Durante la Audiencia general de este miércoles, en su segunda catequesis sobre la Eucaristía, el Santo Padre ha reflexionado sobre la oración
Queridos hermanos y hermanas
En la catequesis de hoy, reflexionamos sobre otro aspecto de la Eucaristía, que es la oración. Rezar es ante todo un diálogo, una relación personal. El hombre ha sido creado para este encuentro con Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, relación perfecta de amor y unidad.
Jesús enseña a sus discípulos a rezar con la oración del “Padre nuestro” y con ella los introduce en el diálogo sincero y sencillo con Dios, animándolos a ir creando en ellos una conciencia filial, sabiendo decir “Padre”. También a nosotros nos invita a permanecer con Él, siendo la Eucaristía ese momento privilegiado de unión con Dios y los hermanos.
“Vivir” en esa presencia supone dialogar en silencio, y para ello debemos tener la humildad de reconocernos pequeños, como el niño en brazos de su padre, confiando que todo lo recibimos de sus manos amorosas. Además, se necesita esa capacidad de asombro, como la tienen los más pequeños, para reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas, que nos llena de alegría y esperanza para comenzar de nuevo: Dios nos ama a pesar de nuestras debilidades y nos invita al banquete nupcial en el que el Esposo encuentra nuestra fragilidad y la sana, para devolvernos a la unidad originaria de lo que somos: hijos de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Continuamos con las catequesis sobre la Santa Misa. Para comprender la belleza de la celebración eucarística deseo empezar con un aspecto muy sencillo: la Misa es oración, es más, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime y, al mismo tiempo, la más “concreta”. Pues es el encuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor.
Pero antes debemos responder a una pregunta. ¿Qué es exactamente la oración? Es principalmente diálogo, trato personal con Dios. Y el hombre fue creado como ser en relación personal con Dios que encuentra su plena realización solamente en el encuentro con su Creador. El camino de la vida es hacia el encuentro definitivo con el Señor.
El Libro del Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, que es Padre e Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor que es unidad. De esto podemos comprender que todos hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un continuo darnos y recibirnos para poder encontrar así la plenitud de nuestro ser.
Cuando Moisés, ante la zarza ardiente, recibe la llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre. ¿Y qué responde Dios? «Yo soy el que soy» (Ex 3,14). Esta expresión, en su sentido originario, expresa presencia y favor y, de hecho, Dios añade enseguida: «El Señor, el Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob» (v. 15). Y lo mismo Cristo, cuando llama a sus discípulos, los llama para que estén con Él. Así pues, esa es la gracia más grande: poder experimentar que la Misa, la Eucaristía es el momento privilegiado para estar con Jesús y, a través de Él, con Dios y con los hermanos.
Rezar, como todo auténtico diálogo, es también saber estar en silencio −en los diálogos hay momentos de silencio−, en silencio junto a Jesús. Y cuando vamos a Misa, quizá llegamos cinco minutos antes y empezamos a charlar con el que está al lado. Pero no es el momento de charlar: es el momento del silencio para prepararnos al diálogo. Es el momento de recogerse en el corazón para prepararse al encuentro con Jesús. ¡El silencio es tan importante! Acordaos de lo que dije la semana pasada: no vamos a un espectáculo, vamos al encuentro con el Señor, y el silencio nos prepara y nos acompaña. Estar en silencio junto a Jesús. Y del misterioso silencio de Dios brota su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo nos enseña cómo es posible “estar” realmente con el Padre, y nos lo demuestra con su oración. Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira a lugares apartados para rezar; los discípulos, viendo esa íntima relación suya con el Padre, sienten el deseo de poder participar, y le piden: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Lo hemos oído antes en la Lectura, al inicio de la Audiencia. Jesús responde que lo primero que hace falta para rezar es saber decir “Padre”. Estemos atentos: si no soy capaz de decir “Padre” a Dios, no soy capaz de rezar. Debemos aprender a decir “Padre”, o sea, a ponernos en su presencia con confianza filial. Pero para poder aprender, hay que reconocer humildemente que necesitamos ser instruidos, y decir con sencillez: Señor, enséñanos a rezar.
Este es el primer punto: ser humildes, reconocerse hijos, descansar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse pequeños como niños, en el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguien se preocupará de ellos, de lo que comerán, de lo que vestirán, etc. (cfr. Mt 6,25-32). Esa es la primera actitud: confianza, como el niño con sus padres; saber que Dios se acuerda de ti, cuida de ti, de ti, de mí, de todos.
La segunda predisposición, también propia de los niños, es dejarse sorprender. El niño siempre hace mil preguntas porque desea descubrir el mundo; y se maravilla hasta de las cosas pequeñas, porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los cielos hay que dejarse maravillar. En nuestra relación con el Señor, en la oración −pregunto−, ¿nos dejamos maravillar, o pensamos que la oración es hablar a Dios como hacen los papagayos? No, es fiarse y abrir el corazón para dejarse maravillar. ¿Nos dejamos sorprender por Dios que es siempre el Dios de las sorpresas? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo, no un encuentro de museo. Es un encuentro vivo, y nosotros vamos a Misa no a un museo. Vamos a un encuentro vivo con el Señor.
En el Evangelio se habla de un tal Nicodemo (Jn 3,1-21), un hombre mayor, una autoridad en Israel, que va a Jesús para conocerlo; y el Señor le habla de la necesidad de “renacer de lo alto” (cfr. v. 3). Pero, ¿qué significa? ¿Se puede “renacer”? ¿Volver a tener el gusto, la alegría, la maravilla de la vida, es posible, incluso ante tantas tragedias? Esta es una pregunta fundamental de nuestra fe y es el deseo de todo verdadero creyente: el deseo de renacer, la alegría de recomenzar. ¿Tenemos ese deseo? ¿Cada uno de nosotros tiene ganas de renacer siempre para encontrar al Señor? ¿Tenéis vosotros ese deseo? Porque se puede perder fácilmente ya que, a causa de tantas actividades, de tantos planes que poner en marcha, al final nos queda poco tiempo y perdemos de vista lo que es fundamental: la vida de nuestro corazón, nuestra vida espiritual, nuestra vida que es encuentro con el Señor en la oración.
En realidad, el Señor nos sorprende mostrándonos que nos ama también en nuestras debilidades. «Jesucristo […] es la víctima de expiación por nuestros pecados; y no solo por los nuestros, sino también por lo de todo el mundo» (1Jn 2,2). Ese don, fuente de verdadero consuelo −aunque el Señor nos perdona siempre−, nos consuela, es un auténtico consuelo, es un don que se nos da a través de la Eucaristía, ese banquete nupcial donde el Esposo encuentra nuestra fragilidad. ¿Puedo decir que cuando comulgo en Misa, el Señor encuentra mi fragilidad? ¡Sí! ¡Podemos decirlo porque es verdad! El Señor encuentra nuestra fragilidad para llevarnos a nuestra primera llamada: la de ser a imagen y semejanza de Dios. Ese es el ambiente de la Eucaristía, eso es la oración.
Me alegra saludar a los peregrinos de lengua francesa provenientes de Bélgica, de Suiza, de Francia, y en particular a los jóvenes del Colegio Notre Dame de Sion de París. Que el Señor os ayude, a través de la oración y la Eucaristía, a encontrar la plenitud de vuestro ser en el encuentro con él. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Dinamarca, Países Bajos, Filipinas, Hong Kong y Estados Unidos de América. Para todos vosotros y para vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. Que el encuentro con tantas naciones aquí en Roma y la experiencia de la Iglesia universal durante esta Audiencia General os edifiquen en la comunión y os refuercen en el espíritu de amor y de servicio a favor de los pobres, de los enfermos y de los más necesitados. El Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a la tripulación del Buque Cantabria que presta su servicio en el Mediterráneo en favor de los inmigrantes. Gracias, gracias por lo que hacen. Muchas gracias. Saludo también a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los animo a acercarse a la Eucaristía para estar con el Señor, para sentarse a su lado y compartir con Él nuestra vida, escuchando su Palabra que hace arder nuestro corazón. Gracias.
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, venidos de Portugal y de Brasil. Queridos amigos, estáis llamados a ser testigos de la alegría en el mundo, transfigurados por la gracia misericordiosa que Jesús nos da en la Santa Misa. Que descienda sobre vosotros y sobre vuestras familias la bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, la Misa es el banquete nupcial donde el Esposo encuentra nuestra fragilidad para devolvernos a nuestra primera llamada. Dejemos que el Señor nos sorprenda mostrándonos que nos ama incluso en nuestras debilidades. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, que vuestra peregrinación a Roma sea tiempo de oración, ocasión para revivir el testimonio de fe de los apóstoles y de los mártires, y crecer en el amor y en la esperanza cristiana, de la que la Eucaristía es fuente y culmen. Bendigo de corazón a vosotros y a vuestras familias. ¡Sea alabado Jesucristo!
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Frailes Menores Capuchinos, venidos a Roma para el Consejo Internacional para la Formación de la Orden. ¡Bien venidos! Saludo a los grupos parroquiales, especialmente a los fieles de Sant’Elpidio a Mare; a los confirmandos de San Michele Salentino y de Fiumicino; a la Coordinadora de Asociaciones italianas jóvenes con diabetes y a la Banda Musical de Reggio Calabria.
Dirijo un pensamiento a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria de San Alberto Magno, Obispo y Doctor de la Iglesia. Queridos jóvenes, reforzad vuestro diálogo con Dios, buscándolo con empeño en todas vuestras acciones; queridos enfermos, hallad consuelo en la reflexión del misterio de la cruz del Señor Jesús, que sigue iluminando la vida de cada hombre; y vosotros, queridos recién casados, esforzaos por mantener un constante trato con Cristo, para que vuestro amor sea cada vez más un reflejo del de Dios.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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