El Papa presenta el libro de Ratzinger sobre la relación entre fe y política: «El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo»
Publicamos el prefacio del Papa para el libro de Benedicto XVI que recoge sus escritos sobre fe y política: Liberar la libertad. Fe y política en el tercer milenio (Ed. Cantagalli), que será presentado el próximo viernes en el Senado de Roma. Intervendrán el Secretario del Papa emérito Georg Gänswein, el Presidente del Parlamento Europeo Antonio Tajani y el Obispo Giampaolo Crepaldi, y contará con la presencia de la Presidenta del Senado Maria Elisabetta Casellati.
La relación entre fe y política es uno de los grandes temas que siempre ha estado en el centro de atención de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI y recorre todo su camino intelectual y humano: la experiencia directa del totalitarismo nazi le lleva desde joven estudioso a reflexionar sobre los límites de la obediencia al Estado a favor de la libertad de la obediencia a Dios: «El Estado −escribe en ese sentido en uno de los textos propuestos− no es la totalidad de la existencia humana ni abarca toda la esperanza humana. El hombre y su esperanza van más allá de las realidades del Estado y de la esfera de la acción política. Esto vale no solo para un Estado que se llama Babilonia, sino para todo tipo de Estado. El Estado no es la totalidad. Esto aligera el peso al hombre político y le abre el camino a una política racional. El Estado romano era falso y anticristiano precisamente porque quería ser el totum de las posibilidades y de las esperanzas humanas. Así pretende lo que no puede; así falsifica y empobrece al hombre. Con su mentira totalitaria se vuelve demoníaco y tiránico».
Posteriormente, siempre con esa base, al lado de San Juan Pablo II elabora y propone una visión cristiana de los derechos humanos capaz de poner en discusión a nivel teórico y práctico la pretensión totalitaria del Estado marxista y de la ideología atea en la que se fundaba.
Porque el auténtico contraste entre marxismo y cristianismo para Ratzinger no es por la atención preferencial del cristiano a los pobres: «Debemos aprender −una vez más, no solo a nivel teórico, sino en el modo de pensar y de obrar− que, junto a la presencia real de Jesús en la Iglesia y en el sacramento, existe esa otra presencia real de Jesús en los más pequeños, en los pisoteados de este mundo, en los últimos, en los cuales Él quiere ser encontrado por nosotros», escribe Ratzinger ya en los años Setenta con una profundidad teológica y con esa inmediata accesibilidad propias del auténtico pastor. Y ese contraste tampoco viene, como subraya a mitad de los años Ochenta, de la carencia en el Magisterio de la Iglesia del sentido de equidad y solidaridad; y, en consecuencia, «en la denuncia del escándalo por las evidentes desigualdades entre ricos y pobres, ya sea desigualdades entre países ricos y países pobres o desigualdades entre clases sociales en el ámbito del mismo territorio nacional que ya no se toleran».
El profundo contraste, nota Ratzinger, viene, en cambio −y mucho antes que de la pretensión marxista de poner el cielo en la tierra, la redención del hombre en el más acá−, de la diferencia abismal que subsiste respecto a cómo debe ser la redención: «¿La redención viene por medio de la liberación de toda dependencia, o la única vía que lleva a la liberación es la completa dependencia del amor, dependencia que sería en definitiva la verdadera libertad?»
Y así, con un salto de treinta años, nos acompaña a la comprensión de nuestro presente, mostrando la inalterable frescura y vitalidad de su pensamiento. Hoy, más que nunca, se repite la misma tentación del rechazo de toda dependencia del amor que no sea el amor del hombre por su propio ego, por «el yo y sus ganas»; y, en consecuencia, el peligro de la «colonización» de las conciencias por parte de una ideología que niega la certeza de fondo por la que el hombre existe como varón y mujer, a quienes se les asigna la tarea de la trasmisión de la vida; ideología que llega a la producción planificada y racional de seres humanos y que −quizá por algún fin considerado «bueno»− llega a considerar lógico y lícito eliminar lo que ya no se considera creado, dado, concebido y engendrado, sino hecho por nosotros mismos.
Esos aparentes «derechos» humanos, que están todos orientados a la autodestrucción del hombre −así lo muestra con fuerza y eficacia Joseph Ratzinger−, tienen un único común denominador que consiste en una única y gran negación: la negación de la dependencia del amor, la negación de que el hombre es criatura de Dios, hecho amorosamente por Él a su imagen y a quien el hombre anhela como la cierva las fuentes de agua (Sal 41). Cuando se niega esa dependencia entre criatura y creador, esa relación de amor, se renuncia en el fondo a la verdadera grandeza del hombre, al baluarte de su libertad y dignidad.
Así la defensa del hombre y de lo humano contra las reducciones ideológicas del poder pasa hoy, una vez más, a tildar la obediencia del hombre a Dios como límite de la obediencia al Estado. Recoger ese reto, en el verdadero y auténtico cambio de época en el que hoy vivimos, significa defender la familia. Además, ya San Juan Pablo II había comprendido muy bien el alcance decisivo de la cuestión: con razón llamado también el «Papa de la familia», no por casualidad subrayaba que «el porvenir de la humanidad pasa a través de la familia» (Familiaris consortio, 86). Y en esa línea yo también he recordado que «el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia» (Amoris laetitia, 31).
Por tanto, estoy especialmente contento de poder introducir este segundo volumen de textos selectos de Joseph Ratzinger sobre el tema «fe y política». Junto a su poderosa Opera omnia, estos pueden ayudarnos, no solo a nosotros, a comprender nuestro presente y encontrar una sólida orientación para el futuro, sino también ser verdadera y auténtica fuente de inspiración para una acción política que, poniendo la familia, la solidaridad y la equidad en el centro de su atención y de su programa, mire de verdad al futuro con amplitud de miras.