La aceptación como respuesta es sin lugar a dudas la mejor de las opciones, la más sensata: hacer las paces con uno mismo y con los demás; convertir lo nulo en coronamiento; el dolor, en fuente de alegría…
Sonó el móvil en plena tempestad. Una voz grave y pausada iba descascarillando la cruda realidad, desgranando la sentencia: el oncólogo confirma que padezco un cáncer con metástasis. Solo acerté a preguntar: ¿cómo te encuentras? Tranquilo. Sereno. Oí al otro lado del auricular. Tú sabes −continuó− que tengo fe y que si Dios lo ha dispuesto así, será lo mejor. Su respuesta me dio pie a preguntarle por algunos detalles. Y nos despedimos.
Después, he pensado que no es lo mismo escucharlo en general que oírlo en concreto a quien le acaban de notificar el diagnóstico con un pronóstico tan poco alentador. Es una reacción, cuando menos, elegante. Pero no siempre sucede así. Varía según las personas y sus concepciones de la vida y de la muerte.
A todos nos afecta en el hondón del alma. Como un cuchillo que penetra y se desliza rompiendo nervios y tendones. Se acabó la fiesta. Hay quien entra en desesperación. O, en el mejor de los casos, en una resignación estoica. El fatalismo del hado. Incluso resulta admirable, pero desde luego no envidiable y ni siquiera imitable. No basta con esperar a ser uno con el todo. La individualidad no macla bien con la disolución; el yo, con su aniquilación.
La aceptación como respuesta es sin lugar a dudas la mejor de las opciones, la más sensata. Hacer las paces con uno mismo y con los demás. Convertir lo nulo en coronamiento; el dolor, en fuente de alegría; la incomodidad, en gozo; la fatiga, en impulso; el frío, en calor; la impotencia, en firmeza; la fragilidad, en fortaleza; la desesperación, en esperanza; el dolor, en fuente de amor; la angustia, en serenidad; la tribulación, en paz; la soledad, en compañía; la muerte, en vida.
Esta visión puede parecer fantasiosa, irreal y utópica. Max Horkheimer, filósofo marxista, escribía, hacia el final de su vida, una reflexión −La añoranza de lo completamente otro− en la que, apartándose de las tesis clásicas del marxismo −la religión como ideología: el opio del pueblo− afirmaba que la religión es estimable como expresión de «que más allá del sufrimiento y de la muerte existe el anhelo de que esta existencia terrena no sea absoluta, no sea lo último».