En su catequesis de hoy, durante la Audiencia general, el Papa afirma que la muerte nos enseña que nuestro orgullo, ira y odio, son solo vanidad
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre el contraste que existe entre la esperanza cristiana y la realidad de la muerte. Nuestra civilización moderna trata de suprimir y disimular la muerte, hasta el punto de que cuando llega nadie está preparado, ni tiene tampoco los medios para darle un sentido. La muerte es un misterio, manifiesta la fugacidad de la vida, nos enseña que nuestro orgullo, ira y odio, son sólo vanidad; que no amamos lo suficiente, que no buscamos lo esencial. Pero también nos indica que solamente el bien y el amor que sembramos mientras vivimos permanecen.
Como hemos escuchado en la lectura del evangelio, Jesús es el único capaz de iluminar el misterio de la muerte. Con su actuar nos enseña que sentir dolor ante la pérdida de un ser querido no es contrario a la esperanza. Su oración al Padre, Origen de la vida, nos revela que la muerte no forma parte de su designio amoroso, y que Jesús mismo, con su obediencia total al Padre, restaura el proyecto original de Dios y nos otorga vida en abundancia.
En varios pasajes evangélicos, en que Jesús se confronta con la muerte, pide que no se tenga miedo ante ella, sino que se confíe en su palabra y se mantenga viva la llama de la fe. A la evidencia de la muerte, Jesús opone la luz de su potencia, que también extiende sobre cada uno de nosotros, pequeños e indefensos frente al enigma de la muerte, y nos asegura: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.
Queridísimos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy quisiera comparar la esperanza cristiana con la realidad de la muerte, una realidad que nuestra civilización moderna tiende cada vez más a borrar. Así, cuando la muerte llega, para quien nos es cercano o para nosotros mismos, nos vemos no preparados, privados hasta de un “alfabeto” adecuado para esbozar palabras de sentido en torno a su misterio, que sigue ahí. Sin embargo, los primeros signos de la civilización humana transitaron precisamente a través de ese enigma. Podríamos decir que el hombre nació con el culto a los muertos.
Otras civilizaciones, antes de la nuestra, tuvieron el valor de mirarla a la cara. Era un acontecimiento que los viejos contaban a las nuevas generaciones, como una realidad ineludible que obligaba al hombre a vivir por algo absoluto. Reza el salmo 90: «Enséñanos a contar nuestros días y adquiriremos un corazón sabio» (v. 12). ¡Contar nuestros días hace que el corazón se vuelva sabio! Palabras que nos devuelven a un sano realismo, expulsando el delirio de omnipotencia. ¿Qué somos? Somos «casi nada», dice otro salmo (cfr. 88,48); nuestros días pasan veloces: aunque viviésemos cien años, al final nos parecerá que todo ha sido un soplo. Tantas veces he escuchado a ancianos decir: “La vita se me ha pasado como un soplo…”.
Así la muerte pone al desnudo nuestra vida. Nos hace descubrir que nuestros actos de orgullo, de ira y de odio eran vanidad: pura vanidad. Nos damos cuenta con amargura que no hemos amado bastante y no haber buscado lo que era esencial. Y, al contrario, vemos lo que verdaderamente bueno hemos sembrado: los afectos por los que nos hemos sacrificado, y que ahora nos llevan de la mano.
Jesús iluminó el misterio de nuestra muerte. Con su comportamiento, nos autoriza a sentirnos dolidos cuando una persona querida se va. Él se turbó «profundamente» ante la tumba del amigo Lázaro, y «rompió a llorar» (Jn 11,35). En esta actitud suya, sentimos a Jesús muy cerca, nuestro hermano. Él lloró por su amigo Lázaro. Y entonces Jesús reza al Padre, fuente de la vida, y ordena a Lázaro que salga del sepulcro. Y así sucede. La esperanza cristiana se basa en esa actitud que Jesús asume contra la muerte humana: si bien está presente en la creación, es un flagelo que desfigura el designio de amor de Dios, y el Salvador quiere curarnos.
En otro lugar, los Evangelios cuentan de un padre que tiene a su hija muy enferma, y se dirige con fe a Jesús para que la salve (cfr. Mc 5,21-24.35-43). ¡Y no hay figura más conmovedora que la de un padre o una madre con un hijo enfermo! Y en seguida Jesús se encamina junto a aquel hombre, que se llamaba Jairo. En cierto momento llega uno de la casa de Jairo y le dice que la niña ha muerto, y ya no hace falta molestar al Maestro. Pero Jesús dice a Jairo: «No temas, tan solo ten fe» (Mc 5,36). Jesús sabe que aquel hombre puede tener la tentación de reaccionar con rabia y desesperación, porque ha muerto su hija, y le recomienda que proteja la pequeña llama que está encendida en su corazón: la fe. “No temas, solo ten fe”. “No tengas miedo, solo sigue manteniendo encendida esa llama”. Y luego, llegados a casa, despertará a la niña de la muerte y la devolverá viva a sus seres queridos.
Jesús nos pone en esa “cresta” de la fe. A Marta, que llora por la pérdida del hermano Lázaro, opone la luz de un dogma: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá; quien vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Tú crees eso?» (Jn 11,25-26). Es lo que Jesús repite a cada uno de nosotros, cada vez que la muerte viene a rasgar el tejido de la vida y de los afectos. Toda nuestra existencia se juega aquí, entre la vertiente de la fe y el precipicio del miedo. Dice Jesús: “Yo no soy la muerte, yo soy la resurrección y la vida, ¿crees tú esto?, ¿crees tú esto?” Nosotros, que hoy estamos aquí en la Plaza, ¿nos creemos esto?
Todos somos pequeños e indefensos ante el misterio de la muerte. Pero, ¡qué gracia si en aquel momento protegemos en el corazón la llamita de la fe! Jesús nos tomará de la mano, como tomó la mano de la hija de Jairo, y repetirá una vez más: “Talità kum”, “¡Niña, levántate!” (Mc 5,41). Lo dirá a nosotros, a cada uno de nosotros: “¡Arriba, levántate!” Yo os invito, ahora, a cerrar los ojos y a pensar en aquel momento: el de nuestra muerte. Que cada uno piense en su propia muerte, y se imagine aquel momento que vendrá, cuando Jesús nos tome de la mano y nos diga: “Ven, ven conmigo, levántate”. Allí acabará la esperanza y será la realidad, la realidad de la vida. Pensadlo bien: Jesús mismo vendrá a cada uno de nosotros y nos tomará de la mano, con su ternura, su mansedumbre, su amor. Y que cada repita en su corazón la palabra de Jesús: “Levántate, ven. Arriba, venga, levántate”.
Esta es nuestra esperanza ante la muerte. Para quien cree, es una puerta que se abre de par en par; para quien duda es un rayo de luz que se filtra por una rendija que no se ha cerrado del todo. Pero para todos nosotros será una gracia, cuando esa luz, del encuentro con Jesús, nos ilumine.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, especialmente a los jóvenes de los colegios y de los institutos provenientes de Francia, y a los peregrinos llegados de Suiza. Cuando nuestras vidas experimentan pruebas y dolores, acordémonos de que Jesús nos dijo: "Yo soy la resurrección y la vida". Rezo para que vuestra peregrinación a Roma os ayude a mantener viva en vuestro corazón la llama de la fe y de la esperanza. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Escocia, Malta, Países Bajos, Noruega, Suecia, Rusia, Indonesia, Malasia, Sri Lanka, China, Ghana, Lesoto, Filipinas y Estados Unidos de América. Que Jesucristo os refuerce en la fe a vosotros y a vuestras familias y os haga testigos de esperanza en este mundo, especialmente a cuantos viven en el dolor. Dios os bendiga a todos.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Saludo en particular a los “Schützen”, a las asociaciones provenientes de la región de Cloppenburg y a los numerosos jóvenes, especialmente a las estudiantes de la Liebfrauenschule de Bonn. Os deseo una buena estancia en Roma y de corazón os bendigo a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. El Señor, única esperanza de la humanidad, nos conceda la gracia de mantener encendida la llama de la fe, y en el momento de nuestra muerte nos tome de la mano y nos diga: «¡Levántate!» Que Santa María, Madre de Dios, interceda por todos nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. Así sea.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a los distintos grupos venidos de Brasil, en particular a los fieles de la archidiócesis de Natal con su Pastor y a los de la archidiócesis de Londrina, invitando a todos a permanecer fieles a Cristo Jesús como los Protomártires de Brasil. Que el Espíritu Santo os ilumine para que podáis llevar la Bendición de Dios a todos los hombres. Que la Virgen Madre vele sobre vuestro camino y os proteja.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria y del Medio Oriente. Cae ante la partida de personas queridas el engaño de negar o de ignorar la muerte y nos encontramos ante dos decisiones: o continuar engañándonos o admitir humildemente nuestra pequeñez y creer que Dios nos ha creado para la vida. Solo la luz de Jesús puede transformar las tinieblas de la tumba en victoria; la amargura de la separación en la dulzura del encuentro; y la derrota de la cruz en el alba de la Resurrección. Solo la fe puede cambiar la vida terrena de un final absurdo en un inicio glorioso para la vida eterna. Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Hoy, recordando a san Lucas Evangelista, en Polonia celebráis la fiesta patronal de los Agentes Sanitarios. Acordaos en la oración de todos los que cuidan de las personas enfermas con entrega y espíritu de sacrificio. Que en el servicio que realizan no les falten nunca las fuerzas, los buenos resultados y la alegría. Que Dios les sostenga y recompense el bien y la esperanza que infunden en los corazones de los enfermos. Bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos.
Con cariño saludo a los fieles de lengua neerlandesa, en particular a los peregrinos provenientes de la Diócesis de Rotterdam. Cristo ha vencido la muerte. Es Él nuestra resurrección y nuestra vida. Que seáis testigos de este mensaje de esperanza ante vuestros hermanos y hermanas. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los fieles de la Diócesis de Conversano-Monopoli, con el Obispo Monseñor Giuseppe Favale, aquí venidos para la celebración del Año mariano diocesano; a los confirmados de la Diócesis de Faenza-Modigliana, con el Obispo Monseñor Mario Toso; a las capitulares de las Hijas de Santa María de Leuca y a las religiosas participantes en el encuentro promovido por la USMI. Queridos hermanos y hermanas, que vuestra peregrinación a Roma reavive la comunión con el Sucesor de Pedro y la Iglesia universal y os haga testigos de Cristo en vuestras Iglesias locales. Saludo a los peregrinos de la Fundación “Senior Italia”, con motivo de la fiesta de los abuelos; a los participantes en la peregrinación promovida por la Milicia de la Inmaculada; a los miembros de la Asociación “Bimbo tu” de Bolonia; la Unión italiana de los Ciegos e Hipovidentes y a los files de las diversas parroquias y asociaciones.
Saludo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy se celebra la fiesta de San Lucas, evangelista y médico. Queridos jóvenes, que su testimonio de vida os empuje a decisiones valientes de solidaridad y ternura; queridos enfermos, que con su enseñanza podáis encontrar en Jesús el remedio a vuestros sufrimientos; y vosotros, queridos recién casados, pedid su intercesión para que en vuestra nueva familia nunca disminuya la atención a cuantos sufren.
Deseo expresar mi dolor por la tragedia sucedida hace unos días en Mogadiscio, Somalia, que ha causado más de trescientos muertos, entre ellos algunos niños. Ese acto terrorista merece el más firme rechazo, también porque se ensaña en una población ya tan probada. Rezo por los difuntos y por los heridos, por sus familiares y por todo el pueblo de Somalia. Imploro la conversión de los violentos y animo a cuantos, con enormes dificultades, trabajan por la paz en aquella tierra atormentada.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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