Con todo el follón que tenemos montado una ya no sabe a qué atenerse para formarse una opinión fundada de las cosas más elementales
Y eso que a mí esta vorágine de desconcierto me ha pillado crecida, no quiero pensar cómo la afrontarán los que son más jóvenes que yo, o los niños. Ahora algunos que parecen ser hombres resulta que se sienten mujeres y estamos obligados a tratarlos como tal, hay mujeres que quieren ser hombres, algunos no saben cómo se sienten o se quieren sentir, y todos muy respetuosos y muy integradores, nos vamos perdiendo con ellos, envueltos en este caos que directamente dimana de un relativismo mal entendido.
Quisiera en medio de esta confusión, que impera en el hombre cuando no tiene a Dios, alzar un poco la voz de forma respetuosa e integradora, contra la estupidez. Basta de confundir los sentimientos con la realidad objetiva, basta de confundir el verbo ser con el verbo sentir. Por aplicación de esta regla de la absurdez, yo misma puedo ser minera porque así me he sentido esta mañana de enero, aunque realmente ejerza la abogacía. Y pobre del que se atreva a decirme que no pique la piedra.
En todo esto parece que Dios, la mera palabra en sí, repele a la Sociedad. Intuyo que se quiere impedir que recordemos la existencia de unos estatutos morales pre-existentes, de unas normas prefijadas ya no sólo por el Derecho Divino, de mayor complejidad, sino por el simple Derecho Natural, que impregna el alma de todos y que calladamente nos dice qué normas son las que realmente se deben cumplir.
Quizás para el hombre resulta molesto ese pequeño recuerdo, ese pensamiento recurrente por fugaz que sea, de que está incumpliendo la ley, de que lo que hace está objetivamente −y no relativamente− mal. Por esto, cuando veamos en las gentes ese intento de borrarnos a Dios, esa repulsa de la verdadera Ley, convenzámonos de que tratan de borrarnos la memoria, y no la del cuerpo, sino la del alma.