El Santo Padre ha rezado hoy ante la tumba de Don Tonino Bello, en el cementerio de Alessano, ciudad natal del amado obispo, en el 25° aniversario de su muerte
Mons. Antonio Bello, mejor conocido como don Tonino (nacido en Alessano, el 18 de marzo de 1935 y fallecido en Molfetta, el 20 de abril de 1993), fue obispo de Molfetta, provincia de Bari. Está abierto su proceso de beatificación. Su ministerio episcopal se caracterizó por la renuncia a lo que él consideraba signos de poder (por lo que se hacía llamar simplemente don Tonino) y una constante atención a los últimos: promovió la constitución de grupos de Caritas en todas las parroquias de la diócesis, fundó una comunidad para la atención de tóxicodependientes, dejó siempre abiertas las oficinas del palacio episcopal para cualquiera que quisiera hablar con él e incluso para los sin techo que le pedían pasar la noche allí. Es suya la definición de "Iglesia del delantal" para indicar la necesidad de hacerse humildes y a la vez actuar sobre las causas de la marginación (ndt).
La primera parada de este viaje de tan sólo media jornada, fue Alessano, ciudad natal de Don Tonino, en la que el Sucesor de Pedro rezó ante su tumba depositando junto a ella un ramo de flores blancas y amarillas, en memoria de este sacerdote que entregó toda su vida al servicio de los más pobres y olvidados de la sociedad.
Queridos hermanos y hermanas, he venido como peregrino a esta tierra que vio nacer al Siervo de Dios Tonino Bello. Acabo de rezar en su tumba, que no es un monumento hacia arriba, sino que está bajo tierra: Don Tonino, sembrado en su tierra −él, como una semilla sembrada−, parece querernos decir cuánto amó esta tierra. De esto quería reflexionar, evocando en primer lugar algunas palabras suyas de agradecimiento: «Gracias, tierra mía, pequeña y pobre, que me has hecho nacer pobre como tú pero que, precisamente por eso, me has dado la riqueza incomparable de entender a los pobres y de poder hoy disponerme a servirles»[1].
Comprender a los pobres era para él verdadera riqueza, era también entender a su madre, entender a los pobres era su riqueza. Tenía razón, porque los pobres son realmente riqueza de la Iglesia. Recuérdanoslo de nuevo, don Tonino, ante la tentación recurrente de arrimarnos a los poderosos de turno, de buscar privilegios, de apañarnos una vida cómoda. El Evangelio −acostumbraba a recordarlo en Navidad y en Pascua− llama a una vida a menudo incómoda, porque quien sigue a Jesús ama a los pobres y a los humildes. Así lo hizo el Maestro, así lo proclamó su Madre, alabando a Dios porque «ha derribado a los poderosos de sus tronos, ha ensalzado a los humildes» (Lc 1,52). Una Iglesia que se preocupa por los pobres siempre está sintonizada en el canal de Dios, nunca pierde la frecuencia del Evangelio y siente que debe volver a lo esencial para profesar con coherencia que el Señor es el único verdadero bien.
Don Tonino nos recuerda no teorizar la cercanía a los pobres, sino a estar a su lado, como hizo Jesús, que por nosotros, siendo rico se hizo pobre (cfr. 2Cor 8,9). Don Tonino sentía la necesidad de imitarlo, implicándose en primera persona, hasta despojarse de sí. No le molestaban las peticiones, le hería la indiferencia. No temía la falta de dinero, pero se preocupaba por la incertidumbre del trabajo, problema hoy todavía tan actual. No perdía ocasión para afirmar que en primer lugar está el trabajador con su dignidad, no el beneficio con su avidez. No se quedaba de brazos cruzados: actuaba localmente para sembrar paz globalmente, con la convicción de que el mejor modo para prevenir la violencia y todo género de guerras es cuidar de los necesitados y promover la justicia. De hecho, si la guerra genera pobreza, también la pobreza genera guerra[2]. La paz, por eso, se construye empezando por las casas, por las calles, por los talleres, allí donde artesanalmente se plasma la comunión. Decía, esperanzado, don Tonino: «De la oficina, como un día del taller de Nazaret, saldrá el verbo de paz que encaminará a la humanidad, sedienta de justicia, por nuevos destinos»[3].
Queridos hermanos y hermanas, esta vocación de paz pertenece a vuestra tierra, a esta maravillosa tierra de frontera −finis-terrae− que Don Tonino llamaba “tierra-ventana”, porque desde el Sur de Italia se abre a tantos Sures del mundo, donde «los más pobres son cada vez más numerosos mientras los ricos se hacen cada vez más ricos y cada vez menos»[4]. Sois una «ventana abierta, desde la que observar todas las pobrezas que incumben a la historia»[5], pero sois sobre todo una ventana de esperanza porque el Mediterráneo, histórica cuenca de civilización, no sea jamás un tenso arco de guerra, sino una acogedora arca de paz[6].
Don Tonino es hombre de su tierra, porque en esta tierra maduró su sacerdocio. Aquí surgió su vocación, que le gustaba llamar evocación: evocación de cuanto locamente Dios prefiere, una a una, nuestras frágiles vidas; eco de su voz de amor que nos habla cada día; llamada a ir siempre adelante, a soñar con audacia, a descentrar la propia existencia para ponerla al servicio; invito a fiarse siempre de Dios, el único capaz de transformar la vida en una fiesta. Sí, eso es la vocación según don Tonino: una llamada a ser no solo fieles devotos, sino verdaderos y auténticos enamorados del Señor, con el ardor del sueño, el empuje del don, la audacia de no quedarse a medias. Porque cuando el Señor incendia el corazón, no se puede apagar la esperanza. Cuando el Señor pide un “sí”, no se puede responder con un “quizá”. Hará bien, no solo a los jóvenes, sino a todos nosotros, a todos los que buscan el sentido de la vida, escuchar y volver a oír las palabras de Don Tonino.
En esta tierra, Antonio nació Tonino y se convirtió en don Tonino. Ese nombre, sencillo y familiar, que leemos en su tumba, todavía nos habla. Cuenta su deseo de hacerse pequeño para estar cerca, de acortar distancias, de ofrecer una mano tendida. Invita a la apertura sencilla y genuina del Evangelio. Don Tonino la recomendó tanto, dejándola en herencia a sus sacerdotes. Decía: «Amemos el mundo. Querámoslo mucho. Tomémoslo bajo el brazo. Démosle misericordia. No lo pongamos siempre ante los rigores de la ley si no los hemos templado antes con dosis de ternura»[7]. Son palabras que revelan el deseo de una Iglesia para el mundo: no mundana, sino para el mundo. Que el Señor nos dé esta gracia: una Iglesia no mundana, al servicio del mundo. Una Iglesia limpia de auto-referencialidad y «extrovertida, lanzada, no envuelta en sí misma»[8]; no en espera de recibir, sino de prestar primeros auxilios; nunca dormida en sus laureles, sino encendida de amor por el hoy, con el ejemplo de Dios, que «tanto amó al mundo» (Jn 3,16).
El nombre de “don Tonino” nos dice también su saludable alergia a los títulos y honores, su deseo de privarse de algo por Jesús que se despojó de todo, su valor de librarse de lo que pueda recordar signos de poder para dar espacio al poder de los signos[9]. Don Tonino no lo hacía por conveniencia o por búsqueda de consenso, sino movido por el ejemplo del Señor. En el amor por Él encontramos la fuerza de deshacerse de las prendas que dificultan el paso para revestirnos de servicio, para ser «Iglesia del delantal, único ornamento sacerdotal registrado por el Evangelio»[10].
De esta su amada tierra, ¿qué más nos podría decir don Tonino? Este creyente con los pies en la tierra y los ojos en el Cielo, y sobre todo con un corazón que unía Cielo y tierra, acuñó, entre tantas, una palabra original, que nos entrega a cada uno una gran misión. Le gustaba decir que los cristianos «debemos ser contemplativos, o sea, gente que parte de la contemplación y luego deja brotar su dinamismo, su compromiso en la acción»[11], gente que no separa nunca oración y acción. Querido don Tonino, nos has puesto en guardia de sumergirnos en el torbellino de los quehaceres sin plantarnos ante el sagrario, para no trabajar en vano por el Reino[12]. Y nos podría preguntar si partimos del sagrario o de nosotros mismos. También nos podría preguntar, una vez ya en camino si, como María, Mujer del camino, nos levantamos para lograr servir al hombre, a cada hombre. Si nos los preguntase, deberíamos sentir vergüenza por nuestros inmovilismos y por nuestras continuas justificaciones. Devuélvenos, pues, la nuestra alta vocación; ayúdanos a ser cada vez más una Iglesia contemplativa, enamorada de Dios y apasionada del hombre.
Queridos hermanos y hermanas, en cada época el Señor pone en el camino de la Iglesia testigos que encarnan el buen anuncio de Pascua, profetas de esperanza para el porvenir de todos. De vuestra tierra Dios hizo surgir a uno, como don y profecía para nuestros tiempos. Y Dios desea que su don sea acogido, que su profecía sea realizada. No nos contentemos con anotar bien sus recuerdos, no nos dejemos llevar por nostalgias pasadas ni por chismorreos ociosos del presente o de miedos por el futuro. Imitemos a don Tonino, dejémonos transportar por su joven ardor cristiano, sintamos su invitación urgente a vivir el Evangelio sin rebajas. Es una invitación fuerte dirigida a todos y cada uno de nosotros como Iglesia. De verdad nos ayudará a expandir hoy la fragrante alegría del Evangelio.
Ahora, todos juntos, recemos a la Virgen y luego os daré la bendición, ¿de acuerdo? [Avemaría y bendición]
* * *
Tras visitar Alessano, el Papa Francisco se ha desplazado hasta Molfetta, ciudad donde Don Tonino fue Obispo, para celebrar la Santa Misa. Durante su homilía, el Santo Padre habló de los dos aspectos centrales para la vida cristiana: el pan y la palabra.
Las Lecturas que hemos escuchado presentan dos elementos centrales para la vida cristiana: el Pan y la Palabra.
El Pan. El pan es el alimento esencial para vivir, y Jesús en el Evangelio se nos ofrece como Pan de vida, como diciéndonos: “de mí no podéis prescindir”. Y usa expresiones fuertes: “comed mi carne y bebed mi sangre” (cfr. Jn 6,53). ¿Qué significa? Que para nuestra vida es esencial entrar en una relación vital, personal con Él. Carne y sangre. La Eucaristía es eso: no un rito bonito, sino la comunión más íntima, más concreta, más sorprendente que se pueda imaginar con Dios: una comunión de amor tan real que toma la forma de comer. La vida cristiana recomienza cada vez desde aquí, de esa mesa, donde Dios nos sacia de amor. Sin Él, Pan de vida, todo esfuerzo en la Iglesia es vano, como recordaba don Tonino Bello: «No bastan las obras de caridad, si falta la caridad de las obras. Si falta el amor del que parten las obras, si falta la fuente, si falta el punto de partida que es la Eucaristía, todo empeño pastoral resulta solo un remolino de cosas»[13].
Jesús en el Evangelio añade: «El que me come vivirá por mí» (v. 57). Como diciendo: quien se nutre de la Eucaristía asimila la misma mentalidad del Señor. Él es Pan partido por nosotros y quien lo recibe se convierte a su vez en pan partido, que no se alza con orgullo, sino que se da a los demás: deja de vivir para sí, por su éxito, por tener algo o por ser alguien, sino que vive por Jesús y como Jesús, es decir, para los demás. Vivir para es el distintivo de quien come ese Pan, la “marca de fábrica” del cristiano. Vivir para. Se podría poner como aviso fuera de cada iglesia: “Después de Misa ya no se vive para sí mismo, sino para los demás”. Sería bonito que en esta diócesis de Don Tonino Bello estuviese ese aviso, en la puerta de las iglesias, para que sea leído por todos: “Después de Misa ya no se vive para sí mismo, sino para los demás”. Don Tonino vivió así: entre vosotros fue un Obispo-siervo, un Pastor hecho pueblo, que delante del sagrario aprendía a dejarse comer por la gente. Soñaba con una Iglesia hambrienta de Jesús e intolerante de toda mundanidad, una Iglesia que «sabe distinguir el cuerpo de Cristo en los sagrarios incómodos de la miseria, del sufrimiento, de la soledad»[14]. Porque, decía, «la Eucaristía no soporta el sedentarismo» y sin levantarse de la mesa queda «un sacramento incompleto»[15]. Podemos preguntarnos: ¿en mí, este Sacramento se realiza? Más concretamente: ¿me gusta solo ser servido en la mesa del Señor o me levanto para servir como el Señor? ¿Doy en la vida lo que recibo en Misa? Y como Iglesia podemos preguntarnos: ¿después de tantas Comuniones, nos hemos vuelto gente de comunión?
El Pan de vida, el Pan partido es también Pan de paz. Don Tonino sostenía que «la paz no viene cuando uno toma solo su pan y va a comérselo por su cuenta. […] La paz es algo más: es convite». Es «comer el pan junto a los demás, sin separarse, sentarse a la mesa entre personas distintas», donde «el otro es un rostro que descubrir, que contemplar, que acariciar»[16]. Porque los conflictos y todas las guerras «encuentran su raíz al disolverse los rostros»[17]. Y nosotros, que compartimos ese Pan de unidad y de paz, estamos llamados a amar cada rostro, a zurcir todo roto; a ser, siempre y en todas partes, constructores de paz.
Junto al Pan, la Palabra. El Evangelio recoge ásperas discusiones en torno a las palabras de Jesús: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» (v. 52). Hay un ambiente de derrotismo en estas palabras. Tantas palabras nuestras se parecen a estas: ¿cómo puede el Evangelio resolver los problemas del mundo? ¿Para qué sirve hacer el bien en medio de tanto mal? Y así caemos en el error de aquella gente, paralizada por discutir sobre las palabras de Jesús, en vez de estar dispuestos a acoger el cambio de vida pedido por Él. No entendían que la Palabra de Jesús es para caminar por la vida, y no para sentarse a hablar de lo que va o no va. Don Tonino, precisamente en el tiempo de Pascua, deseaba acoger esta novedad de vida, pasando finalmente de las palabras a las obras. Por eso exhortaba ardientemente a quien no tenía el valor de cambiar: «los especialistas de la perplejidad. Los contables pedantes de los pros y los contras. Los calculadores cautelosos hasta el espasmo antes de moverse»[18]. A Jesús no se le responde según los cálculos y las conveniencias del momento; se le responde con el “sí” de toda la vida. Él no busca nuestras reflexiones, sino nuestra conversión. Apunta al corazón.
Es la misma Palabra de Dios la que lo sugiere. En la primera Lectura, Jesús resucitado se dirige a Saulo y no le propone sutiles razonamientos, sino que le pide que ponga en juego la vida. Le dice: «Levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer» (Hch 9,6). Primero: «Levántate». Lo primero a evitar es quedarse por tierra, sufrir la vida, quedarse atenazados por el miedo. Cuántas veces don Tonino repetía: “¡De pie!”, porque «ante el Resucitado sólo es lícito estar de pie»[19]. Levantarse siempre, mirar arriba, porque el apóstol de Jesús no puede vivir de pequeñas satisfacciones.
El Señor luego dice a Saulo: «Entra en la ciudad». También a cada uno nos dice: “¡Ve, no te quedes encerrado en tus espacios tranquilos, arriésgate!”. “¡Arriésgate!”. La vida cristiana hay que invertirla por Jesús y gastarla por los demás. Después de haber encontrado al Resucitado no se puede esperar, no se puede retrasar; hay que ir, salir, a pesar de todos los problemas e incertidumbres. Vemos por ejemplo a Saulo que, tras haber hablado con Jesús, aunque ciego, se levanta y va a la ciudad. Vemos a Ananías que, aunque miedoso y dudoso, dice: «Aquí estoy, Señor» (v. 10) e inmediatamente va a Saulo. Todos estamos llamados, en cualquier situación que nos encontremos, a ser portadores de esperanza pascual, “cireneos de la alegría”, como decía don Tonino; servidores del mundo, pero como resucitados, no como empleados. Sin entristecernos nunca, sin resignarnos jamás. Es bonito ser “correos de esperanza”, distribuidores sencillos y alegres del aleluya pascual.
Finalmente, Jesús dice a Saulo: «Se te dirá lo que tienes que hacer». Saulo, hombre decidido y determinado, calla y va, dócil a la Palabra de Jesús. Acepta obedecer, se vuelve paciente, comprende que su vida ya no depende de él. Aprende la humildad. Porque humilde no quiere decir tímido o resignado, sino dócil a Dios y vacío de sí. Entonces hasta las humillaciones, como la de Saulo caído a tierra camino de Damasco, se vuelven providenciales, porque despojan de la presunción y permiten que Dios nos levante. Y la Palabra de Dios hace eso: libera, levanta, hace avanzar, humildes y valientes al mismo tiempo. No nos hace protagonistas decisivos y campeones de la propia bravura, no, sino testigos genuinos de Jesús, muerto y resucitado, en el mundo.
Pan y Palabra. Queridos hermanos y hermanas, en cada Misa nos alimentamos del Pan de vida y de la Palabra que salva: ¡vivamos lo que celebramos! Así, como don Tonino, seremos fuente de esperanza, de alegría y de paz.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] «Gracias, Iglesia de Alessano», La tierra de mis sueños, destellos de luz de las escrituras Ugentinas, 2014, 477.
[2] Cfr. San Juan Pablo II, «Si buscas la paz, ve al encuentro de los pobres», Mensaje para la Jornada mundial de la Paz, 1-I-2993.
[3] La tierra de mis sueños, 32.
[4] «El pentálogo de la esperanza», Escritos varios, entrevistas añadidas, 2007, 252.
[5] «La esperanza a caro precio», Escritos de paz, 1997, 348.
[6] Cfr. «La profecía más allá de la mafia», ib., 280.
[7] «Prensa y espíritu. Homilía en la Misa crismal de 1993», Homilías y escritos cuaresmales, 2015, 97.
[8] «Sacerdotes para el mundo», Cireneos de la alegría, 2004, 26.
[9] «Desde los pobres hacia todos», ibíd., 122 ss.
[10] «Configurados a Cristo, cabeza y sacerdote», ibíd., 61.
[11] Ibíd., 55.
[12] Cfr. «Contemplativos en la vida cotidiana», No hay fidelidad sin riesgo, 2000, 124; «Sufrir las cosas de Dios y sufrir las cosas del hombre», Cireneos de la alegría, 81-82.
[13] «Configurados a Cristo, cabeza y sacerdote», Cireneos de la alegría, 2004, 54-55.
[14] «¿Son creíbles nuestras Eucaristías?», Artículos, correspondencia, cartas, 2003, 236.
[15] «Siervos en la Iglesia para el mundo», ibíd., 103-104.
[16] «La no violencia en una sociedad violenta», Escritos de paz, 1997, 66-67.
[17] «La paz como búsqueda del rostro», Homilías y escritos cuaresmales, 1994, 317.
[18] «Levadura vieja y pasta nueva», Velar en la noche, 1995, 91.
[19] Último saludo al final de la Misa Crismal, 8-IV-1993.
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