El Santo Padre visitó el pasado domingo la parroquia ‘Santísimo Sacramento’ de Tor de Schiavi en Roma; allí inauguró la ‘Casa de la alegría’, confirmó una niña que sufre una enfermedad rara, confesó y celebró la Santa Misa
El Papa, que llegó a las 16:00, se reunió primero con la feligresía y respondió a cuatro preguntas planteadas por un padre, una joven, una adolescente y un niño. Luego estuvo con los enfermos, ancianos, niños discapacitados y agentes sociales, y bendijo los locales de la “Casa de la alegría” para personas discapacitadas. Después confesó a varios penitentes, y a las 17:30 celebró la Santa Misa en la que administró la Confirmación a Maya (una niña de doce años afectada por una enfermedad mitocondrial, muy parecida a la del pequeño Alfie Evans) y a su madre Paola que, tras un camino difícil, se ha convertido. Al terminar, saludó a los fieles que siguieron la misa en pantallas gigantes desde la plaza de la iglesia, y regresó al Vaticano.
Un padre: Bienvenido, Papa Francisco. Gracias por estar aquí hoy con nosotros en la parroquia Santísimo Sacramento en este barrio. Gracias. Yo soy Mauro y, junto a un grupo de padres, nos ocupamos del club parroquial. Estoy casado, tengo tres hijos, y somos una de tantas familias de esas llamadas irregulares, pero aquí siempre hemos tenido las puertas abiertas. Hemos sido recibidos con amor, hasta tal punto que hoy formamos parte del equipo de la parroquia y estamos metidos de lleno en las actividades parroquiales. Aquí nos sentimos como en casa; es más, esta es nuestra casa. Y la pregunta que quería hacerle es esta: cómo podemos hacer comprender a los padres que traen o traerán a sus hijos a alguna actividad de la parroquia, que no los dejen solos, sino que los acompañen en el camino y los eduquen en el camino de la fe, porque así, el núcleo, que es la base de la vida cristiana, la familia pueda estar más unida, porque hoy, sin la familia, no hay nada que hacer. Gracias.
¡Ha puesto usted el dedo en la llaga! Los niños, los hijos que crecen en una familia, pero sin la familia, “en, pero sin”. En una casa donde el padre está ocupado hasta arriba, y la madre tan ocupada y también trabaja, los niños crecen un poco solos. Antes estaban la abuela y el abuelo que te ayudaban tanto. Los abuelos ayudan, son un tesoro. ¡Un aplauso a los abuelos! Este mundo, a los abuelos los ponen en la lista del descarte, porque esta es la cultura del descarte: el que no produce, no sirve, se descarta. Los abuelos, los viejos se descartan. “No, no, no, los abuelos tienen su pensión y yo necesito…”. ¡Ah, por interés! Cuando el dinero está por medio, entonces algo valen… ¡Nunca descartar a los abuelos! Bueno, esto era “en passant”. Ahora volvamos al problema de los niños que crecen solos, pero no por culpa de sus padres, sino que el trabajo, la necesidad del trabajo…, y crecen sin ese diálogo con los padres. Los grandes valores de la vida, la fe, solo se trasmiten en dialecto, es decir, en el dialecto de la familia. Sí, hay muchas cosas, pero esa fe que te enseña tu madre o tu padre o los abuelos, esa sabiduría de la vida que aprendes de niño, es la que se da en casa, la que hará fuerte…, esa se hace en el dialecto de la casa. Sí, en la escuela se aprenden muchas cosas buenas, valores, pero los básicos se aprenden en el dialecto, se trasmiten en dialecto. Es importante que se procure ayudar a los padres para que puedan hablar con los hijos. Un padre me decía una vez: “cuando salgo a trabajar por la mañana los niños están durmiendo; cuando vuelvo por la noche, ya están durmiendo”. Los ve el domingo solamente, habla con ellos el domingo… Esta cultura es tan esclavista que el trabajo ocupa toda la vida. Por eso, es importante que entren en la familia los abuelos que ayuden al padre y a la madre a estar presentes con los niños, que no crezcan solos. No porque harán cosas malas, no, no, pero crecerán débiles, es un problema de vitaminas. Es el problema de la vitamina que da la familia, que te hace crecer fuerte… Yo tengo una costumbre, cuando confieso a un padre o a una madre que tienen hijos más o menos pequeños, también grandes, pero sobre todo si son pequeños, les pregunto si juegan con sus hijos. Los valores también se trasmiten jugando. ¿Tienes tiempo de tirarte al suelo y hacer ahí cualquier cosa con tu hijo, con tu hija? ¡Eso es grande! No se debe perder, no se debe perder. “Ya, pero estoy cansado, no sé, me apetece ver la tele…”. ¡Juega con tus hijos! “Es aburrido” ¡No! ¡Aprende! Este es un gran criterio: padre y madre que saben jugar, perder el tiempo con los hijos. Es verdad que los hijos siempre preguntan lo mismo: “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”. Cuando están en la edad de los porqués te duele la cabeza de tantas preguntas que te hacen. Pero hay que saber responder, saber jugar, saber hablar… ¡Saber perder el tiempo con los hijos! Ese es el dialecto del amor que hace trasmitir todos los valores de la fe. Por favor, trabajad en esto: el núcleo del amor es la familia, y lo que no se aprende en la familia difícilmente se aprenderá fuera. No sé si te he respondido (aplausos). Gracias.
Una joven: ¡Hola, soy Simona, soy animadora del club parroquial y formo parte del grupo de jóvenes de la parroquia! En mi experiencia, he tenido un poco de dificultades, sobre todo en los años pasados, para meterme en una comunidad parroquial porque he tenido malos ejemplos, y he visto tatas incoherencias, e incluso he recibido poca acogida. Y discutiendo, hablando con mis amigos del grupo, hemos imaginado la falta de un amor por parte de la comunidad, digamos buscado desde fuera, por los que están fuera de la Iglesia, les lleva a buscar un sustituto del amor en otros sitios. Entonces nos preguntamos: Sí, efectivamente, el Papa nos quiere de verdad. ¿Los obispos, los sacerdotes, los catequistas quieren de verdad a los jóvenes? Y si ese amor está, entonces, ¿cómo es que no logra llegar a todos, y no consigue tenerlos cerca?
Según la música de tu pregunta, mi respuesta debería ser darle una paliza a los curas y a los obispos, ¿no? ¡La monja aplaude! ¡También a las monjas! (hay risas). Has dicho tres cosas que no quiero olvidar: malas experiencias, incoherencias y ¿la primera? Sí, los malos ejemplos. El buen ejemplo, la buena experiencia y la coherencia son lo que da el aire de familia, uniéndolo a tu pregunta. Una parroquia debe ser familia, tener aire de familia. ¡No es fácil! Hay una virtud que todos los curas deben tener, una actitud que deben tener los curas, los obispos, los Papas, todos: la cercanía. “¿Pero eso lo dicen los psicólogos?” ¡No! Lo dijo Dios Padre cuando quiso que su Hijo se hiciera cercano a nosotros. ¡Jesús es Dios cercano a nosotros! Y nosotros que somos los apóstoles de Jesús tenemos que ir por ese camino, la cercanía. No se predica el Evangelio con palabras, con argumentos, no, no se predica así. Se predica con cercanía, con buenos ejemplos, con coherencias… Y eso debéis pedirlo a los pastores, a mí, a los obispos y a los curas: ¡coherencia, buen ejemplo! Esa es la lengua, el dialecto en el que se trasmite la fe. Un dialecto hecho de coherencias, de buenos ejemplos, de hacer brotar en los demás buenas experiencias. Acogida… Tú has dicho: “no me he sentido acogida”. La acogida es esa sonrisa natural: “ven, ven, entra, estás en tu casa…”. No digo esa sonrisa artificial que tanta gente debe poner por trabajo, porque si no sonríes te echan del trabajo. No esa sonrisa artificial sino una sonrisa acogedora: “ven, porque me da alegría que estés aquí”. Hacer sentir eso, que esta es tu casa. Esto pedidlo siempre a los pastores: cercanía, porque Jesús se hizo cercano. La gran predicación de Jesús no son los sermones −sí, esos enseñan mucho−, pero la gran predicación es la cercanía: bajó hasta nosotros. Eso, los teólogos lo llaman la “condescendencia”, y los teólogos más finos lo dicen en griego: la syncatábasis. ¿Cómo era la palabra? ¡Luego se la preguntas al párroco que te la enseñará! La cercanía, la condescendencia, Dios que se ha hecho cercano. Y Dios, esto es curioso, cuando va por el desierto con el Pueblo de Israel, le hace una pregunta: Mirad, ¿habéis visto algún pueblo que tenga un Dios tan cercano como yo lo estoy con vosotros? ¡El mismo Dios nos dice que Él es cercano! Y esta no es una virtud que debamos tener solo los pastores, es una virtud para todos los cristianos, el cristiano siempre se hace cercano a los demás. No aburrido, esa gente aburrida, no, no. Cercano, con discreción, con amor, con el corazón siempre abierto… Cuando no hay cercanía en una parroquia, esa actitud de cercanía en los pastores y también en los laicos que colaboran, se siente eso que tu sentiste: frialdad, frío, una parroquia tibia o una “parroquia funcional”: todo va bien… ¡menos el corazón! Es una “parroquia cardiópata”, tiene una enfermedad en el corazón, que es el que hace la condescendencia, la cercanía… No sé si esa es la respuesta. ¡Para los pastores, para los laicos y para las monjas!
Una adolescente: Querido Papa Francisco, soy Beatrice, tengo 15 años, y tengo una pregunta. Desgraciadamente, hace dos años perdí a mi padre, y desde entonces me acerqué mucho a la Iglesia, a esta parroquia en la que he encontrado un grupo de personas fantásticas que me han acogido como en una familia y ha sido un consuelo espiritual importante. Sin embargo, veo a tantos compañeros que están distantes de la Iglesia porque piensan que sea aburrida, y entonces me preguntaba cómo puedo hacer, qué podemos hacer para que los adolescentes comprendan que la Iglesia es, por el contrario, un lugar de amor, como yo lo entendí y todos los que estamos hoy aquí. Gracias.
Bueno, alguna vez esos compañeros tuyos tienen razón. Porque algunos pastores, algunas monjas, algunos laicos son aburridos de verdad, ¿no? Y tienen una cara que no sabes si es la cara de un pastor, de un hombre o una mujer que trabaja en la Iglesia, con una cara de velatorio fúnebre… La alegría del Evangelio. El Evangelio trae siempre alegría. Y eso no es solo para los pastores; también para los laicos, para todos. Es más, yo diría que muchas veces he encontrado en las parroquias más laicos amargados con cara de vinagre que curas o monjas. Porque cuando el laico no se mete bien en la comunidad, abierto, empieza ese juego de poder dentro, de lucha interna, y a veces encuentras a esa gente que sí es buena, que trabaja en Caritas o en tantas cosas buenas que hay en una parroquia, pero siempre le pesa, no es libre… No sé por qué. Quizá buscan alguna promoción, no sé; la intención no es muy clara… Gente buena, pero sin la libertad de la alegría del Evangelio. Y esto debemos tenerlo siempre ante los ojos: si yo soy un verdadero creyente, eso se debe expresar en la alegría, la alegría que da Jesús Resucitado. Y Jesús no resucitó para que nosotros padezcamos; ha resucitado para darnos la alegría, la seguridad que nos espera a todos. Eso falta, es verdad, falta. La alegría del Evangelio falta. No siempre, pero muchas veces… Y luego has preguntado ¿qué puedo “hacer” para convencer a mis amigos de que la Iglesia no es así? ¡Felicidades! Tú no has dicho “¿qué les debo decir?”, porque si vas a decírselo no te creerán. Tú debes “hacer”, hacer las cosas con alegría y ellos te verán y dirán: “esta está loca, ¿por qué hace las cosas así?” Y tú: “No, ven y mira”. Y va a mirar. La Iglesia crece no por proselitismo −“venga, ven”− sino por atracción. La atracción del buen ejemplo. Aquí no somos un equipo de fútbol, un club que va a buscar socios, no. Nosotros somos discípulos de Jesús que procuramos hacer las cosa que nos dice el Evangelio, y eso siempre hace surgir la alegría. Ellos ven a alegría y dicen: “¿Por qué están tan alegres?”. Esto pasaba en los primeros tiempos de la Iglesia: recién nacida la Iglesia después de la venida del Espíritu Santo, la gente les miraba y decían: “Pero mira, son felices esos, y cómo se quieren entre sí; no se despellejan… Era gente cuya alegría atraía a los demás. ¡No se puede vivir el Evangelio sin alegría! Es condición para vivir el Evangelio la alegría. ¿Comprendido? Y si alguno de los que trabajan en la parroquia tiene la costumbre de desayunar no con café con leche sino con vinagre, que cambie de costumbre y tome el café con leche que le sentará bien.
Un niño: Buenas tardes Papa Francisco, yo soy Mattia y tengo 10 años. Quería pedir si es posible hacer una oración por mi madre que debe ser operada y dar una bendición a mi familia y a todas las familias de esta parroquia. Gracias.
Gracias a ti (se oyen unas voces, y el Papa dice: ¡Te llaman, Mattia!). Esto que ha hecho Mattia es algo que vosotros, chicos y chicas, debéis hacer siempre, rezar por los padres. ¡Rezar por los padres! Ellos rezan por vosotros, pero ¿vosotros rezáis por ellos? ¿O solo rezáis cuando esperáis que os hagan un regalo? Para que hagan ese regalo o aquel otro, no. Rezar por los padres. Pensadlo bien, eh. Los padres necesitan vuestra oración, porque así les ayudáis a ir adelante. Y cuando los padres tienen una enfermedad, como el caso de la madre de Mattia que debe sufrir una operación, rezar más. Ellos rezan por vosotros, pero vosotros debéis rezar por ellos. La familia −hemos comenzado con la familia− se hace así, con la oración, la oración hace crecer la familia, la oración de uno por otro, de todos. A mí me gustaría preguntar a los chicos y chicas de aquí: ¿vosotros rezáis por vuestros padres? ¡Se ve que no quieren responder, porque la respuesta no sería muy buena! Bueno, pues empecemos desde ahora. De hoy en adelante una oración al día por los padres. Y no hace falta hacer largas oraciones, basta decir: “Señor protege a mamá y a papá”, como hablamos aquí. Pero rezar por los padres. Y cuando los padres tienen un problema, rezar para que el problema se resuelva bien. La familia se hace con la oración de uno por los demás. Es bueno rezar por los padres, seguid adelante así. Yo rezaré por tu madre.
(Todos se levantan y se vuelven hacia la imagen de la Virgen)
Recemos a la Virgen, es la Virgen del Perdón, y todos necesitamos ser perdonados de algo. Que Ella nos ayude. Dios te salve, María…. ¡Virgen del Perdón, ruega por nosotros! (bendición). Ahora he visto aquel cartel, es bonito: “La parroquia es casa de la alegría”. ¿Lo decimos todos juntos? “La parroquia es casa de la alegría”. ¡No lo olvidéis! Gracias.
Ya sin cámaras de televisión, el Papa llegó al salón donde estaban los ancianos y enfermos, los bendijo y rezó con ellos, definiéndoles “los que hacen florecer el árbol de la Iglesia”, los que saben trasmitir las raíces, los que, sin grandes títulos académicos, tienen el “doctorado de la vida”. Luego les dijo: Trasmitid la fe. Trasmitid la sabiduría. Vosotros sois una riqueza en la Iglesia. No sois material de descarte. Por favor, no os sintáis material de descarte. No. Sois la riqueza de la Iglesia, la retaguardia de la Iglesia. La civilización moderna hace de todo para haceros creer que estáis pasados, que ya no contáis para nada, que sois el descarte: son mentiras. ¡Son mentiras!
El Papa subió a la “Casa de la alegría”. Se detuvo con los discapacitados del centro diurno y sus familias. Visitó la Casa y bendijo los locales, y luego estuvo con siete chicos que a partir de hoy vivirán aquí junto a dos religiosas y una laica. También saludó a los responsables de Caritas, de los proyectos “Barrios solidarios” y “Condominios solidarios”, y del servicio de vigilancia nocturna para los sin techo.
Jesús, antes de ir al huerto de los olivos, para comenzar su Pasión −sufrió tanto Jesús en el huerto de los olivos−, pues antes de ir allá, tiene este largo discurso en la mesa con los discípulos. Y Él aconseja una cosa fuerte allí, un consejo muy fuerte: “permaneced en mi amor”. Este es el consejo que Jesús da a los suyos antes de morir, antes de sufrir. Y es también en consejo que nos da a nosotros, a cada uno de nosotros Jesús nos dice: “permaneced en mi amor”. No vayáis fuera de mi amor. Y cada uno de nosotros puede preguntarse en su corazón: ¿yo permanezco en al amor del Señor? ¿O salgo fuera, buscando otras cosas, diversiones, conductas de vida… Pero permanecer en su amor es hacer lo que Jesús hizo por nosotros. Él dio la vida, Él fue el siervo de nosotros, vino a servirnos. Permaneced en mi amor significa servir a los demás, estar al servicio de los demás. Porque el amor… ¿Qué es el amor? Podemos pensar qué es el amor: “Sí, yo he visto un telefilm sobre el amor, era bonito esa pareja de novios…, pero acabó mal. ¡Lástima!”. Pero no es lo que dicen en la película. Un amor es otra cosa. El amor es hacerse cargo de los demás. El amor no es tocar violines, todo romántico… No, el amor es trabajo… Pensad, cuántas de vosotras sois madres y cómo, cuando los niños eran pequeños, cómo amabais a vuestros hijos. Con trabajo, cuidando de ellos: “que llora, que hay que cambiarlo, que esto, que lo otro…”. Es trabajo, el amor siempre es trabajo por los demás. Porque el amor se deja ver en las obras, no en las palabras… ¿Recordáis aquella canción “parole, parole, parole”? Sí, muchas veces decimos palabras, pero el amor es concreto. Cada uno debe pensar en su amor, mi amor con mi familia, mi amor en el barrio, mi amor en el trabajo, no sé, donde sea. ¿Es servicio a los demás? ¿Me preocupo de los demás?
¡Amor! He estado arriba, la llaman “la casa de la alegría”, pero podría muy bien llamarse “la casa del amor”. Porque esta parroquia se ha preocupado de tantos que necesitan ser cuidados y atendidos. ¡Y eso es amor! Es amor y trabajo, trabajo por los demás. Y así el amor viene con más peso, más fuerte, el amor en las obras, no en las palabras. El verdadero amor. “Yo te amo”. Sí, pero ¿qué haces por mí, si me amas? Cada uno de los enfermos del barrio se pregunta qué haces por mí. En nuestra familia, si amas a tus hijos, sean pequeños o grandes, los padres, los ancianos, ¿tú los quieres? ¿Qué haces por ellos? Siempre, para ver cómo es el amor, hay que decir qué hago: “Yo amo. ¿Qué hago?”. “Pero, Padre, ¿dónde aprendemos esto?” De Jesús, de Jesús.
En la segunda lectura hay una frase que puede abrirnos los ojos: el amor es siempre antes. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único”. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó antes”. El Señor nos ama siempre antes, nos espera con amor. También nosotros podemos hacernos la pregunta: ¿yo espero con amor a los demás? Y luego hacer la lista de las preguntas, por ejemplo: ¿el chismorreo es amor? Vosotros sabréis, yo no lo sé… No, el que murmura a los demás no es amor. Hablar mal de la gente no es amor, no es amor. O decimos a Dios: “Yo hago cinco novenas al mes, y hago esto y lo otro…”. Sí, pero ¿cómo es tu lengua? ¿Cómo va tu lengua? Esa es precisamente la piedra de toque para ver el amor. Es fácil: ¿Yo amo a los demás? “¡Sí!”. Pregúntate: ¿Cómo va mi lengua? Y ahí te dará la temperatura de tu amor, te dirá si es amor verdadero o solo una capa de amor exterior pero el amor no está. Dios nos amado antes y nos espera siempre con amor. ¿Yo amo antes o espero que me den algo para amar? Como los cachorros que esperan el regalo, el trozo para comer, y luego le hacen la fiesta al dueño. No, el amor es gratuito, anterior. Pero el termómetro para saber la temperatura de mi amor es la lengua. No os olvidéis de esto. Cuando vayáis a hacer el examen de conciencia, antes de la confesión o en casa, ¿yo he hecho eso de Jesús de permanecer en mi amor? “¿Y cómo puedo saberlo?” ¡La lengua! ¿Cómo ha ido mi lengua? Si he hablado mal de los demás, no he amado. Si esta parroquia decidiera no hablar nunca jamás mal de los demás, ¡sería para canonizarla! Pensad esto, y al menos, yo lo he dicho tantas veces, haced el esfuerzo de no despellejar, de no criticar a los demás. “Pero, Padre, denos un remedio para no criticar a los demás”. Fácil y al alcanzo de todos: cuando te vengan ganas de hablar mal de los demás, muérdete la lengua −se inflará, eh−, pero seguro que no hablarás más.
Pidamos al Señor que permanezcamos en el amor, y de entender que el amor es servicio, y hacerse cargo de los demás, y la gracia de entender que el termómetro de cómo va el amor es mi lengua.
Todos acompañaremos a Maya que recibirá la Confirmación [Rito de la Confirmación].
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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