Los jóvenes nos ayudan a descubrir la luz nueva de la fe, esa luz particular que cada época nos reclama
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Libertad, ¿para qué?, podemos preguntarnos. Libertad para servir, especialmente a los que son esclavos de su carencia material y educativa, a los que no tienen pan, ni voz, y que vislumbran un futuro oscuro ante sus horizontes. Libertad para la justicia, porque la justicia es libertad para todos. Ante este desafío, Jesús puede ser la base firme sobre la que edificar una existencia llena de sentido y de felicidad.
Los tiempos actuales presentan numerosos desafíos a la fe y a la Iglesia Católica. El “eclipse de Dios” descripto por Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Juventud contrastó con los dos millones de jóvenes que lo escucharon, sintetizando en una imagen el claroscuro que el mensaje cristiano vive en el siglo XXI.
Tiempos de cambios, tiempos revueltos, tiempos de oportunidades. Cada época exige, en alegre fidelidad al Evangelio, renovar la vivencia de la fe, rejuvenecer el discurso, reencontrar el camino para inspirar los corazones de los hombres y las mujeres de nuestro mundo. Esto lo entienden las empresas, los políticos… y lo entendemos también en la Iglesia.
Juan Pablo II nos enseñó con su vida un nuevo lenguaje de humanidad: su amor a la verdad, su espíritu libre, sus gestos, sus miradas, su transparencia, sus viajes, han marcado una huella que, con estilo personalísimo, también recorre Benedicto XVI. El Papa alemán usó Twitter para lanzar el nuevo sitio de noticias del Vaticano (news.va) y nos sorprende con su sencillez desde la primera semana de pontificado, cuando fue caminando a buscar sus pertenencias a su departamento.
El siglo XXI no acepta discursos asimétricos y suntuosos. Simplemente, los desecha por aburridos o por vacíos de existencia real. Cada cristiano enfrenta actualmente el desafío de hacer propia la esencia de su fe: proclamar la caridad, el servicio, la libertad: cáritas in veritate, como expresa Benedicto XVI. Valores que están en el centro de las necesidades de renovación de nuestra época, de nuestra Argentina.
El Himno Nacional proclama tres veces la libertad como un grito sagrado. Más allá de la política, el ambiente liberal en el que se formuló incluía un cierto anticlericalismo. Sin embargo, el papa León XIII estaba convencido de que el cristianismo custodiaba todos los anhelos de la humanidad: «Grandísima aparece siempre la fuerza de la Iglesia en el mantener y tutelar la libertad política y civil de los pueblos... La igualdad jurídica y la verdadera fraternidad entre los hombres encuentran en Jesucristo al primero que las afirmó» (Libertas, VIII, 226). Liberte, egaliteet fraternite son valores cristianos, que deben ser encuadrados en una filosofía abierta a la trascendencia.
En armonía con el magisterio iniciado por León XIII y en concordancia con la vehemencia de nuestro himno, San Josemaría Escrivá dice: «No diré que predico, sino que grito mi amor a la libertad personal» (Amigos de Dios, 32). El fundador del Opus Dei considera la libertad como el máximo valor humano, entre otras cosas, porque no se puede amar sin libertad. Y la libertad da a cada uno (y a cada una) la oportunidad de aplicar su talento y creatividad para aportar a la resolución de los problemas acuciantes de nuestra sociedad. Es el grito que rechaza el pensamiento único y que sostiene: vos estás llamado a hacer una contribución irrepetible, depende de vos, podés hacer cosas grandes con tu vida, cosas que vos y únicamente vos podés hacer.
Libertad, ¿para qué?, podemos preguntarnos. Libertad para servir, especialmente a los que son esclavos de su carencia material y educativa, a los que no tienen pan, ni voz, y que vislumbran un futuro oscuro ante sus horizontes. Libertad para la justicia, porque la justicia es libertad para todos. Ante este desafío, Jesús puede ser la base firme sobre la que edificar una existencia llena de sentido y de felicidad. “Edificados en Cristo, firmes en la fe” rezaba el lema de la JMJ de Madrid. Los jóvenes nos ayudan a descubrir la luz nueva de la fe, esa luz particular que cada época nos reclama. l