En su catequesis durante la Audiencia general, el Santo Padre explica las partes más importantes del rito de la Comunión
Queridos hermanos
El rito de la Comunión en la Misa comienza con el rezo del “Padre nuestro”. Es la oración por excelencia de los hijos de Dios. Con ella nos dirigimos a Dios llamándolo “Padre”; esta es la mejor manera de prepararnos para recibir a Jesús en la Comunión. En ella pedimos el “pan nuestro de cada día”, con una referencia particular al Pan eucarístico que necesitamos para vivir como hijos de Dios. Imploramos también a Dios que perdone nuestras ofensas, y nos comprometemos al mismo tiempo a perdonar a los que nos han ofendido. Así, abriéndonos al perdón de Dios nos disponemos a vivir el amor fraterno. Y por último le pedimos que nos libre del mal, que nos separa de Él y nos aleja de nuestros hermanos.
Con el rito de la paz se expresa la unión y el amor mutuo antes de acercarnos al Sacramento. Después tiene lugar la fracción del Pan, que es el gesto que Jesús realizó en la Última Cena y que permitió a los discípulos reconocerlo después de la Resurrección, como en Emaús. La fracción del Pan está acompañada por la invocación del “Cordero de Dios”, que es la imagen bíblica usada por san Juan el Bautista para identificar a Jesús como Aquél que quita el pecado del mundo. En el Pan eucarístico reconocemos al verdadero Cordero de Dios, que es Cristo, y le suplicamos: “Ten piedad de nosotros… y danos la paz”.
Continuamos con la Catequesis sobre la Santa Misa. En la Última Cena, después de que Jesús tomase el pan y el cáliz del vino, y diese gracias a Dios, sabemos que «partió el pan». A esta acción corresponde, en la Liturgia eucarística de la Misa, la fracción del Pan, precedida por la oración que el Señor nos enseñó, el “Padrenuestro”.
Y así comienzan los ritos de la Comunión, prologando la alabanza y la súplica de la Plegaria eucarística con el rezo en común del “Padrenuestro”. No es una más de las muchas oraciones cristianas, sino la oración de los hijos de Dios: la gran oración que nos enseñó Jesús. Entregado el día de nuestro Bautismo, el “Padrenuestro” hace resonar en nosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Cuando rezamos el “Padrenuestro”, oramos como rezaba Jesús. Es la oración que hizo Jesús y que nos enseñó cuando los discípulos le dijeron: “Maestro, enséñanos a rezar como rezas tú”. Y Jesús rezaba así. ¡Es tan bonito rezar como Jesús! Siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, porque hemos renacido como hijos suyos mediante el agua y el Espíritu Santo (cfr. Ef 1,5). Nadie, en realidad, podría llamarlo familiarmente “Abbà” −“Padre”− sin haber sido engendrado por Dios, sin la inspiración del Espíritu, como enseña san Pablo (cfr. Rm 8,15). Debemos pensar: nadie puede llamarlo “Padre” sin la inspiración del Espíritu. Cuántas veces hay gente que reza el “Padrenuestro”, y no sabe qué dice. Porque sí, es el Padre, pero ¿tú sientes, cuando dices “Padre”, que Él es el Padre, tu Padre, el Padre de la humanidad, el Padre de Jesucristo? ¿Tú tienes un trato con este Padre? Cuando rezamos el “Padrenuestro”, nos unimos al Padre que nos ama, pero es el Espíritu quien nos da esa unión, ese sentimiento de ser hijos de Dios.
¿Qué mejor oración que la enseñada por Jesús puede disponernos a la Comunión sacramental con Él? Además de en la Misa, el “Padrenuestro” se reza, por la mañana y por la noche, en Laudes y Vísperas; de ese modo, la actitud filial con Dios y de fraternidad con el prójimo contribuyen a dar forma cristiana a nuestras jornadas.
En la Oración del Señor −en el “Padrenuestro”− pedimos el «pan de cada día», en el que advertimos una particular referencia al Pan eucarístico, del que tenemos necesidad para vivir como hijos de Dios. Imploramos también «perdona nuestras ofensas», y para ser dignos de recibir el perdón de Dios nos comprometemos en perdonar a los que nos ofenden. Y eso no es fácil. Perdonar a las personas que nos han ofendido no es fácil; es una gracia que debemos pedir: “Señor, enséñame a perdonar como tú me has perdonado”. Es una gracia. Con nuestras fuerzas no podemos: es una gracia del Espíritu Santo perdonar. Así, mientras nos abre el corazón a Dios, el “Padrenuestro” nos dispone también al amor fraterno. Finalmente, pedimos también a Dios «líbranos del mal» que nos separa de Él y nos divide de nuestros hermanos. Comprendemos bien que estas son peticiones muy adecuadas para prepararnos a la sagrada Comunión (cfr. Ordenación General del Misal Romano, 81).
En efecto, cuanto pedimos en el “Padrenuestro” se prolonga por la oración del sacerdote que, en nombre de todos, suplica: «Líbranos, Señor, de todos los males, y concédenos la paz en nuestros días». Y luego recibe una especie de sello en el rito de la paz: primero se invoca de Cristo que el don de su paz (cfr. Jn 14,27) −tan distinta de la paz del mundo− haga crecer a la Iglesia en la unidad y en la paz, según su voluntad; luego, con el gesto concreto de la paz, expresamos «la comunión eclesial y el amor mutuo, antes de comulgar el Sacramento» (OGMR, 82). En el Rito romano el signo de la paz, situado desde la antigüedad antes de la Comunión, está ordenado a la Comunión eucarística. Según la advertencia de san Pablo, no es posible comulgar con el único Pan que nos hace un solo Cuerpo en Cristo, sin reconocerse pacificados por el amor fraterno (cfr. 1Cor 10,16-17; 11,29). La paz de Cristo no puede arraigar en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de recomponerla tras haberla herido. La paz la da el Señor: Él nos da la gracia de perdonar a los que nos han ofendido.
Al gesto de la paz le sigue la Fracción del Pan, que desde el tiempo apostólico dio nombre a toda la celebración de la Eucaristía (cfr. OGMR, 83; Catecismo de la Iglesia Católica, 1329). Realizado por Jesús durante la Última Cena, partir el Pan es el gesto revelador que permitió a los discípulos reconocerlo tras su resurrección. Recordemos a los discípulos de Emaús que, hablando del encuentro con el Resucitado, cuentan «que lo habían reconocido al partir el pan» (cfr. Lc 24,30-31.35).
La fracción del Pan eucarístico va acompañada por la invocación del «Cordero de Dios», figura con la que Juan Bautista señaló a Jesús «como el que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). La imagen bíblica del cordero habla de la redención (cfr. Ex 12,1-14; Is 53,7; 1Pe 1,19; Ap 7,14). En el Pan eucarístico, partido por la vida del mundo, la asamblea orante reconoce al verdadero Cordero de Dios, es decir el Cristo Redentor, y le suplica: «Ten piedad de nosotros… danos la paz». «Ten piedad de nosotros», «danos la paz» son invocaciones que, desde la oración del “Padrenuestro” hasta la fracción del Pan, nos ayudan a disponer el ánimo para participar en el convite eucarístico, fuente de comunión con Dios y con los hermanos. No olvidemos la gran oración: la que enseñó Jesús, y que es la oración con la que Él rezaba al Padre. Y esa oración nos prepara a la Comunión.
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos francófonos, en particular a los de Francia y Suiza. Saludo a los miembros de la Comunidad de Taizé, a los jóvenes de las escuelas superiores francesas y a las Diócesis de Angers y de Puy. En este tiempo de preparación para la celebración de la Pascua, os invito a fortalecer la paz de Cristo en vuestros corazones, para vivir la fraternidad y curarla cuando esté herida. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los de Inglaterra, Irlanda, Noruega, Australia, China, Indonesia y Estados Unidos de América. Con los mejores deseos de que esta Cuaresma sea para vosotros y para vuestras familias un tiempo de gracia y de renovación espiritual, invoco sobre vosotros la alegría y la paz del Señor Jesús. Dios os bendiga.
Con afecto saludo a los peregrinos de los países de lengua alemana, en particular a la comunidad del Colegio profesional Friedrich List de Hamm. Plasmados por la gracia del Señor y llenos de esperanza divina, que podamos intercambiar con nuestros hermanos el amor que Dios nos da cada día. Buena estancia en Roma bajo la guía del Espíritu Santo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina, en particular al grupo de la Fundación “Líderes Globales para el Fomento de los Gobiernos Locales”. En nuestro camino cuaresmal de preparación para la Pascua del Señor, pidamos a la Virgen María que no deje de mirarnos con amor para que, con la ayuda del Espíritu Santo, haga fecundos nuestros propósitos de una mayor entrega y generosidad en nuestra vida cristiana. Que el Señor os bendiga. Muchas gracias.
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Lages do Pico y de Coimbra. Espero que este encuentro os ayude a renovar en vuestras comunidades el compromiso de ser instrumentos de misericordia y de paz, como nos inspira la oración del Padrenuestro. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los de Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo penitencial, el Señor nos indica el camino de esperanza a seguir. Dejaos guiar por el Espíritu Santo, para hacer una verdadera conversión, para ser purificados por el pecado y para servir a Cristo presente en los hermanos, según las capacidades y funciones propias de cada uno. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. En el “Padrenuestro”, diciendo al Señor: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, pedimos no solo el alimento para el cuerpo, sino también el don del Pan eucarístico, alimento del alma. Sabemos que el que ha cometido un pecado grave no debería acercarse a la Sagrada Comunión sin haber obtenido antes la absolución en el sacramento de la Reconciliación. Que la Cuaresma sea una ocasión para acercarnos a este último, confesarse bien y encontrar a Cristo en la Sagrada Comunión. El encuentro con Él da sentido a nuestra vida. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a las Hijas de María Auxiliadora; a los grupos parroquiales, en particular a los de Castellaneta, acompañados por su obispo, Monseñor Claudio Maniago, de Bitritto y de Mesagne. A todos deseo que la visita a la Ciudad Eterna sea ocasión para volver a descubrir la fe y de crecimiento en la caridad. Saludo a los institutos escolares; a los Ex-alumnos Salesianos de Livorno y al Grupo del Premio “Livio Tempesta” por la Bondad en la escuela, deseando que sepan captar tantos ejemplos positivos y dedicar los esfuerzos formativos al generoso servicio del bien común.
Un pensamiento especial para los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. Queridos amigos, Cristo ha prometido estar siempre con nosotros y de muchos modos manifiesta su presencia. A cada uno la tarea responsable y valiente de anunciar y manifestar su amor que nos sostiene en toda ocasión de la vida. No os canséis, pues, de encomendaros a Cristo y de difundir por todas partes su Evangelio.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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