El Papa explica durante la Audiencia general de hoy el significado del acto penitencial al comienzo de la Misa
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos la catequesis sobre la celebración de la Eucaristía y nos centramos hoy en el acto penitencial, el cual nos dispone a celebrar dignamente la Santa Misa, reconociéndonos pecadores ante Dios y ante los hermanos. En ese acto introductorio, el sacerdote invita a reconocer nuestros pecados guardando un momento de silencio.
Cada uno entra en su interior para tomar conciencia de todo lo que no corresponde con el plan de Dios. Por eso, confesamos en primera persona del singular diciendo: «He pecado mucho de pensamiento, palabras, obras y omisión». Esta fórmula está acompañada con el gesto de golpearse el pecho para indicar que el pecado es propio y no de otro. Después de esta confesión, suplicamos a la Virgen María, a los ángeles y a los santos que intercedan ante el Señor por nosotros. Su intercesión nos sostiene en nuestro camino hacia la plena comunión con Dios.
El acto penitencial concluye con la absolución del sacerdote, en la que se pide a Dios que derrame su misericordia sobre nosotros. Esta absolución no tiene el mismo valor que la del sacramento de la penitencia, pues hay pecados graves, que llamamos mortales, que sólo pueden ser perdonados con la confesión sacramental.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Al inicio de este nuevo año, les deseo que sea para ustedes un tiempo de paz y que puedan contemplar el abrazo de amor y ternura del Señor en sus vidas. Los invito a que se renueven interiormente siguiendo el ejemplo de tantos personajes de la Sagrada Escritura, como el Rey David, San Pedro, la samaritana; ellos, a pesar de haber ofendido a Dios, fueron capaces de pedirle perdón con humildad y sinceridad, y pudieron experimentar su misericordia que transforma y da la alegría verdadera.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Retomando las catequesis sobre la celebración eucarística, consideremos hoy, en el contexto de los ritos de introducción, el acto penitencial. En su sobriedad, favorece la actitud con la que disponerse a celebrar dignamente los santos misterios, o sea, reconociendo ante Dios y los hermanos nuestros pecados, reconociendo que somos pecadores. La invitación del sacerdote, de hecho, se dirige a toda la comunidad en oración, porque todos somos pecadores. ¿Qué puede dar el Señor a quien ya tiene el corazón lleno de sí mismo, de sus éxitos? Nada, porque el presuntuoso es incapaz de recibir perdón, ufano como está de su presunta justicia. Pensemos en la parábola del fariseo y del publicano, donde solo el segundo −el publicano− vuelve a casa justificado, es decir, perdonado (cfr. Lc 18,9-14). Quien es consciente de sus propias miserias y baja los ojos con humildad, siente posarse sobre él la mirada misericordiosa de Dios. Sabemos por experiencia que solo quien sabe reconocer sus faltas y pedir perdón recibe la comprensión y el perdón de los demás.
Escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos están distantes de los pensamientos divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas, o sea, guiadas por decisiones contrarias al Evangelio. Por eso, al inicio de la Misa, realizamos comunitariamente el acto penitencial mediante una fórmula de confesión general, pronunciada en primera persona del singular. Cada uno confiesa a Dios y a los hermanos “que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Sí, también de omisión, o sea, de haber dejado de hacer el bien que habría podido hacer. Frecuentemente nos sentimos buenos porque −digamos− “no he hecho daño a nadie”. En realidad, no basta no hacer mal al prójimo, hay que elegir hacer el bien aprovechando las ocasiones para dar buen ejemplo de que somos discípulos de Jesús. Es bueno subrayar que confesamos tanto a Dios como a los hermanos que somos pecadores: esto nos ayuda a comprender la dimensión del pecado que, mientras nos separa de Dios, nos divide también de nuestros hermanos, y viceversa. El pecado corta: corta el trato con Dios y corta el trato con los hermanos, el trato en la familia, en la sociedad, en la comunidad: el pecado corta siempre, separa, divide.
Las palabras que decimos con la boca van acompañadas por el gesto de golpearse el pecho, reconociendo que he pecado precisamente por culpa mía, y no de otros. A menudo sucede que, por miedo o vergüenza, señalamos con el dedo para acusar a otros. Cuesta admitirse culpable, pero nos hace bien confesarlo con sinceridad. Confesar los propios pecados. Recuerdo una anécdota que contaba un viejo misionero acerca de una mujer que fue a confesarse y empezó a decirle las faltas de su marido; luego pasó a contar los errores de la suegra y luego los pecados de los vecinos. En un momento dado, el confesor le dijo: “Pero, señora, dígame: ¿ha acabado ya? −Muy bien: pues ya que ha acabado usted con los pecados de los demás, ahora empiece a decir los suyos”. ¡Decir los propios pecados!
Después de la confesión del pecado, suplicamos a la Santísima Virgen María, a los Ángeles y a los Santos que recen al Señor por nosotros. También en esto es preciosa la comunión de los Santos: es decir, la intercesión de esos «amigos y modelos de vida» (Prefacio del 1 de noviembre) nos sostiene en el camino hacia la plena comunión con Dios, cuando el pecado sea definitivamente aniquilado.
Además del “Yo confieso”, se puede hacer el acto penitencial con otras fórmulas, por ejemplo: «Ten piedad de nosotros, Señor / Contra ti hemos pecado. / Muéstranos, Señor, tu misericordia. / Y danos tu salvación» (cfr. Sal 123,3; 85,8; Jer 14,20). Especialmente el domingo se puede realizar la bendición y la aspersión del agua en memoria del Bautismo (cfr. OGMR, 51) que borra todos los pecados. También es posible, como parte del acto penitencial, cantar el Kyrie eléison: con una antigua expresión griega, aclamamos al Señor −Kyrios− e imploramos su misericordia (ibid., 52).
La Sagrada Escritura nos ofrece luminosos ejemplos de figuras “penitentes” que, recapacitando después de haber cometido el pecado, hallan el valor de quitarse la máscara y abrirse a la gracia que renueva el corazón. Pensemos en el rey David y en las palabras a él atribuidas en el Salmo: «Ten piedad de mí, oh Dios, por tu amor; por tu gran misericordia borra mi iniquidad» (51,3). Pensemos en el hijo pródigo que vuelve al padre; o en la invocación del publicano: «Señor, apiádate de mí que soy un pecador» (Lc 18, 13). Pensemos también en San Pedro, en Zaqueo, en la mujer samaritana. Medirse con la fragilidad del barro del que estamos hechos es una experiencia que nos fortalece: a la vez que nos hace tener en cuenta nuestra debilidad, nos abre el corazón para invocar la misericordia divina que transforma y convierte. Y eso es lo que hacemos en el acto penitencial al inicio de la Misa.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los scouts de Mesnil-le-Roi. En este inicio de año, os deseo para cada uno y para vuestros seres queridos que podáis encontrar cada vez más al Señor, especialmente en la celebración eucarística dominical. Él viene para levantarnos de nuestros errores, para iluminar nuestras vidas y darnos su alegría. ¡Que el Señor os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los de Corea, Canadá y Estados Unidos de América. A vosotros y a vuestras familias os deseo que conservéis la alegría de este tiempo de Navidad, encontrando en la oración al Príncipe de la Paz, que desea hacerse cercano a todos. ¡Dios os bendiga!
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Tantas figuras de la Sagrada Escritura y de Santos nos sirven de ejemplo para reconocer nuestra debilidad, tener el valor de confesar los pecados y abrirnos al perdón y a la misericordia de Dios. En este Año Nuevo, que el Señor nos acompañe con su gracia y bendición y nos conceda su paz. ¡Feliz Año!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Al inicio de este nuevo año, les deseo que sea para ustedes un tiempo de paz y que puedan contemplar el abrazo de amor y ternura del Señor en sus vidas. Los invito a que se renueven interiormente siguiendo el ejemplo de tantos personajes de la Sagrada Escritura, como el Rey David, San Pedro, la samaritana; ellos, a pesar de haber ofendido a Dios, fueron capaces de pedirle perdón con humildad y sinceridad, y pudieron experimentar su misericordia que transforma y da la alegría verdadera. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, de corazón os saludo a todos, en particular a los fieles de la «Comunidade Católica Palavra Viva», deseando a cada uno que siempre brille, en vuestros corazones y en vuestras familias y comunidades, la luz del Salvador, que nos revela el rostro tierno y misericordioso del Padre celestial. Estrechemos en los brazos al Niño Jesús y pongámonos a su servicio: Él es fuente de amor y serenidad. ¡Que Él os bendiga para un sereno y feliz Año Nuevo!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Egipto, del Líbano y de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, el acto penitencial que hacemos comunitariamente al inicio de la Misa, o sea, reconocer ante Dios y los hermanos nuestros pecados, nos permite prepararnos interiormente para ser dignos de celebrar ese Santo Misterio. Quien confiesa sus pecados con humildad y sinceridad, recibe el perdón y encuentra de nuevo la unión con Dios y con los hermanos. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os acompañe en el camino del nuevo año!
Saludo cordialmente a los polacos venidos a esta Audiencia. Os deseo a todos un feliz Año Nuevo. Que sea para vosotros, para vuestras familias, para las personas queridas, para los que viven en Polonia y en el extranjero, para toda vuestra Patria, un tiempo de paz, de esperanzas cumplidas, cargado de los dones divinos y de la protección de María Santísima, Madre de Dios. Cristo, Dios Fuerte, Príncipe de la Paz, nacido en Belén, colme vuestros corazones con su presencia y os bendiga. ¡Sea alabado Jesucristo!
A todos los peregrinos de lengua italiana presentes en esta primera Audiencia General del 2018 envío un cordial saludo de esperanza y de paz para el nuevo año. Me alegra recibir a los participantes en el Capítulo General de las Hijas de la Misericordia y de la Cruz, y os animo a promover vuestro carisma con espíritu de servicio y de fidelidad a la Iglesia. Saludo a los seminaristas del Istituto Missioni Consolata; a la Famiglia associativa preghiera e carità di Agropoli y a los grupos parroquiales, en particular a los de Mozzo, Belvedere di Tezze sul Brenta y de Sant’Arsenio.
Dirijo un pensamiento especial para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. En este Año Nuevo os invito a recibir y compartir cada día la ternura de Dios. Queridos jóvenes, sed mensajeros del amor de Cristo entre vuestros coetáneos; queridos enfermos, encontrad en la caricia de Dios el apoyo en el sufrimiento; y vosotros, queridos recién casados, sed testigos de la alegría del Sacramento del Matrimonio a través de vuestro amor fiel y mutuo.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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