Cuando la desinformación es todo un entramado que busca desestabilizar, uno de los mejores caminos para desenmascararla es fortalecer el periodismo
A primeros del año pasado falleció Zygmunt Bauman, uno de los pensadores que mejor ha analizado y divulgado lo que le pasa a este mundo en el inicio del tercer milenio de la era cristiana. Dice mucho de su potencia intelectual cuando, ya anciano, ha sido tan clarividente para profundizar en unos cambios sociales que se suceden a un ritmo acelerado.
El nacimiento del móvil inteligente, por ejemplo, pilló a Bauman con 81 años. A pesar de ello, vio enseguida el espejismo que podía producir en las personas esa inflación de capacidad para comunicarse que traen las nuevas tecnologías. Las redes sociales, decía Bauman, “son una trampa”. Porque el individuo cree que está en permanente contacto con cientos o miles de personas ─“amigos”, “seguidores”─ y sólo se da cuenta de su soledad cuando apaga el móvil en la habitación: “Las relaciones virtuales están provistas de las teclas ‘suprimir’ y ‘spam’, explicaba, que protegen de las pesadas consecuencias de la interacción en profundidad”. Al individualismo “rampante” actual no parece gustarle demasiado la responsabilidad social y Facebook proporciona una magnífica escapatoria para no afrontarla.
Las redes son una de las manifestaciones en el mundo de la comunicación de su concepto de “modernidad líquida”, pero hay otras. Bauman ha ofrecido varias definiciones de esa idea madre. En unas ocasiones habló de ella como la “ausencia de forma” en un mundo desestructurado: se pierde la seguridad en el empleo, se desmorona el Estado de bienestar, la globalización difumina los poderes locales establecidos… En otras, se refiere a que “las condiciones sobre las que los miembros de la sociedad actúan cambian más rápido de lo que tardan en consolidarse en hábitos y rutinas”. En este caso, ese mundo líquido se muestra como una corriente cuya velocidad y potencia desborda los cauces tradicionales: el cambio fluye tan rápido que deja avejentados los propios avances antes de haberlos aprovechado.
Como digo, estas premisas se aplican también a la comunicación social. Escuché a un profesor explicar, estirando a Bauman, que la comunicación fue líquida desde el inicio de la historia ─los juglares de la Edad Media difundían de palabra los acontecimientos de la época, por ejemplo─ hasta la aparición de la imprenta a mediados del siglo XV.
Este invento solidificó la comunicación: un editor decidía qué era información, cuándo y cómo se difundía. Al ciudadano sólo le quedaba adaptarse al proceso. Así permaneció casi sin alteraciones hasta que, hacia 1990, Tim Berners-Lee puso en marcha la world wide web. Con ella, devolvió la liquidez a la comunicación. Hoy, contenidos escritos, hablados y grabados se difunden sin control por los ciudadanos, que son a la vez receptores y emisores de los mismos. Millones de juglares explican en cada segundo lo que ocurre a su alrededor. Y a tal velocidad que desasosiega a los propios ciudadanos y perturba a los profesionales de la información.
En este contexto, el gobierno español ha anunciado en diciembre dos iniciativas que tienen que ver con la desinformación, los medios y las redes sociales. Una de ellas es la creación de una comisión compuesta por políticos y editores para estudiar los bulos ─las fake news─ en internet.
Es algo que se ha convertido en una obsesión mundial desde que, a contracorriente, Donald Trump ganara las elecciones en Estados Unidos y los partidarios del Brexit vencieran en el referéndum del Reino Unido. La otra medida pretende terminar con el anonimato en las redes sociales, que propicia un espacio de impunidad a quienes las usan para amenazar o insultar.
¿Qué ha cambiado para que las fake news se hayan convertido en un temor mundial? Pues el propio proceso de desintermediación que ha traído internet, que ha ido eliminando barreras entre los emisores de la información y los receptores. Bulos ha habido siempre y la mayoría estaban controlados por el poder político o económico. ¿Cuál es uno de los principales trabajos de los servicios de inteligencia? ¿En qué consiste lo que se denomina “comunicación de crisis” en los gabinetes de comunicación de partidos, empresas o de organismos oficiales?
Ahora, para bien y para mal, la información fluye de punto a punto y de una a otra de una parte del mundo sin control. En Estados Unidos más de la mitad de la población ya tiene a Facebook como principal ─y a veces única─ fuente de información. Y Facebook ha reconocido que unos 126 millones de estadounidenses estuvieron expuestos a fake news procedentes de Rusia durante el último proceso electoral. Éste es el condicionante clave: no hay intermediarios.
Antes, las fake news tenían que saltar el muro del periodismo para llegar a los ciudadanos ─a veces se conseguía─ y ahora llegan directamente a la opinión pública. Por eso, cuando la desinformación es todo un entramado que busca desestabilizar, uno de los mejores caminos para desenmascararla es fortalecer el periodismo.
Vicente Lozano
Doctor en Periodismo. Redactor jefe y columnista de ‘El Mundo’.
Fuente: revistapalabra.es.
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