Su mensaje no solo interesa a los hombres y mujeres de fe, sino a todos, porque no hay tema humano que no quiera enfocar desde las perspectivas de la antropología cristiana
Viene el Papa Francisco a Chile en enero. Cuando era novicio jesuita ya vivió con nosotros, en 1960. Han pasado muchos años y Chile ha cambiado, y el novicio se ha transformado en el Vicario de Cristo en la tierra. Lo recibimos llenos de alegría y esperanza. Visitará Santiago, Tamuco, en el sur del país, e Inique en nuestro desértico norte. El Papa quiere encontrarse con todos, pero especialmente con los más sufrientes, los descartados, como él los llama. Estará con las mujeres privadas de libertad en la cárcel, con los que viven en la calle y también con los jóvenes y las familias, con la piedad popular, que considera una de las riquezas de nuestra nación. Nadie quedará sin una palabra precisa y oportuna y por ello esperamos con expectación sus enseñanzas.
Chile es una nación cristiana y mayoritariamente católica. Las casas, calles y plazas se van llenando de los anuncios de su paso entre nosotros. Es evidente que su mensaje no solo interesa a los hombres y mujeres de fe, sino a todos, porque no hay tema humano que Francisco no quiera enfocar desde las perspectivas de la antropología cristiana.
Llega a Chile en un momento difícil. Particularmente por las divisiones que se han provocado en el país frente a los cambios políticos e ideologías introducidos, algunos de ellos afectando nuestras visiones más profundas sobre la vida, la familia, la educación, etc. Por eso hemos escogido como lema de su visita aquellas palabras de Jesús: Mi paz les doy. Así lo hemos puesto en la oración que prepara su visita. Hace treinta años san Juan Pablo II vino como mensajero de la vida y de la paz. Hoy necesitamos la presencia del Papa. Se lo hemos pedido los obispos en varias oportunidades y nos llena de gozo que haya aceptado visitarnos.
El relativismo moral ha calado muy a fondo en nuestra nación. Quizá más en otras de nuestro continente. Por eso esperamos que su impulso apostólico, su sabiduría y su conocimiento de nuestra América sea un momento de quiebre en una nación que se ha vuelto un poco pesimista de sí misma y con cierta desesperanza. No es negativo reconocerlo, es un realismo cristiano que nos centra en nuestras dificultades y nos abre –desde ellas− hacia el futuro, con nuevos impulsos y visiones. El Papa, como es costumbre, nos hablará con claridad y cercanía y nos hará reaccionar. En el centro de su mensaje estará Cristo como luz de la historia que nos muestra el camino. Nos dirá como Juan Pablo: “Miradlo a Él”. La presencia del Papa será una bendición para todos. ¡Bienvenido Papa Francisco!
Juan Ignacio González Errazuriz, Obispo de San Bernardo (Chile)