia de discernimiento; y la historia de las almas es una historia de discernimiento. Discernir, como la Ratio fundamentalis insiste tanto. Saber entender, en la vida: esto va, esto no va; esto viene de Dios, esto viene de mí, esto viene del diablo. Esto es elemental, es elemental: es un lenguaje fundamental para la vida de cada cristiano, mucho más de un sacerdote. Discernir. Pero hay dos condiciones para que el discernimiento sea correcto y verdadero. Primera, que se haga en oración, es decir, delante de Dios, en presencia del Señor. Saber entender bien lo que sucede en mi corazón, en mi alma. “Debo hacer esto…, pero eso no me deja tranquillo…; está bien… ¿por qué?”: en la oración. Y la otra es confrontar, tener a otro con quien confrontar lo que yo llevo adelante; un testigo: un testigo cercano, que no habla, sino que escucha y luego da orientaciones. No te resuelve el problema, pero te dice: “Mira esto, mira esto, mira esto…, esta no parece una buena inspiración por este motivo, esta sí… ¡Pero adelante, decide tú!” Te ayuda, y esto es importante tenerlo desde el principio. Esa es la experiencia que yo tuve. Descubrí el deseo del discernimiento cuando estudiaba filosofía. Había hecho dos años de noviciado −sin discernimiento [todos se ríen]− sí, bien, se rezaba, yo iba al padre espiritual, al padre maestro y decía: “He sentido esto…”. Y él me aclaraba las situaciones, a la manera, digamos así, de aquel tiempo… Estoy hablando del año ’58, el otro día cumplí 60 años de noviciado. Pero cuando llegué a filosofía, después del año de humanismo, había allí un profesor de metafísica, un jesuita buenísimo, el padre Fiorito, que era también el decano de filosofía. Era un “fanático” de la espiritualidad ignaciana y un especialista, pero un especialista no solo teórico, sino práctico, en el discernimiento. Y ahí nos enseñó tanto. Y yo hice con él en teología el mes de Ejercicios espirituales, y me ayudó mucho a discernir, aquel hombre. Y luego, cuando estaba a punto de acabar el cargo de provincial, repetí el mes para prepararme a ir a otro encargo; y allí aprendí el discernimiento. En filosofía comencé, porque encontré aquel hombre que tenía ese carisma. Era un filósofo, que había hecho la tesis doctoral sobre el deseo de Dios en Santo Tomás y luego enseñaba metafísica, y además era el decano. Era un padre espiritual; fue mi padre espiritual hasta el final, cuando murió. Esa es mi experiencia: me ayudó siempre. Pero no siempre escribía las cosas. Con el tiempo, cuando haces el discernimiento, te sale natural hacerlo: “Esto es malo, es malo, pero me gusta”, y sigo adelante. Pero ya sabes que vas adelante en algo malo. Eso me pasó a mí. Tú di la verdad ante Dios. Hay que saber cómo son las cosas: “Esa es una puerta abierta, creo que debo seguir adelante a ver qué me dice el Señor…”. Y comienzo a andar por ese sendero. Y el discernimiento es un poco así, se lleva la vida. Pero siempre es bueno tener un testigo, alguien con quien confrontar mi resultado, una cosa y otra y otra… El discernimiento es importante. Cuando no hay discernimiento −¡estas atentos a esto!−, cuando en la vida sacerdotal no hay discernimiento −porque lo ideal, cuando uno es cura maduro, es el discernimiento hecho casi con naturalidad, que te dale de tanto hacerlo, te viene solo, luego lo confrontas pero ve, ve, ve, ve adelante−, pero cuando no hay discernimiento, hay rigidez y casuística. Cuando no eres capaz en la vida de ir adelante con las cosas que suceden a ti o que pasan fuera y juzgarlas, te volverás rígido o caerás en la casuística, en la lógica del “esto se puede, esto no se puede”. Y está todo cerrado. El Espíritu Santo no trabaja. Porque Aquel que te ayuda en el discernimiento es el Espíritu Santo, y le tenemos miedo al Espíritu Santo… O tantas veces no lo metemos en nuestra vida como compañero de camino. Es Él quien obra nuestra santidad; es Él quien nos empuja a la misión; es Él quien prepara nuestra alma a la escucha. Y es él quien crea en nosotros la emoción espiritual que nosotros mismos debemos discernir. El Espíritu Santo… Tenemos miedo del Espíritu Santo; siempre tenemos la tentación de enjaularlo ya sea con gestos, con doctrinas, pero que no se mueva mucho. Y es Él quien se mueve, en la Iglesia. Discernir el Espíritu: dónde está el Espíritu… ¿Qué hizo Pedro cuando fue a Cornelio, por ejemplo (cfr. Hch 10)? Vio que allí el Espíritu actuaba y lo entendió, hizo discernimiento espontáneo: “Esto es el Espíritu de Dios, y si el Espíritu ha venido, yo bautizo”. Punto. Toma la decisión en un clima de discernimiento. ¿Qué hizo Felipe, cuando el Espíritu lo manda a aquel cruce de caminos donde venía el ministro de economía de la reina (cfr. Hch 8,26-40)? Va, escucha, oye que lee a Isaías y empieza la conversación, y el otro le dice que no entiende nada de eso; se lo explica, pero siente que es el Espíritu quien le lleva y al final el Espíritu actúa en el corazón del ministro de economía: ve agua y pide el bautismo… ¡No es fácil convertir a un ministro de economía! [ríen]. Pero el Espíritu Santo fue capaz de hacerlo. ¿Y qué hizo Felipe? No dijo: “Pues… no he traído el libro del bautismo…, no he traído el óleo para bautizarte…”. No. Escucha al Espíritu, va, lo bautiza y el Espíritu lo coge de los pelos y se lo lleva a otra parte [ríen]. ¿Por qué digo esto? Porque cuando vives en el Espíritu, sales, te liberas del “se puede, no se puede”. Esto no quiere decir que puedes hacer lo que sea, no. Pero sales de la prisión de la casuística, sales de la prisión de la rigidez. Es otro lenguaje, pero es un lenguaje más difícil: es un modo de actuar más difícil. Porque tú te implicas, ahí, de una manera diversa. No dejas que los libros te digan una cosa u otra. Pero para eso hace falta familiaridad con el Espíritu Santo. Cuando los Apóstoles, en el primer Concilio de Jerusalén, deben decidir cómo actuar con los que venían del paganismo, ¿cómo comienzan la carta que escriben? “Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…”. Hicieron el Concilio y en el Espíritu dieron la respuesta. Y vosotros, en la vida, debéis caminar siempre en el Espíritu: en el Espíritu y en la verdad. Con el Espíritu Santo que, como Pablo nos dice de cuando fue a aquella ciudad [Éfeso] −no recuerdo cuál− que “ni siquiera sabían que existiese un Espíritu Santo” (cfr. Hch 19,1-7) Y tantos, tantos curas, tantos curas −lo digo con buen espíritu, con ternura y con amor−, tantos curas viven bien, en gracia de Dios, pero como si el Espíritu no existiese. Sí, saben que hay un Espíritu Santo, pero en la vida no entra. Y esa es la importancia de discernir: entender qué hace el Espíritu en mí, y también qué hace el espíritu enemigo, y qué hace mi espíritu. Son tres, el diálogo es a tres, el discernimiento es a tres, no a dos. Entra el tentador, el que trae la tentación, y entran mi temperamento, mis costumbres, porque el hombre no es cuerpo y alma: es cuerpo, alma y espíritu. Ahí todo cuenta.
No sé si aquí he escrito algo sobre el discernimiento… [consulta sus apuntes]. Sí, el discernimiento, el que te da un estilo espiritual… “¡Qué bueno aquel sacerdote, es tan espiritual!” −“¿Por qué lo dices?” −“Pues, siempre está así…”. No, la bondad está siempre en la bondad interior unida al diálogo con el Espíritu. Con el Espíritu. Es bueno aquel cura: sí, es bueno porque escucha a todos, escucha a Dios, siempre camina, siempre tiene el corazón abierto, ama, reza… ¡ese es un buen cura! Y es feliz. Hay un amigo del Espíritu Santo −esto parece una blasfemia, pero no es una blasfemia, no, es una reflexión que hago−, cuando está el Espíritu Santo, siembra siempre la alegría y también el sentido del humor. Y para saber si una persona ha llegado a una gran madurez espiritual, preguntémonos: “¿Ese tiene sentido del humor?”. De un sacerdote que vivía aquí en Roma, luego volvió a Líbano y murió allí −un hombre con fama de santidad, murió anciano− se decía de ese hombre: “se ríe de todo: se ríe de los demás, se ríe de sí mismo, hasta se ríe de su propia sombra”. Sentido del humor. ¡Para mí el sentido del humor es la actitud humana −¡es humana!− más cercana a la gracia. Es ese “relativismo” bueno, el relativismo de la alegría, el relativismo de la espiritualidad, ese relativismo que nace del Espíritu Santo.
Los jóvenes −todos sois jóvenes−, los jóvenes narcisistas se miran al espejo, se peinan… A veces −os aconsejo− miraos en el espejo y reíros de vosotros mismos. Reíros de vosotros mismos. Os hará bien [se ríen y aplauden].
Buenos días, Santo Padre. Soy Jorge Moreno, sacerdote mexicano, y con gran honor represento a mis hermanos sacerdotes y seminaristas de América Latina. Y ahora le hago la pregunta. El Señor Jesús nos ha llamado con todo lo que somos, para una formación integral, es decir, humana, espiritual, intelectual y pastoral. ¿Cuáles considera que sean los medios fundamentales para salvaguardar el equilibrio integral a lo largo todo nuestro ministerio presbiteral? Gracias.
Gracias. Creo que a esa pregunta he respondido ya cuando he hablado de escuchar, de estar en camino, de estar en comunidad, de tener un guía espiritual, de la oración… Un sujeto integral. Aquí solo subrayaría la formación humana como parte integrante de la totalidad. Hay sacerdotes buenos, que aman a Jesucristo, pero les falta desarrollar su personalidad, una falta de educación. Por ejemplo, encuentras un sacerdote triste pero que humanamente es incapaz de llorar; o que es incapaz −este criterio me lo dio una vez un sacerdote, cuando yo era estudiante− que es incapaz de jugar con los niños. Me dijo que considerara esto: “¿Usted juega con sus sobrinos?” −“¡Sí!” −“Muy bien”. Esto es un criterio de madurez, de integridad. Cuando hallas a uno incapaz de esto, que es incapaz de gozar, o de perder tiempo con otros sacerdotes amigos, ahí falta algo: falta la formación humana, de la que no he hablado. Todo lo que he dicho sobre la parte espiritual viene bien también aquí; pero también la parte humana, la humanidad del sacerdote, el humanismo sacerdotal. Muchos sacerdotes sufren porque no son capaces de expresar lo que llevan dentro: están bloqueados, han quitado de su personalidad cosas buenísimas, capacidades grandes, y no han crecido en esto.
La formación humana: ahí entra la capacidad social, la sociabilidad, la capacidad de respetar a los demás, también a los que piensan de otro modo, la capacidad de gozar con los amigos, de jugar un buen partido de fútbol…, de esas cosas de las que cada uno piensa: “no, pero un sacerdote no puede…”. Tantas capacidades humanas que no se desarrollan… Sobre todo, la capacidad humana de insertarse educativa y armónicamente en el contexto social. Por eso he dicho que algunos son “educados mal”, en este sentido. Que no saben insertarse. Y la capacidad humana de gozar: para mí es tan importante esto. Ya lo he dicho antes, pero lo repito ahora. La capacidad de gozar, gozar por ser cura, gozar con los amigos curas, con los fieles, pero gozar sanamente, echar unas risas, cosas bonitas… Es verdad que, en algunos sitios, en algunos tiempos, digamos también, la capacidad humana de insertarse socialmente no era ayudada en la formación. Cuando te dicen que debes comportarte así, rígidamente, eso hace daño a la capacidad humana de la espontaneidad. Es verdad que la espontaneidad te puede llevar a algo malo, pero ese es un peligro que debes discernir y defenderte de eso. Pero una persona normal −digo normal, humana− que va a visitar a un enfermo y lo escucha, y lo toma de la mano, en silencio: eso es humano. Pero el que no entiende nada de lo humano va al enfermo y le dice: “estos sufrimientos son los sufrimientos de Cristo y usted con esto está redimiendo el mundo con Cristo, siga adelante…”, y el pobre enfermo no entiende nada, se queda más solo que antes, porque al menos antes pensaba: “Cuando venga el cura al menos me dará algún consuelo”. La capacidad humana de perder tiempo con los enfermos, escuchando. La capacidad humana de acariciar bien… Oíd bien esto: si no sabéis acariciar bien como padres y como hermanos, es posible que el diablo os lleve a pagar por acariciar. Estad atentos. La capacidad humana de ser padres. Con esto no se bromea: o eres padre, o eres padrastro. La capacidad de ser padre es capacidad de fecundidad, es capacidad de dar vida a los demás. La formación integral debe pensar en formar para la fecundidad. No os digo nada nuevo, pero conocéis a muchos sacerdotes que no son padres, son “funcionarios de lo sagrado”, como ha dicho el Cardenal, son empleados de Dios −buenos, cumplen su trabajo−, pero no padres, no saben dar vida, es más, ¡cuántos entre nosotros son solterones!, que cuando los oyes predicar o los oyes hablar te dan ganas de preguntarle: “Pero dime, ¿Qué has desayunado hoy? ¿Café con leche o vinagre?” [ríen]. Son incapaces de engendrar vida en los demás, no son fecundos.
Esto para responder al aspecto de la integralidad. De la parte espiritual he hablado antes, pero de la parte humana… Interroguémonos sobre la fecundidad: “¿Ese es un sacerdote fecundo?” Y hay tantos sacerdotes fecundos escondidos. Algunos, el Señor quiere que su fecundidad se vea. En Italia hay muchos de esos párrocos buenos: son padres de un pueblo, conocen la vida de todos y la hacen crecer. A veces, en cambio, no se sabe, pero se ve en el corazón de todos los días: cuántos padres hay en los confesionarios, y también cuántos solterones que asustan a la gente, de los dos. Es una fecundidad, la paternidad sacerdotal. Si alguno de vosotros no se ve capaz de ser padre, por favor que se vaya, es mejor. Porque ser solterones hace daño a la Iglesia. ¿Entendido? Muy bien [aplausos].
Santo Padre, buenos días. Me llamo Luigi, vengo de los Estados Unidos y soy diácono: si Dios quiere, seré ordenado sacerdote en la fiesta de San Felipe Neri, un sacerdote lleno de alegría. La “Ratio fundamentalis” trata la espiritualidad del sacerdote diocesano como una vía mística de identificación a Cristo y de humilde servicio al pueblo de Dios. Nos gustaría saber, Santidad, ¿cuáles son los rasgos fundamentales de la espiritualidad del sacerdote diocesano y cómo ponerlos en práctica en medio del trabajo pastoral diario?
Gracias. Diré esto: es más fácil para un religioso conocer su propia espiritualidad, porque tiene al fundador y conoce muy bien su espiritualidad; pero para el diocesano no es tan fácil descubrirla, y a alguno he oído que decía: “No, yo soy de la orden que fundó San Pedro”, diocesano, ¿no? [ríen]. Pero hay una espiritualidad. Yo la diría en una palabra: la espiritualidad del diocesano es la diocesaneidad. Con todo lo que significa esa palabra: que no estás solo, que estás en un cuerpo que es la diócesis, que tienes un padre que es el obispo y que eres padre de tantos fieles. La diocesaneidad. Y caminando por la senda de la diocesaneidad, comienzo a preguntarme sobre las relaciones de la diocesaneidad. La espiritualidad del sacerdote diocesano reconoce a un padre: el obispo. “Pero… ¡es mejor no hablar del mío!”. Cuántas veces hay distancias entre el sacerdote diocesano y el obispo. Algunas distancias se comprenden, por el temperamento, quizá, del obispo que no es bueno, pero aunque el obispo no sea tan bueno, las distancias no son justificadas. Puedes acercarte a tu padre no necesariamente para charlar, sino solo para hacerle sentir que es tu padre, solo para eso. Y tu corazón se quedará en paz. Pero si tu corazón no está en paz en tu trato con el obispo, algo no va en ti. Dejemos lo que no va en el obispo: pero está en ti, porque tú eres diocesano y a tu diocesaneidad le falta el trato con el padre. Cada uno de vosotros debe preguntarse: ¿Cómo es mi trato con el obispo? “Pero este es malo, es neurótico…”. ¿Cómo es mi trato con mi padre, que es malo y neurótico? ¿Qué aconsejaríais vosotros a un chico que viene y te dice que su padre está en la cárcel? Por ejemplo. O que su padre pega a su madre −el obispo que pega a la Iglesia−. Le daríais un consejo: “reza por tu padre, acércate a tu padre”, pero nunca le diríais: “Borra a tu padre de tu vida”. El carisma del sacerdote diocesano es la diocesaneidad, y la diocesaneidad significa tener un padre.
Luego, significa tener hermanos, estar metido en un cuerpo presbiteral. ¿Y cómo te mueves tú, con el presbiterio? ¿Sabes moverte bien, tu pertenencia al presbiterio es leal, abierta, franca? ¿Tú te permites decir todo lo que te viene a la mente? ¿O has aprendido a callarte para no quedar mal? ¿Has aprendido a disimular, o has aprendido a mirar a otra parte? ¡Una fraternidad así no va! Eres hermano de tus hermanos presbíteros y eso debe crecer siempre. No digo amigo íntimo, no, no se puede, eso no es real. Hermano. “Sí, voy a las reuniones”. ¿Y cuando habla uno que no te cae bien, tú lo juzgas enseguida o procuras escuchar bien y entender lo que ha dicho? Las relaciones en el presbiterio: a este lo quiero, a ese es mejor ni verlo… Examinaos sobre esto. ¡Es vuestro carisma! Es un presbiterio. Y cuando acaba la reunión de un presbiterio, por ejemplo, y me voy con dos o tres amigos y empezamos a criticar contra ese, contra el otro… “Mira lo que ha dicho ese estúpido, lo que ha dicho ese y aquel…”. ¡La murmuración es la lepra! ¡Es la lepra de un presbiterio! Es la lepra, las habladurías. Es un modo de decir: “te doy gracias, Señor, porque no soy como este, ese o aquel”, y te distancias de ellos.
El trato con el padre, el trato con los hermanos. Y luego, el cura diocesano tiene hijos: el trato con tus fieles, con los de la parroquia donde trabajas. ¿Cómo es tu trato? ¿El de mirar el reloj para irse pronto? ¿El de no dejar hablar a la gente? ¿El de la distancia de la gente? ¡La distancia mala, no la buena distancia! Porque el secreto del buen padre espiritual, del buen cura es acercarse bien y alejarse bien. Sabéis que hay algunos que se acercan mal o se alejan mal. No, no va. El carisma es la diocesaneidad, y debéis permanecer en las relaciones que hay en la diocesaneidad: las relaciones con el padre, las relaciones con los hermanos y el trato con los fieles. Con estas tres vías, si trabajáis, seréis santos. Porque no es fácil tener un buen trato con el obispo toda la vida, no es fácil tener una buena relación de fraternidad, de santidad con los hermanos sacerdotes y no es fácil tener un buen trato con los hijos en la parroquia. No sé si he respondido. Diocesaneidad: ¡ese es el carisma de la congregación religiosa que fundó San Pedro! ¿De acuerdo? [se ríen y aplauden].
Buenos días, Santo Padre. Me llamo don Michael Aguilar, sacerdote de Filipinas: yo vengo del continente de Asia, donde nació Jesús, donde nació la Iglesia [ríen]. Quisiera hacerle esta pregunta: los sacerdotes presentes en Roma tenemos una oportunidad para la formación permanente. ¿Cómo cuidar la propia formación durante este periodo extraordinario, y también ante el futuro? Gracias.
Te lo agradezco. No he entendido bien: ¿Jesús nació en Manila? [se ríen y aplauden]. La formación permanente es muy importante, porque es el acompañamiento de la vida. Veamos primero los cuatro pilares de la formación: la formación espiritual, la formación intelectual, la formación apostólica y la formación comunitaria en el presbiterio: cuatro. En la vida, esos aspectos deben madurar siempre y ser formados cada vez más. Por ejemplo, en la parte pastoral habrá novedades pastorales, nuevos enfoques pastorales, estar un poco al día de esto; la parte intelectual lo mismo; la parte espiritual: los ejercicios anuales, los encuentros entre vosotros y todas esas cosas. Y la parte comunitaria, un poco ya he hablado a propósito del presbiterio.
Pero ahora, respondiendo a tu pregunta diré algo que debemos entender bien. Ante todo, la formación permanente nace de la experiencia de la propia debilidad; no te dan un certificado de santidad perpetua cuando te ordenan: te mandan allá, a trabajar, y que Dios te ayude y que no te coman los cuervos. Un punto claro: ¿eres consciente de tu debilidad? Esta pregunta hacedla todos los días. “¿Soy consciente de mi debilidad? ¿Y cuáles son los puntos donde soy más débil?” No es algo triste, sino la verdad: somos débiles. ¿Tú eres consciente de tu punto débil? Es la primera pregunta que os debéis hacer siempre, y si no lo encuentras hoy, será mañana, y si no lo encuentras mañana, será pasado mañana. Y si no lo encuentras, tu punto débil, si no te das cuenta, ve a alguien que te ayude a encontrarlo, en el diálogo espiritual.
Y luego hay otro riesgo: el riesgo de pensar, “Sí, yo celebro Misa, hago esto, es una parroquia…” −“¿Y cómo va la parroquia?” −“Ah, va muy bien: estoy haciendo esto, esto, esto…”. El riesgo de ser funcionario de lo sagrado. No, tú eres sacerdote. Tú no eres funcionario de lo sagrado. A mí me pasó una vez que vino un abogado −joven, 26 años, más o menos− y me dijo: “Padre, me caso en 15 días −era en breve− y he ido a buscar los certificados, todo, en la parroquia donde fui bautizado; me hicieron enseguida el certificado de bautismo y me felicitaron, y yo pregunté: ¿debo pagar algo? No, no, pero si quieres dejar una ofrenda, déjala ahí, pero no hay que pagar nada. Pero ayer fui a la parroquia donde debo tener el permiso para casarme, otra parroquia, y me han dicho: Sí, sí, mañana lo haremos, pero vuelva con tanto, debe pagar esto, una buena suma”. Al menos el equivalente a 70 dólares, serían. Y él tuvo el valor, ya que trabajaba en el centro de la ciudad, de entrar en el obispado y preguntar si estaba el obispo, y lo recibió; y estaba dolido y decía: “Padre, yo quiero hacer las cosas bien: no he querido irme a convivir, nos hemos preparado bien para el matrimonio y todo eso…, pero voy a la iglesia y me hacen…” −“Quédate tranquilo, ve mañana y cuando te digan de pagar di que has estado conmigo y yo he dicho que pagaré yo”. Aquel párroco era un funcionario de lo sagrado. ¡Es un ejemplo feo pero pasa, esto pasa! Con el dinero y también con las actitudes. Por favor, estad atentos a no volveros funcionarios de lo sagrado.
Después, está la cultura contemporánea. ¿Cómo entro, yo, en mi móvil, en mis comunicaciones virtuales? Sabéis bien de lo que hablo: ¿qué estoy buscando, por curiosidad? Y vosotros lo sabéis. Esta la cultura contemporánea que entra en mi alma y la mancha. Luego, está el atractivo del poder y de las riquezas: siempre es así. San Ignacio enseña, en los Ejercicios, que hay tres escalones. El primero la riqueza, el segundo la vanidad y el tercero la soberbia, o sea el poder. El diablo entra por los bolsillos, ¿no? ¿Me gusta el dinero? ¿Me gusta la vanidad? Esa es una de las dificultades. Estoy señalando algunas dificultades de la vida sacerdotal, luego te diré un poco de la formación permanente.
El reto del celibato. Sobre esto, estad preparados porque: “¡Si hubiese conocido a esa mujer antes de ordenarme!”. En español se dice: “tarde piaste”, es decir, “te has dado cuenta tarde”. Pero sois hombres normales y tenéis el deseo de tener una mujer, para amar. Y si viene esa posibilidad, ¿cómo reaccionaríais? ¿Tenéis el deseo de engendrar hijos? ¿No solo espirituales, sino de los otros? Eso es algo que tenemos en nuestra naturaleza dada por Dios. Y luego, la comodidad en el propio ministerio: “pero, si es un poco más cómodo, no hacerlo con tanto esfuerzo…”. Estas cosas que he señalado, ahora que estáis estudiando, son fáciles de resolver; pero luego, en la vida, estaréis más solos y estas cosas existen. Algunas son malas, otras buenas; pero vendrán. Y por eso la formación permanente debe ser así, siempre importante. No solo para resolver las tentaciones, sino también para estar un poco en la actualidad, en el desarrollo de la pastoral, de la teología, de la vida de la Iglesia. Pero por favor id siempre a los cursos espirituales de la diócesis, a los cursos de actualización y luego, si creéis necesario, después de algunos años y más, pedid al obispo hacer uno o dos meses de formación; pero siempre, para todas esas cosas que suceden.
Es casi la hora. Debemos acabar. Antes de terminar, haré un poco de publicidad [ríen]. Hay dos libros que os ayudarán. El primero es una Carta pastoral que ha escrito recientemente el obispo de Albano: “Protejamos nuestro deseo”, habla del deseo sacerdotal, de cómo proteger el deseo. Es una joya, lo recomiendo, es bueno. Buscadlo, hay que leerlo. Quizá se encuentre en internet, pero leedlo, porque ayudará a proteger el deseo interior, el deseo de Dios, el deseo del apostolado, el deseo bueno que nos da. Así que, lo recomiendo: es muy bueno. Y luego otro, que acaba de salir, hace dos semanas: “10 cosas que el Papa Francisco propone a los sacerdotes” [ríen todos]. Son sencillas. Y puede ser un vademécum: es pequeñito, se lee bien, pero hay que releerlo para no olvidarlo.
Os agradezco esta reunión: me gusta mucho encontraros; es una de las cosas que nos sienta siempre bien, encontrarnos para ayudarnos a seguir adelante en la comunicación de la fe común. Así Pablo justifica la Carta a los Romanos, cap. I, versículo 12: comunicar la propia fe para seguir adelante.
Rezad por mí. Rezad los unos por los otros. Rezad por vuestros superiores. Rezad por vuestro obispo. Que el Señor os bendiga. Os invito a rezar el Ángelus: Angelus Domini… [Bendición].
Fuente: vatican.va
Traducción de Luis Montoya.
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