Homilía, Mensaje Pascual y Bendición ‘Urbi et orbi’ del Santo Padre, en este Domingo de la Pascua de Resurrección
“Jesús ha resucitado de entre los muertos. Este anuncio resuena en la Iglesia en todo el mundo junto al canto del Aleluya”. Con estas palabras comenzó el Papa Francisco su Mensaje Pascual, al finalizar la Santa Misa del Domingo de Resurrección, para destacar que Jesús es el Señor, a quien el Padre ha resucitado”, de modo que “Él está vivo para siempre en medio de nosotros”
Después de escuchar la Palabra de Dios, de este pasaje del Evangelio, se me ocurre decir tres cosas.
Primero: el anuncio. Ahí hay un anuncio: el Señor ha resucitado. Ese anuncio que desde los primeros tiempos de los cristianos iba de boca en boca; era el saludo: el Señor ha resucitado. Y las mujeres, que fueron a ungir el cuerpo del Señor, se encontraron ante una sorpresa. La sorpresa… Los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Y así, desde el inicio de la historia de la salvación, desde nuestro padre Abraham, Dios te sorprende: “Venga, vete, sal de tu tierra y ve”. Y Siempre hay una sorpresa tras otra. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que te remueve el corazón, te toca justo ahí, donde no te lo esperas. Por decirlo un poco con el lenguaje de los jóvenes: la sorpresa es un golpe bajo; no te lo esperas. Y Él va y te emociona. Primero: el anuncio hecho sorpresa.
Segundo: la prisa. Las mujeres corren, van de prisa a decir: “¡Nos hemos encontrado esto!”. Las sorpresas de Dios nos ponen en camino, en seguida, sin esperar. Y así corren para ver. Y Pedro y Juan corren. Los pastores, aquella noche de Navidad, corren: “Vayamos a Belén a ver esto que nos han dicho los ángeles”. Y la Samaritana corre para decir a su gente: “Esto es una novedad: he encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”. Y la gente sabía las cosas que ella había hecho. Y aquella gente, corre, deja lo que está haciendo, hasta el ama de casa deja las patatas en la olla −¡se las encontrará quemadas!−, pero lo importante es ir, correr para ver aquella sorpresa, aquel anuncio. También hoy sucede. En nuestros barrios, en los pueblos cuando pasa algo extraordinario, la gente corre a ver. Ir de prisa. Andrés, no perdió el tiempo y de prisa fue a Pedro a decirle: “Hemos encontrado al Mesías”. Las sorpresas, le buenas noticias, se dan siempre así: de prisa. En el Evangelio hay uno que se toma un poco de tiempo; no quiere arriesgarse. Pero el Señor es bueno, lo espera con amor, es Tomás. “Creeré cuando vea las llagas”, dice. También el Señor tiene paciencia con los que no van tan de prisa.
El anuncio-sorpresa, la respuesta de prisa, y lo tercero que quería deciros hoy es una pregunta: “¿Y yo? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios, soy capaz de ir de prisa o siempre con aquella cantilena: “Bueno, mañana veremos, mañana, mañana?”. ¿Qué me dice a mí la sorpresa? Juan y Pedro fueron corriendo al sepulcro. De Juan el Evangelio nos dice: “Creyó”. También Pedro: “Creyó”, pero a su modo, con la fe un poco mezclada con el remordimiento de haber negado al Señor. El anuncio hecho sorpresa, la carrera ir de prisa, y la pregunta: “¿Y yo, hoy, en esta Pascua 2018, yo que hago? ¿Tú qué haces?
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.
Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor.
Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados −tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte−, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.
Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.
Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.
Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.
Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.
Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.
Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual −como han escrito sus Pastores− vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria.
Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo».
Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.
Queridos hermanos y hermanas:
También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).
¡Feliz Pascua a todos!
Queridos hermanos y hermanas, os renuevo mis deseos de Feliz Pascua a todos, provenientes de Italia y de diversos países, así como a cuantos están conectados mediante la televisión, la radio y los demás medios de comunicación. La alegría y la esperanza de Jesús resucitado dan consuelo a las familias, especialmente a los ancianos que son la preciosa memoria de la sociedad, y a los jóvenes que represen-tan el futuro de la Iglesia y de la humanidad.
Os agradezco vuestra presencia en este día de Pascua, la fiesta más importante de nuestra fe, porque es la fiesta de nuestra salvación, la fiesta del amor de Dios por nosotros. Un agradecimiento especial por el regalo de las flores, que también este año provienen de los Países Bajos. ¡Un aplauso para los Países Bajos!
En estos días de Pascua anunciad, con las palabras y con la vida, la hermosa noticia de que “Jesús ha Resucitado”. Y por favor, no olvidéis de rezar por mí. Buen provecho pascual y hasta pronto.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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