En su catequesis de este miércoles, el Santo Padre reflexionó sobre el rito de conclusión de la Santa Misa: la bendición, concluyendo así la catequesis sobre las partes de la misa
Queridos hermanos y hermanas:
Con esta catequesis terminamos el ciclo dedicado a la Santa Misa. Nuestra atención se centra hoy en los ritos de conclusión. Después de la oración de la comunión, la Misa termina con la bendición y el saludo al pueblo. Concluye igual que iniciaba con el signo de la cruz, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
La celebración de la Misa lleva consigo el compromiso del testimonio cristiano. Salimos de la Iglesia para “ir en paz”, para llevar la bendición de Dios a nuestras casas, a los ambientes en los que vivimos y trabajamos, “glorificando a Dios con nuestra vida”. No podemos olvidar que celebramos la Eucaristía para aprender a ser hombres y mujeres eucarísticos, dejando que Cristo actúe en nuestras vidas, como decía san Pablo: “Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, sino Cristo quien vive en mí” (Ga 2,19-20).
La Presencia real de Cristo en el pan consagrado no termina con la Misa, sino que se reserva en el Sagrario para la comunión de los enfermos y la adoración silenciosa. El culto eucarístico, dentro y fuera de la Misa, nos ayuda a permanecer en Cristo y a crecer en nuestra unión con Él y con su Iglesia, nos separa del pecado y nos lleva a comprometernos con los pobres y necesitados.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y feliz Pascua. Veis que hoy hay flores: las flores significan gozo, alegría. En ciertos sitios la Pascua también se llama Pascua florida, porque florece Cristo resucitado: es la nueva flor; florece nuestra justificación; florece la santidad de la Iglesia. Por eso hay tantas flores: es nuestra alegría. Toda la semana celebramos la Pascua, toda la semana. Y por eso nos deseamos, una vez más, a todos: “Feliz Pascua”. Digamos juntos: “Feliz Pascua”, todos [responden: “Feliz Pascua”]. Quisiera también que deseemos Feliz Pascua −porque fue Obispo de Roma− al amado Papa Benedicto, que nos sigue por televisión. Al Papa Benedicto digamos todos Feliz Pascua: [dicen: “Feliz Pascua”] Y un fuerte aplauso.
Con esta catequesis concluimos el ciclo dedicado a la Misa, que es precisamente la conmemoración, y no solo como memoria, donde se vive de nuevo la Pasión y la Resurrección de Jesús. La última vez llegamos a la Comunión y a la oración después de la Comunión; tras esa oración, la Misa concluye con la bendición impartida por el sacerdote y la despedida del pueblo (cfr. Ordenación General del Misal Romano, 90). Igual que comenzó con la señal de la cruz, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, también en el nombre de la Trinidad queda sellada la Misa, o sea, la acción litúrgica.
Sin embargo, sabemos bien que cuando la Misa se acaba, se abre el compromiso del testimonio cristiano. Los cristianos no van a Misa a cumplir un deber semanal y luego se olvidan, no. Los cristianos van a Misa para participar en la Pasión y Resurrección del Señor y luego vivir como más cristianos: se abre el compromiso del testimonio cristiano. Salimos de la iglesia para «ir en paz» a llevar la bendición de Dios a las actividades diarias, a nuestras casas, a los ambientes de trabajo, a las ocupaciones de la ciudad terrena, “glorificando al Señor con nuestra vida”. Pero si salimos de la iglesia murmurando y diciendo: “mira ese, mira aquel…”, con la lengua larga, la Misa no ha entrado en mi corazón. ¿Por qué? Porque no soy capaz de vivir el testimonio cristiano. Cada vez que salgo de Misa, debo salir mejor que como entré, con más vida, con más fuerza, con más ganas de dar ejemplo cristiano. A través de la Eucaristía, el Señor Jesús entra en nosotros, en nuestro corazón y en nuestra carne, para que podamos «vivir el sacramento que hemos recibido con fe» (Misal Romano, Colecta del lunes de la Octava de Pascua).
De la celebración a la vida, pues, conscientes de que la Misa encuentra cumplimiento en las decisiones concretas de quien se deja implicar en primera persona en los misterios de Cristo. No debemos olvidar que celebramos la Eucaristía para aprender a ser hombres y mujeres eucarísticos. ¿Qué significa eso? Significa dejar actuar a Cristo en nuestras obras: que sus pensamientos sean nuestros pensamientos, sus sentimientos los nuestros, sus decisiones nuestras decisiones. Y eso es santidad: hacer como hizo Cristo es santidad cristiana. Lo expresa con precisión san Pablo, hablando de su asimilación a Jesús, y dice así: «Con Cristo estoy crucificado: vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,19-20). Ese es el testimonio cristiano. La experiencia de Pablo nos ilumina también a nosotros: en la medida en que mortifiquemos nuestro egoísmo, es decir, hagamos morir lo que se opone al Evangelio y al amor de Jesús, se crea dentro de nosotros un mayor espacio para el poder de su Espíritu. Los cristianos son hombres y mujeres que se dejar ensanchar el alma con la fuerza del Espíritu Santo, tras haber recibido el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¡Dejaos agrandar el alma! ¡No esas almas tan estrechas y cerradas, pequeñas, egoístas, no! Almas amplias, almas grandes, con grandes horizontes… Dejaos ensanchar el alma con la fuerza del Espíritu, después de haber recibido el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Como la presencia real de Cristo en el Pan consagrado no termina con la Misa (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1374), la Eucaristía queda reservada en el sagrario para la Comunión de los enfermos y para la adoración silenciosa del Señor en el Santísimo Sacramento; ya que el culto eucarístico fuera de la Misa, de forma privada o comunitaria, nos ayuda a permanecer en Cristo (cfr. ibid., 1378-1380).
Los frutos de la Misa, por tanto, están destinados a madurar en la vida de cada día. Podemos decir así, un poco forzando la imagen: la Misa es como el grano, el grano de trigo que luego, en la vida ordinaria crece, crece y madura en las buenas obras, en las actitudes que nos hacen parecernos a Jesús. Los frutos de la Misa están destinados a madurar en la vida diaria. En realidad, creciendo nuestra unión a Cristo, la Eucaristía actualiza la gracia que el Espíritu nos dio en el Bautismo y en la Confirmación, para que sea creíble nuestro testimonio cristiano (cfr. ibíd., 1391-1392).
Y, encendiendo en nuestros corazones la caridad divina, ¿qué hace la Eucaristía? Nos separa del pecado: «Cuanto más participamos en la vida de Cristo y progresamos en su amistad, más difícil es separarnos de Él con el pecado mortal» (ibíd., 1395).
Acercarnos regularmente al Convite eucarístico renueva, fortalece y ahonda el vínculo con la comunidad cristiana a la que pertenecemos, según el principio de que la Eucaristía hace la Iglesia (cfr. ibíd., 1396), nos une a todos.
Finalmente, participar en la Eucaristía nos compromete con los demás, especialmente con los pobres, educándonos a pasar de la carne de Cristo a la carne de los hermanos, donde Él espera ser reconocido, servido, honrado y amado por nosotros (cfr. ibíd., 1397).
Llevando el tesoro de la unión con Cristo en vasos de barro (cfr. 2Cor 4,7), tenemos continua necesidad de volver al santo altar, hasta que, en el paraíso, gustemos plenamente de la bienaventuranza del banquete de bodas del Cordero (cfr. Ap 19,9).
Demos gracias al Señor por este redescubrimiento de la santa Misa que nos ha permitido hacer juntos, y dejémonos atraer con fe renovada a ese encuentro real con Jesús, muerto y resucitado por nosotros, contemporáneo nuestro. Y que nuestra vida sea siempre “florida” así, como la Pascua, con las flores de la esperanza, de la fe, de las buenas obras. Que encontremos siempre la fuerza para esto en la Eucaristía, en la unión con Jesús. ¡Feliz Pascua a todos!
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos provenientes de Francia, Bélgica, Suiza y otros países francófonos. Saludo a los jóvenes presente esta mañana, en particular a los estudiantes y profesores del Collège Sainte Catherine de Geraardsbergen, Bélgica. Que Cristo Resucitado sea siempre vuestra alegría y os dé su fuerza para anunciarlo a vuestro prójimo. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda, Croacia, Suecia, Australia, Filipinas, Singapur y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los nuevos diáconos del Pontificio Colegio Irlandés, junto a sus familiares y amigos. Con la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. El Señor os bendiga.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. En particular saludo a los monaguillos de la Parroquia Sankt Laurentius de Tittmoning y al pequeño coro Pueri Cantores de Eltville. Os pido: permaneced siempre unidos a Jesús que se os da a sí mismo en el sacramento de la Eucaristía. Él es vuestro amigo más grande. Dios os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. En esta semana de pascua, en la que la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte resuena con toda su fuerza y belleza, los invito a nutrirse constantemente de la Eucaristía, dejándose renovar con el encuentro real con Jesús, hasta que gustemos plenamente del banquete que nos tiene preparado por toda la eternidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un saludo especial a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Portugal y de Brasil. Queridos amigos, la fe en la Resurrección nos empuja a mirar al futuro, reforzados por la esperanza en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Feliz Pascua a todos.
Dirijo un cordial saludo a las personas de lengua árabe, en particular a los provenientes de Tierra Santa y del Medio Oriente. La Iglesia no hace la Eucaristía, sino que es la Eucaristía la que hace la Iglesia, por eso la participación de cada cristiano en la Divina Celebración es una necesidad esencial, para que pueda obtener de la fuente del amor divino la posibilidad de poderse saciar, además de poder saciar a quien está cerca. El Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno.
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, la octava de Pascua es el tiempo en que damos gloria a Cristo que con su resurrección nos ha abierto las puertas de la eternidad. Que la fe en la resurrección sea para vosotros fuente de esperanza cristiana, de amor fraterno, de verdadera alegría y de paz. El Señor os bendiga.
Saludo con alegría a los peregrinos croatas, de modo particular a los profesores del Policlínico universitario “Sveti Duh” de Zagreb, y a los jóvenes provenientes de Dubrovnik, Slavonski Brod, Podstrana y Zagreb. Queridos amigos, con su resurrección Cristo ha vencido el pecado y la muerte. Que su viva presencia en los caminos de vuestra vida sea para siempre vuestra grandísima alegría y consuelo. Alabados sean Jesús y María.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a los diáconos del Colegio internacional del “Gesù” de Roma y a los chicos de la Profesión de Fe provenientes de las diócesis de Milán y de Cremona. Animo a cada uno a vivir coherentemente la fe, manifestándola cada día con gestos de caridad. Saludo al Grupo del Premio San Donnino d’oro de Faenza y a las Parroquias, especialmente las de María Santísima Inmaculada de Pontecagnano-Faiano, María Auxiliadora de Portichetto-Luisago y la Santísima Trinidad de Nápoles. Deseo que este encuentro sea para todos ocasión de renovada adhesión a Jesús resucitado y a sus enseñanzas de vida.
Un pensamiento especial para los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. Cristo ha vencido la muerte y nos ayuda a recibir los sufrimientos como ocasión privilegiada de redención y de salvación. Procurad vivir el mensaje pascual, manifestando en los lugares donde vivís la paz y la alegría, don del Resucitado.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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