El mejor antídoto contra las falsedades no son las estrategias, sino las personas
La primera noticia falsa (fake new, en inglés) no la difundió un medio de comunicación, ni tampoco una red social, sino ¡una serpiente! Ésta es la tesis que sostiene el papa Francisco, quien habla de la «lógica de la serpiente», en alusión al reptil que, según el relato bíblico, indujo a Eva a comer el fruto prohibido. Bajo la forma de serpiente, el tentador formuló a la primera mujer una pregunta manipulada: «¿Con que Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?». Eva centra la cuestión y le aclara que el mandato divino no era que no comieran de «ningún árbol», sino tan solo de un árbol. Pero terminó entrando al trapo, y el resto de la historia es bastante conocido. De ella, Francisco extrae una conclusión: «Ninguna desinformación es inocua; por el contrario, fiarse de lo que es falso produce consecuencias nefastas. Incluso una distorsión de la verdad aparentemente leve puede tener efectos peligrosos».
En su mensaje anual con ocasión de la festividad de san Francisco de Sales, patrono de los periodistas, el Pontífice se zambulle en una de las grandes controversias de esta era de internet: las noticias falsas. Informaciones con apariencia de verdad, pero que en realidad son «infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas». En su documento, Francisco proporciona un repaso monumental al mayor enemigo del periodismo de hoy. Y, en paralelo, pone sobre la mesa algunas de las claves del periodismo de calidad que corre el riesgo de ahogarse en la catarata de chuminadas que cada día vuelcan en la red individuos anónimos encuadrados en corporaciones fantasma.
El papa recomienda salirse de las redes cerradas y tóxicas, y «realizar una sana comparación con otras fuentes de información». Asimismo, insta a promover «iniciativas educativas que permiten aprender a leer y valorar el contexto comunicativo, y enseñan a no ser divulgadores inconscientes de la desinformación, sino activos en su desvelamiento». Francisco da en la diana. Y lo hace sin miedo. Bien mirado, sólo él puede hacerlo. Si quiere ser coherente con el mensaje que predica y representa, el papa es el único personaje de relieve mundial que tiene drásticamente prohibido dejarse arrastrar por el envanecimiento que acarrea la fama. Es el único que no puede endulzar su doctrina para hacerla más atractiva a las masas. El único que tiene radicalmente vetado adoptar poses populistas. Ante un Dios que todo lo sabe y todo lo ve, su portavoz en la Tierra no está legitimado para aparentar, para cultivar una imagen falsa que le ayude a ganar seguidores y a alimentar su vanidad.
Francisco habla sin miedo a lo que de él puedan decir los grandes gurús del entretenimiento (analógico o digital) sin alma, a los palos que puedan darle los grandes beneficiarios de la manipulación inmisericorde de la realidad. Por eso sus razonamientos suenan como una master class de periodismo: «En el centro de la noticia no están la velocidad en darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas», asevera. Y añade: «Por eso la verificación de las fuentes y la custodia de la comunicación son verdaderos y propios procesos de desarrollo del bien que generan confianza y abren caminos de comunión y de paz». Todo un aldabonazo en la conciencia de quienes ven la comunicación digital como el cauce más idóneo para enriquecerse a base de embaucar a millones de lectores incautos que se consideran la quintaesencia del homo tecnologicus. «El mejor antídoto contra las falsedades no son las estrategias, sino las personas», sentencia Francisco. Y acto seguido singulariza: «Si el camino para evitar la expansión de la desinformación es la responsabilidad, quien tiene un compromiso especial es el que por su oficio tiene la responsabilidad de informar, es decir: el periodista, custodio de las noticias».
He aquí la almendra de la cuestión: el periodismo, para los periodistas que, cosignando su firma en cada noticia, se juegan su prestigio y sus habichuelas. El periodismo, para las empresas periodísticas que se juegan su cuenta de resultados sobre el parámetro de la credibilidad. El periodismo hecho «por personas para personas, y que se comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos ─y son la mayoría en el mundo─ que no tienen voz (...); un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a la escalada del clamor y de la violencia verbal». Y lo demás: el ruido, el chiste fácil y viral, la noticia inventada para destruir al otro y así medrar de forma inconfesable, el trasiego de historias morbosas cuyo mayor mérito es que ayudan a pasar el tiempo y son gratuitas... quedará para los amigos de la «lógica de la serpiente», siempre capaz de inocular su veneno a algún infeliz, pero incapaz de elevarse sobre el suelo y dirigirse al mundo con la altura de miras propia del periodismo que busca la verdad y que nos hará más libres.