En la Catequesis durante la Audiencia General el Papa siguió reflexionando sobre la Santa Misa. En esta ocasión se centró en dos momentos clave: la lectura del Evangelio, y la Homilía del sacerdote
Queridos hermanos:
Con la proclamación del Evangelio se llega al culmen de ese diálogo entre Dios y su pueblo que es la liturgia de la Palabra en la Misa. Del Evangelio viene la luz para comprender el sentido de los textos bíblicos que se han leído antes. Por eso, la liturgia rodea al Evangelio de una veneración particular. En efecto, sólo el ministro ordenado puede leerlo y cuando termina besa el libro; hay que ponerse en pie para escucharlo y hacemos la señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho. La asamblea reconoce así la presencia de Cristo que le anuncia la buena noticia que convierte y transforma, y responde con la aclamación: «Gloria a ti, Señor Jesús». En la lectura del Evangelio tomamos conciencia de que Jesús sigue hablando y actuando en nuestros días.
A continuación viene la homilía. Como parte de la misma liturgia, no es un discurso o una conferencia, sino que retoma ese diálogo entre Dios y su pueblo. La predicación debe orientar a todos, también al predicador, hacia una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida. Para ello, no sólo es importante que quien predica cumpla bien su ministerio, sino que también los que escuchan han de procurar hacerlo con las mejores disposiciones interiores.
Continuamos con las catequesis sobre la Santa Misa. Habíamos llegado a las Lecturas. El diálogo entre Dios y su pueblo, realizado en la Liturgia de la Palabra de la Misa, alcanza su culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya ─o bien, en Cuaresma, otra aclamación─ con el que «la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor, quien le hablará en el Evangelio»[1]. Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio constituye la luz para comprender el sentido de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En efecto, «de toda la Escritura, como de toda la celebración litúrgica, Cristo es el centro y la plenitud»[2]. Siempre en el centro está Jesucristo, siempre.
Por eso, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de particular honor y veneración[3]. De hecho, su lectura se reserva al ministro ordenado, que termina besando el libro; nos ponemos de pie para escucharla y se hace la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace sonar su eficaz palabra. En esos signos la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le dirige la “buena noticia” que convierte y transforma. Es un discurso directo el que sucede, como atestiguan las aclamaciones con que se responde a la proclamación: «Gloria a ti, Señor» y «Gloria a ti, Señor Jesús». Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo quien nos habla ahí. Y por eso estamos atentos, porque es un coloquio directo. Es el Señor quien nos habla.
Así pues, en la Misa no leemos el Evangelio para saber cómo fueron las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por eso, escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva. Escribe San Agustín que «la boca de Cristo es el Evangelio. Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra»[4]. Si es verdad que en la liturgia «Cristo sigue anunciando el Evangelio»[5], se entiende que, al participar en la Misa, debemos darle una respuesta: si escuchamos el Evangelio, tenemos que dar una respuesta con nuestra vida.
Para hacer llegar su mensaje, Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía[6]. Recomendada vivamente por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia[7], la homilía no es un discurso de circunstancias ─ni tampoco una catequesis como esta que estoy haciendo ahora─, ni una conferencia o una clase, la homilía es otra cosa. ¿Qué es la homilía? Es «un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo»[8], para que halle su cumplimiento en la vida. ¡La exégesis auténtica del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su curso haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como ocurrió en María y en los Santos. Recordad lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace también ese recorrido, para ayudarnos a que esa Palabra del Señor llegue a las manos, pasando por el corazón.
Ya traté el tema de la homilía en la Exhortación Evangelii gaudium, donde recordaba que el contexto litúrgico «exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida»[9].
Quien predica la homilía debe cumplir bien su ministerio ─el que predica, el sacerdote o el diácono o el obispo─, prestando un servicio real a todos los que participan en la Misa, pero también los que escuchan deben poner de su parte. Sobre todo, prestando la debida atención, con las correctas disposiciones interiores, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus pros y sus contras. Si a veces hay motivos para aburrirse porque la homilía es larga o descentrada o incomprensible, otras veces es, en cambio, el prejuicio hace de obstáculo. Y quien dice la homilía debe ser consciente de que no está haciendo algo proprio, está predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. ¡La homilía debe estar bien preparada y debe ser breve, breve! Me decía un sacerdote que una vez fue a la ciudad donde vivían sus padres, y su padre le dijo: “¿Sabes una cosa? ¡Estoy contento, porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde se dice la Misa sin homilía!”. Cuántas veces vemos que en la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen fuera a fumar un cigarrillo… Por eso, por favor, que sea breve la homilía, pero que esté bien preparada. ¿Y cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve: no debe pasar de 10 minutos, por favor.
Concluyendo, podemos decir que, en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con su pueblo, que escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo reconoce presente y activo. Así pues, si nos ponemos a la escucha de la “buena noticia”, seremos convertidos y transformados por ella y, por tanto, capaces de cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia y de otros países francófonos, en particular a los jóvenes y a los directivos de los Institutos de Enseñanza Católicas de la Gironda, acompañados por el Señor Cardenal Jean-Pierre Ricard. Que la proclamación del Evangelio y de la homilía pueda hacer resonar en nuestros corazones la Palabra eficaz de Cristo que convierte y transforma. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Filipinas y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros, y sobre vuestras familias, invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Me alegra recibir a los hermanos y hermanas provenientes de los países de lengua alemana. En la liturgia, Cristo sigue anunciando el Evangelio, y nosotros, al participar en la Santa Misa, debemos darle una respuesta. Que el Señor nos ayude a ser, como los santos, Evangelio vivo para nuestros vecinos. Dios os bendiga y proteja.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Contemplando a la Virgen María, esforcémonos como Ella para escuchar la Palabra del Señor con un corazón dócil y sencillo, y así poder hacerla carne en nosotros, traduciéndola en obras de amor y de santidad. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los seminaristas de la Administración Apostólica São João María Vianney, acompañados por su Obispos. Queridos amigos, en vuestra preparación al ministerio ordenado, haced con gusto de la Biblia el alimento diario de vuestro diálogo con el Señor, para que, cuando seáis enviados a proclamar esa Palabra divina, la gente encuentre en vuestra vida el testimonio más elocuente de su eficacia. Gracias por vuestra visita y rezad por mí.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Egipto y Tierra Santa. En la Misa, es Cristo mismo quien continúa hoy dialogando con nosotros a través de la proclamación del Evangelio y la homilía. Escuchemos pues su Palabra, con corazones siempre abiertos a esta gracia que cambia nuestra vida y nos conduce a la verdadera alegría. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno!
Saludo cordialmente a los polacos presentes en esta Audiencia. Participando durante la Santa Misa en la Liturgia de la Palabra, recordemos siempre el mandato misionero confiado por el Señor Jesús a los apóstoles y a cada uno de nosotros: “¡Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda criatura!” (Mc 16,15). Fortalecidos por la Eucaristía y la “Buena nueva”, sed testigos creíbles de Cristo en vuestras familias, en las comunidades, en vuestros lugares de trabajo, en las universidades, en los sucesos ordinarios de vuestra vida, igual que en los excepcionales. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a la Delegación del Episcopado Lituano, presidida por Monseñor Gintaras Grušas, Arzobispo de Vilnius; a los participantes en la semana de estudio para formadores de seminaristas, promovido por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz; a las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús; a las Hijas de María Auxiliadora y al Instituto secular Voluntarias de Don Bosco. A todos deseo que la visita a la Ciudad Eterna estimule a profundizar en la Palabra de Dios para poder anunciar que Jesús es el Salvador. Saludo al Grupo del Proyecto Puertas abiertas de Guardiagrele, acompañado por Monseñor Bruno Forte, Arzobispo de Chieti-Vasto; a los grupos parroquiales y a los Directivos y Artistas del Circo Medrano y del Rony Rollert Circus. Quisiera agradeceros también a vosotros vuestro trabajo, una labor de belleza; con vuestro arte, expresáis la belleza y por la belleza hacéis que todos nosotros lleguemos más arriba, más cerca de Dios. Vuestro trabajo de belleza nos hace bien a todos, muchas gracias. Saludo a los representantes de la Fundación Banco Farmacéutico que el sábado que viene, en las farmacias italianas, recogerán fármacos para las personas indigentes.
Dirijo un pensamiento especial a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados. El domingo próximo es la memoria de la Virgen de Lourdes, día en que se celebra también la Jornada Mundial del Enfermo. Queridos jóvenes, disponeos a ser providencia para quien está pasando un sufrimiento; queridos enfermos, sentíos siempre sostenidos por la oración de la Iglesia; y vosotros, queridos recién casados, amad la vida que es siempre sagrada, también cuando esté marcada por la fragilidad y la enfermedad.
Para la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata
Mañana, 8 de febrero, memoria litúrgica de Santa Josefina Bakhita, se celebra la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata. El tema de este año es “Migración sin trata. ¡Sí a la libertad! ¡No a la trata!”. Teniendo pocas posibilidades de canales regulares, muchos migrantes deciden aventurarse por otras vías, donde a menudo les esperan abusos de todo género, explotación y reducción a esclavitud. Las organizaciones criminales, dedicadas a la trata de personas, usan esas rutas migratorias para esconder a sus víctimas entre los migrantes y los prófugos. Invito por tanto a todos, ciudadanos e instituciones, a unir fuerzas para prevenir la trata y garantizar protección y asistencia a las víctimas. Redemos todos para que el Señor convierta el corazón de los traficantes ─es fea esta palabra, traficantes de personas─, y dé la esperanza de recuperar la libertad a cuantos sufren por esta plaga vergonzosa.
Para las Olimpiadas de Invierno de Pyeongchang
Pasado mañana, viernes 9 de febrero, se abrirán los XXIII Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad de Pyeongchang, en Corea del Sur, con la participación de 92 países. La tradicional tregua olímpica este año adquiere especial importancia: delegaciones de las dos Coreas desfilarán juntas bajo una única bandera y competirán como un único equipo. Este hecho hace esperar en un mundo donde los conflictos se resuelven pacíficamente con diálogo y respeto mutuo, como también el deporte enseña a hacer. Dirijo mi saludo al Comité Olímpico Internacional, a los atletas que participan en los Juegos de Pyeongchang, a las Autoridades y al pueblo de la Península de Corea. Acompaño a todos con la oración, mientras renuevo el compromiso de la Santa Sede de ayudar a toda útil iniciativa a favor de la paz y del encuentro entre los pueblos. ¡Que estas Olimpiadas sean una gran fiesta de la amistad y del deporte! ¡Que Dios os bendiga y os proteja!
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Ordenación General del Misal Romano, 62.
[2] Introducción al Leccionario, 5.
[3] Cfr. Ordenación General del Misal Romano, 60 y 134.
[4] Sermón 85, 1: PL 38, 520; cfr. también Tratado sobre el Evangelio de Juan, XXX, I: PL 35, 1632; CCL 36, 289.
[5] Const. Sacrosanctum Concilium, 33.
[6] Cfr. Ordenación General del Misal Romano, 65-66; Introducción al Leccionario, 24-27.
[7] Cfr. Sacrosanctum Concilium, 52.
[8] Evangelii gaudium, 137.
[9] Ibid., 138.
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