Lo bueno de la Navidad es que junta a todos, desde Izquierda Unida a las Femen, pasando por un párroco de pueblo o el mismo Papa
Las Navidades son fechas de contradicciones. Alegría mezclada de nostalgia. Denunciamos el consumismo desaforado pero gastamos como si no hubiera enero. Quienes aseguran que las detestan luchan encarnizadamente para que no les toque trabajar el 24 y el 25. Al igual que sucede con el rayo tractor de la Estrella de la Muerte en Star Wars, todos terminamos irremisiblemente presentes en las cenas de empresa y reuniones familiares. Se pronuncia más que nunca la frase: “Es la última vez que...”, sabiendo que el año siguiente será igual.
No puede suceder de otra manera. Las personas somos contradictorias y hemos transmitido esa característica a la celebración. El Nacimiento es una exaltación de la pobreza pero, 2.000 años después, los ricos no aprovechan para vivir siquiera unos días como si fueran pobres, y además se anima a los pobres a gastar como si fueran ricos. Conmemoramos al inicio del invierno un nacimiento que probablemente ocurrió en primavera. Esto ya nos lo repite machaconamente año tras año el indefectible artículo que se publica por estas fechas (luego vendrá en Semana Santa el de las dudas sobre la crucifixión).
Aceptar, siquiera unos días, este espíritu contradictorio nos vendría a todos muy bien. Nos permitiría observar sin prejuicios lo que desfila ante nuestros ojos. Por ejemplo, Izquierda Unida de Madrid ha felicitado la Navidad con la imagen de un árbol ardiendo. Paz, lo que se dice paz, no, pero desde luego transmite calor. No dejemos que el árbol, en llamas, nos impida ver el bosque. Lo bueno está en el texto. Porque felicita en la lengua y estilo de Donald Trump con un comercialísimo: “Merry Christmas”. Eso sí que es ponerse en el lugar del enemigo. Habría que echar un vistazo al cartel de conmemoración del centenario de la Revolución Rusa; tal vez sea un retrato de los Romanov en todo su esplendor. Y para rematar, felicita además específicamente la Nochebuena demostrando así conocimiento litúrgico. Para que luego digan.
Otro ejemplo es lo sucedido en Roma con el belén que se ha montado con el belén del Papa. Francisco ha hecho en la plaza de San Pedro lo mismo que millones de católicos en sus casas: poner el Nacimiento como quiere. ¿Quién no ha añadido figuras por su cuenta? Bergoglio ha colocado unas figuras que no están relacionadas directamente con la llegada de Cristo, sino con las obras de Misericordia. No es un belén clásico, es verdad. La polémica ha aumentado con un hombre desnudo que es cubierto. Y por si fuera poco, una activista de Femen, desnuda también ella, ha irrumpido en el conjunto figurativo para tratar de robar al Niño.
Esta es una tradición −lo del Niño, no lo del desnudo− muy ibérica. En varias localidades se recoge al Niño por la noche para evitar que lo roben, porque incluso en alguna lo han llevado por los bares. Una falta de respeto, sí, pero algún párroco ya se ha encontrado en su despacho a quien se había pasado la vida proclamando: “¿Ir yo a la iglesia? ¿Acaso viene Dios a mi bar?” Vaya, al final va a resultar que la activista de Femen sabía cuál es la pieza más valiosa del Nacimiento.