Si aprendimos a querer fue por ellos; si aprendimos a ser generosos, fue por ellos, por ese arte de hacerte creer que siempre les gustaba lo que tú desechabas de la comida… Casi todo fue por ellos
El día en el que la abuela preparaba aquellas rosquillas nadie nos podía apartar de la cocina. También era ella, y luego también tu madre, quienes te impedían salir de casa sin varios táperes de comida. Pocos bocadillos de Nocilla nos sabían mejor que los que nos hacían a escondidas. Casi todo −de lo que ahora somos− se lo debemos a ellos. Gracias a nuestros pensionistas nos enteramos que hubo un tiempo en el que los Reyes Magos te traían dos naranjas y un bolígrafo azul y eras feliz.
Si aprendimos a querer fue por ellos, por ese extraño superpoder de convertir en una fiesta cada vez que entrabas en casa. Los de la propina de los domingos y de la de un lunes cualquiera sin venir a cuento, a costa muchas veces de un vestido que nunca compraron. Si aprendimos a ser generosos, fue por ellos, por ese arte de hacerte creer que siempre les gustaba lo que tú desechabas de la comida. Por el entusiasmo con el que contaban a sus vecinos que ibas a la universidad casi como si te hubiesen dado un Nobel. Porque siempre estaban en pie a pesar del reuma. Siempre trabajando.
Hoy en día, más de la mitad de los pensionistas cobran menos del salario mínimo y aún tienen fuerzas para cambiar el futuro. Posiblemente porque es más nuestro que suyo. Han puesto sobre la mesa la precariedad del sistema de bienestar. Pero no se merecen que nadie los instrumentalice. Quizás no son ellos los que tendrían que manifestarse. El problema es grave y hay que afrontarlo entre todos. Escarbar en el origen. En el porqué de la falta de nacimientos y el aumento de las expectativas de vida.
La solución −nada fácil− está en los despachos y no en la calle. Se entiende que los nueve millones de jubilados que hoy hay en España se conviertan en una tentación electoral fácil de manipular. Cuántas veces el Papa Francisco ha denunciado la perversión que supone para una sociedad descartar y arrinconar a los mayores. Ellos son, asegura, la memoria de los pueblos y de las familias. Se merecen que los políticos estén a la altura de su dignidad. El futuro de las pensiones nos incumbe a todos, aunque solo sea en agradecimiento a quienes nos llevaron a conocer el mar por primera vez.