Una posible definición de ‘cultura’ sería la construcción intelectual que el hombre diseña en cada momento para defenderse de la angustia de vivir o para intentar paliarla
Cada época tiene sus propias angustias. A los antiguos les angustiaba su sometimiento a la naturaleza, el vivir completamente a su merced. Y lo solucionaban con la elaboración de mitos que les permitieran explicar el sentido de la existencia o su sinsentido. A los medievales les angustiaba la finitud de su mundo esférico, limitado, y se escapaban de él por la vía de la trascendencia hacia el Dios infinito. A los modernos les angustiaba el descubrimiento de sí mismos y de sus propias capacidades que, sin embargo, no bastaban para sustentar una vida supuestamente autónoma, y quisieron escapar por la vía de los grandes descubrimientos, del cultivo de la ciencia experimental y de la creación artística. Y a nosotros, ¿qué nos angustia? El poder.
En primer lugar, el poder tecnológico que tenemos y nuestra capacidad de dominio sobre la naturaleza y, una vez que nos hemos cargado a Dios, también sobre los demás hombres, que si Dios no existe, se reducen a naturaleza dominable. Nos damos miedo, porque nunca ha existido una época con tanta capacidad técnica y tan poca dotación ética. De ahí la fuerza del ecologismo −convertido, para algunos, comprensiblemente, en religión− o la disputa en torno a asuntos tan graves como el llamado cambio climático.
Temblamos, porque las relaciones −también entre hombres y mujeres− tienden a reducirse a mero dominio. Sobre todo se advierte en las relaciones económicas, que han contaminado completamente las políticas y las culturales. Sin Ética, para esto no hay salida.