Paradójicamente, tenemos más capacidad de comunicar pero nos comprendemos cada vez menos
El Santo Padre, en la solemnidad de Pentecostés, exhortó a los fieles a vivir «según el Espíritu de unidad y de verdad, y para ello hemos de rezar a fin de que el Espíritu nos ilumine y nos guíe para vencer la fascinación de seguir nuestras verdades, y para acoger la verdad de Cristo transmitida en la Iglesia»
En la mañana del 27 de mayo, el Santo Padre ha presidido en la Basílica Vaticana la Santa Misa de la solemnidad de Pentecostés, concelebrada con los cardenales, arzobispos y obispos presentes en Roma.
Benedicto XVI ha centrado su homilía en un aspecto esencial del misterio de Pentecostés, que considera muy importante en nuestros días: «Pentecostés es la fiesta de la unión, de la comprensión y la comunión humana. Todos podemos constatar que, en nuestro mundo, a pesar de que estamos más cerca los unos de los otros gracias al desarrollo de los medios de comunicación, (…) a menudo la comprensión y la comunión entre las personas es superficial y dificultosa. Permanecen desequilibrios que con frecuencia llevan a conflictos; el diálogo entre generaciones se hace fatigoso (…); asistimos a hechos cotidianos en los que parece que los hombres se están haciendo más agresivos (…); parece que hay que realizar demasiados esfuerzos para comprenderse y cada uno prefiere quedarse en su propio yo, en sus propios intereses».
«Con el progreso de la ciencia y de la técnica, hemos logrado el poder de dominar las fuerzas de la naturaleza, de manipular los elementos, de fabricar seres vivientes, llegando casi hasta el propio ser humano. En esta situación, rezar a Dios parece algo superado, inútil, porque nosotros mismos podemos construir y realizar todo lo que queremos». Sin embargo, no nos damos cuenta de que «entre los hombres, quizás parece que serpentea un sentido de desconfianza, de sospecha, de temor recíproco, hasta llegar incluso a ser peligrosos los unos para los otros». Paradójicamente, tenemos más capacidad de comunicar pero nos comprendemos cada vez menos.
La concordia, la unidad, «pueden realizarse solamente con el don del Espíritu de Dios, que nos dará un corazón nuevo y una lengua nueva, una capacidad nueva de comunicar. Esto es lo que sucedió en Pentecostés. Aquella mañana (…) el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos reunidos, se posó sobre cada uno y encendió en ellos el fuego divino, un fuego de amor, capaz de transformar. El miedo desapareció, el corazón sintió una fuerza nueva, las lenguas se desataron y comenzaron a hablar con franqueza, de modo que todos pudieran comprender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado. En Pentecostés, donde había división y extrañeza, nacieron unidad y comprensión».
En el Evangelio de hoy, Jesús, «hablando del Espíritu Santo, nos explica qué es la Iglesia, y cómo ella ha de vivir para ser (…) el lugar de la unidad y la comunión en la Verdad; nos dice que actuar como cristianos significa no estar encerrados en el propio 'yo', sino orientarse hacia el todo; significa acoger en uno mismo la Iglesia entera, o, aún mejor, dejar interiormente que ella nos acoja. (…) Así, el Espíritu Santo, Espíritu de unidad y de verdad, puede seguir resonando en los corazones y las mentes de los hombres y empujarlos a encontrarse y acogerse mutuamente».
El Espíritu Santo nos guía para comprender la verdad, que es Jesús, «pero solamente si somos capaces de escuchar y compartir, en el 'nosotros' de la Iglesia, con una actitud de profunda humildad interior. (…) Cuando los hombres quieren hacerse Dios, pueden solo enfrentarse. En cambio, cuando se colocan en la verdad del Señor, se abren a la acción de su Espíritu que los sostiene y los une».
Benedicto XVI se refirió también a la segunda lectura de la liturgia de hoy, en la que san Pablo advierte que la vida del hombre está marcada por un conflicto interior entre los impulsos que provienen de la carne y los que provienen del Espíritu. Los primeros son «los pecados de egoísmo y violencia, como enemistad, discordia, celos (…). Es una dirección que lleva a perder la propia vida. Por el contrario, el Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de vida divina que está en nosotros. Afirma, de hecho, san Pablo: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz”».
Para terminar, el Papa exhortó a los fieles a vivir «según el Espíritu de unidad y de verdad, y para ello hemos de rezar a fin de que el Espíritu nos ilumine y nos guíe para vencer la fascinación de seguir nuestras verdades, y para acoger la verdad de Cristo transmitida en la Iglesia».