Investigación, enseñanza y promoción social, afianzados en el camino de la Iglesia ante la realidad de las migraciones contemporáneas
En la mañana del pasado sábado 4 de noviembre, el Santo Padre recibió en audiencia a los miembros de la Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC), al final de la Conferencia Internacional “Refugiados y migrantes en un mundo globalizado: responsabilidad y respuestas de las universidades”, celebrada en Roma, del 1 al 4 de noviembre, en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, os recibo al término de la Conferencia Internacional titulada “Refugiados y Emigrantes en un mundo globalizado: responsabilidad y respuestas de las universidades”, organizada por la Federación Internacional de Universidades Católicas. Agradezco al Presidente las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro.
Desde poco menos de un siglo, este organismo, con el lema “Sciat ut serviat”, se propone promover la formación católica a nivel superior, valiéndose de la gran riqueza que deriva del encuentro de tantas diversas realidades universitarias. Un aspecto esencial de dicha formación mira a la responsabilidad social, por la construcción de un mundo más justo y más humano. Por eso, os habéis sentido interpelados por la realidad global y compleja de las migraciones contemporáneas y habéis propuesto una reflexión científica, teológica y pedagógica bien arraigada en la doctrina social de la Iglesia, procurando superar prejuicios y temores ligados a un escaso conocimiento del fenómeno migratorio. Me congratulo con vosotros, y me permito señalar la necesidad de vuestra contribución en tres ámbitos que son de vuestra competencia: el de la investigación, el de la enseñanza y el de la promoción social.
Por cuanto respecta al primer ámbito, las universidades católicas siempre han intentado armonizar la investigación científica con la teológica, poniendo en diálogo razón y fe. Considero oportuno poner en marcha ulteriores estudios sobre las causas remotas de las migraciones forzadas, con el propósito de encontrar soluciones prácticas, aunque sean a largo plazo, porque primero hay que asegurar a las personas el derecho a no ser obligadas a emigrar. Es igualmente importante reflexionar sobre las reacciones negativas de principio, a veces incluso discriminatorias y xenófobas, que la acogida de los emigrantes está suscitando en Países de antigua tradición cristiana, para proponer itinerarios de formación de las conciencias. Además, son dignas de mayor valoración las muchas aportaciones de los emigrantes y refugiados a las sociedades que los acogen, así como aquellas de las que se benefician sus comunidades de origen. Con el fin de dar “razones” a la atención pastoral de los emigrantes y refugiados, os invito a profundizar en la reflexión teológica sobre las migraciones como signo de los tiempos. «La Iglesia siempre ha contemplado en los emigrantes la imagen de Cristo, que dijo: “Fui extranjero y me hospedasteis» (Mt 25,35). Su caso, en sí, es una provocación a la fe y al amor de los creyentes, llamados a sanar los males que se derivan de las migraciones y a descubrir el designio que Dios actúa en ellas, incluso cuando fuesen causadas por evidentes injusticias” (Pontificio Consejo para la Pastoral de Emigrantes e Itinerantes, Instr. La caridad de Cristo hacia los emigrantes, 12).
Por cuanto se refiere al ámbito de la enseñanza, espero que las universidades católicas adopten programas para favorecer la instrucción de los refugiados, a varios niveles, ya sea a través de la oferta de cursos también a distancia para los que viven en campos y centros de acogida, ya sea a través de la asignación de becas que permitan su reubicación. Aprovechando la densa red académica internacional, las universidades pueden también agilizar el reconocimiento de los títulos y de las profesionalidades de los emigrantes y refugiados, en su beneficio y de las sociedades que los acogen. Para responder adecuadamente a los nuevos desafíos migratorios, hay que formar de modo específico y profesional a los agentes pastorales que se dedican a la asistencia de emigrantes y refugiados: es otra tarea que compete a las universidades católicas. A nivel más general, quisiera invitar a los Ateneos católicos a educar a sus estudiantes, algunos de los cuales serán líderes políticos, empresarios y artífices de cultura, a una lectura atenta del fenómeno migratorio, en una perspectiva de justicia, de corresponsabilidad global y de comunión en la diversidad cultural.
El ámbito de la promoción social ve a la universidad como una institución que se hace cargo de la sociedad en la que se encuentra trabajando, ejerciendo ante todo un papel de conciencia crítica respecto a las diversas formas de poder político, económico y cultural. Por cuanto respecta al complejo mundo de las migraciones, la Sección Emigrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha sugerido “20 Puntos de Acción” como contribución al proceso que llevará a la adopción, por parte de la comunidad internacional, de dos Pactos Globales, uno sobre los emigrantes y uno sobre los refugiados, en la segunda mitad de 2018. En esta y otras dimensiones, las universidades pueden realizar su papel de actores privilegiados también en el campo social, como por ejemplo el incentivo al voluntariado de los estudiantes en programas de asistencia a los refugiados, a los que piden asilo y a los emigrantes recién llegados.
Todo el trabajo que lleváis adelante en estos grandes ámbitos −investigación, enseñanza y promoción social− encuentra un seguro referente en las cuatro piedras miliares del camino de la Iglesia a través de la realidad de las migraciones contemporáneas: acoger, proteger, promover e integrar (cfr. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2018).
Hoy celebramos la memoria de San Carlos Borromeo, un Pastor iluminado y apasionado, que hizo de la humildad su lema. Que su vida ejemplar pueda inspirar vuestra actividad intelectual y social y también la experiencia de fraternidad que hacéis en la Federación.
Que el Señor bendiga vuestro compromiso al servicio del mundo universitario y de los hermanos y hermanas emigrantes y refugiados. Os aseguro un recuerdo en mis oraciones, y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.